Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

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Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 

Leandro Arellano

¿La fragancia de la rosa mudaría si se llamase astro, bestia, nave o cordillera? El nombre, escribe fray Luis de León, es aquello mismo que se nombra, no en el sentido real y verdadero que ello tiene, sino en el ser que da nuestra boca y entendimiento.

La palabra es acaso el único producto realmente humano, el único sentido en el que el hombre crea de veras, desde que a nuestros primeros padres les fue otorgado el privilegio de nombrar seres, personas y cosas. Vino luego Babel y la lengua del hombre se multiplicó. La condenación divina a la arrogancia humana dio origen a la dispersión y a la diversidad de voces.

Así, son cosa de cada día los acarreos y las influencias lingüísticas, sorprendentes casi siempre. Algunas de estas influencias poseen explicaciones maravillosas, otras carecen de historia, las más arrastran cuentos curiosos o extravagantes, y nuevas palabras y neologismos son forjados a diario.    

Plantas, animales, minerales, todas las cosas en fin, han sido bautizadas caprichosa o circunstancialmente a través de los siglos. En los treinta y siete tomos de su Historia natural, Plinio recopila importantes conocimientos de botánica y zoología, de mineralogía, medicina y otras materias, y da nombre a un volumen no menor de cosas u objetos. Como él, otros hicieron lo mismo en civilizaciones diferentes.


Louis Antoine de Bougainville
Foto: commons.wikimedia.org/collage digital de Marga Peña

Babel jugó su papel enriqueciendo los sonidos, el ritmo y el lenguaje. Por eso hallamos, aun en una misma lengua, que los objetos y las cosas tienen, no sinónimos, sino nombres distintos, siendo la misma cosa.

La buganvilia posee tantos nombres como variedades. En México, Chile y Perú se llama buganvilia; en Venezuela, Colombia y el Caribe hispanohablante se le llama trinitaria; veranera en casi toda Centroamérica y Colombia y, me aseguran, Santa Rita en Argentina, Paraguay y Uruguay. En Kenia, donde reverberan, se le llama buganvilia, lo mismo que en Corea. ¿Quién la llevó a aquellos continentes?

La hermosísima planta –de colores intensos– es originaria de Brasil. Su tranquila belleza engalana su entorno. Quién sabe si el paraíso la conoció en su estado virginal. En la actualidad se ufana de mostrarse en variados colores, de los que conocemos cuatro por lo menos: uno, blanco como el algodón; otro, ámbar como el primer sol de la mañana; rosado en el tono del rosa mexicano el tercero, y el más agraciado por inusual y por su intensidad, el morado.

¿Su etimología? El nombre lo debe al conde Louis Antoine de Bouganville (1729-1811), explorador y navegante francés que realizó la primera circunnavegación francesa y fue quien llevó la planta a Europa, desde Brasil. 

Generosa, crece en cualquier terreno con clima cálido y se mantiene verde durante los días lluviosos, o muda y pierde sus hojas en el período de sequía. La ciudad de Cuernavaca contaba con varios apodos, entre ellos el de ciudad de las buganvilias, pero abunda en muchas partes.  

Ante su visión, ante la contemplación de su follaje verde y morado, empotrado en un muro, uno puede suspenderse del ruido y regocijarse en una serenidad que resiste al tiempo. Desde la infancia, cuando descubrimos el embrujo de las palabras, cuántos seres y cosas entran en nuestros afectos sólo por su nombre.