Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

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Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Juan Domingo Argüelles

La poesía a contracorriente

En mi anterior columna preguntaba (y me preguntaba): ¿Quiénes necesitan antologías? Mi respuesta era, y sigue siendo, que tal vez no los poetas, pero sin duda, sí, los lectores comunes. Son ellos los que necesitan antologías y, en el caso de la poesía, con mucha mayor razón aquellos lectores o potenciales lectores que no están familiarizados con la poesía contemporánea de nuestro país, publicada especialmente por las instituciones culturales y universitarias y por las pequeñas empresas editoriales que han navegado siempre a contracorriente.

En esta columna he comentado más de una vez que la poesía fue expulsada de las aulas. En realidad no únicamente de las aulas, pero sí especialmente de ellas. Los programas escolares e incluso los programas de lectura (sean de la SEP o el Conaculta) privilegian la prosa narrativa y especialmente el cuento, pero descuidan el género poético. Por eso constituyen legión los alumnos (y los maestros) que no leen poesía porque –según explican– no la entienden. No sólo ellos: incluso lectores con cierta experiencia aseguran que no leen poesía porque les resulta muy complicada.

Todo esto es el resultado de que la poesía haya sido echada del sistema escolar. Más de una vez he señalado que en la relación de libros que adquiere cada año el Programa Nacional de Lectura y Escritura de la SEP (los antiguos Libros del Rincón) hay una magra cantidad de títulos de poesía, una miseria en realidad. Comentándolo con una especialista que ha estado en la consejería de este programa, ella me comentó que era realmente complicado incluir en la lista más libros de poesía porque la oferta de las editoriales, en este género, es más bien escasa.

Me quedé pensando en esta afirmación y pronto entendí su sentido lógicamente ilógico. Hay muy poca oferta en poesía, claro está, por parte de las editoriales comerciales que participan en el concurso del PNLE de la SEP, pues estas editoriales han privilegiado siempre la prosa narrativa y los libros informativos, que son los que atiborran, cada año, el listado de libros seleccionados para las bibliotecas de aula y escolares. Y, sin embargo, en México se publica mucha poesía, bajo los sellos de editoriales independientes, universitarias e institucionales. ¿Qué pasa con estos libros? Que no llegan al concurso del PNLE.

De todos modos la explicación del porqué hay pocos libros de poesía en el programa de adquisiciones de la SEP para las bibliotecas de aula y escolares, es una verdad a medias. Incluso las editoriales comerciales (muchas de ellas españolas) que concursan en la convocatoria que abre cada año el pnle tienen libros clásicos de poesía y antologías temáticas y generales de poesía de grandes autores, pero entre quienes seleccionan libros, tampoco hay muchos que sean muy afectos a la poesía. Parten de una premisa prejuiciosa: como a ellos no les gusta la poesía, como ellos no entienden la poesía, como ellos no son lectores asiduos de poesía, suponen que los alumnos se aburrirán con la poesía, y lo que entienden por poesía, cuando eligen diez o doce títulos de este género (bajo el rubro de ¡poesía popular!), son libritos pedagógicos y didácticos de rimitas sin chiste que consideran “adecuadas”·para los niños y los adolescentes: cosas de una chatura emocional e intelectual que no merecen el nombre de poesía.

La poesía en México siempre ha navegado a contracorriente, a pesar de que, en la historia de la literatura patria, se reconoce y se exalta el valor de los grandes exponentes de la lírica, desde Nezahualcóyotl y Sor Juana Inés de la Cruz hasta Jaime Sabines, Octavio Paz, Efraín Huerta y José Emilio Pacheco, pasando por Othón, Díaz Mirón, Pellicer, Novo, Villaurrutia, Gorostiza, Rosario Castellanos y tantos más. Esto revela que creemos que la poesía mexicana es importante, pero sólo de dientes para afuera.

En 2010, con motivo de las celebraciones oficiales del bicentenario de la Independencia (que tantos fastos motivó y que tanto dinero dilapidó para, al final, dejarnos un adefesio), se llegó a decir que se haría una Antología del bicentenario (para emular la Antología del centenario, de Justo Sierra, de 1910). Por supuesto, no se hizo, y estrictamente esos fastos oficiales no dejaron absolutamente nada para la posteridad. El mal gusto, la frivolidad y el derroche se impusieron. ¿Y dónde quedó la literatura? Una Antología del bicentenario, en tres o cuatro tomos, hubiera podido dar cuenta de nuestra riqueza literaria, y entre ella, por supuesto, de nuestra gran poesía. No hubo tal, pero sí muchos discursos, deudores del lugar común. Y una estela de sombras en la esquela de luz.