Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

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Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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Mapas a las estrellas, de David Cronenberg

Agatha (Mia Wasikowska) viaja en un autobús hacia Hollywood, aparenta ser otra joven frágil e ilusa en busca de éxito en el cine. Un cliché dentro de otro cliché. Sin embargo, su piel revela un sórdido secreto, las cicatrices de quemaduras que cubren buena parte de su cuerpo (y la hacen llevar permanentemente unos glamorosos y muy cinematográficos guantes largos) son las huellas de un terrible crimen o de un síntoma de la descomposición de la moderna corte de los milagros de los grandes estudios de cine. Un niño actor de trece años, Benji (Evan Bird), famoso por haber estelarizado la cinta cómica Bad Babysitter, con la cual llegó a ganar más de 300 mil dólares a la semana (“suficiente para cogerse a la Madre Teresa”), trata de salvar su carrera y redimirse tras un período de exceso de drogas y alcohol. La actriz aún atractiva Havana Segrand (Julianne Moore), vive angustiada por pasar silenciosamente al olvido en una ciudad donde una mujer es considerada menopáusica a los veintisiete años, al tiempo en que es acosada por el fantasma de su madre, la célebre actriz Clarice Taggart, quien murió joven y bella en un incendio, y que además nunca la quiso, abusó de ella y permitió que sus amantes también lo hicieran (o por lo menos eso cree Havana). Tras una desconcertante y hermética Cosmopolis (construida con impertinente y electrizante fidelidad a la novela homónima de Don DeLillo), David Cronenberg recupera su agudeza feroz en Mapa a las estrellas para disecar a una serie de personajes hollywoodenses que van del lugar común a las patologías mórbidas más siniestras imaginables.


David Cronenberg

Havana, quien es paciente de Weiss, contrata a Agatha como asistente (“Puta mandadera”) y de esa manera la recién llegada logra acercarse a Benji, quien es un ser humano repulsivo y cruel, pero a quien ella ama con devoción. Descubrimos entonces los vínculos de sangre entre Agatha y los Weiss. La joven parece buscar una reconciliación, pero en realidad tiene una misión purificadora que consiste en redimir a su familia del fuego y los barbitúricos. Cronenberg es uno de los pocos cineastas que pueden hacer aparecer fantasmas en escena sin que sus cintas adquieran tintes místicos o sobrenaturales. En este caso presenta una realidad aumentada donde los muertos pueden ser ecos fílmicos capaces de interpelar a los vivos. A pesar de las apariencias este es un filme de horror, película de monstruos, adolescentes imberbes y crueles, así como arpías precozmente acabadas que se imaginan ser, o en realidad son, víctimas de abuso, con lo que justifican ser depredadores brutales.

Alrededor de estos personajes flotan estrellas menores: el padre de Benji, Stafford Weiss (John Cusack), un ambicioso gurú de la autoayuda que fusiona masaje y filosofía chatarra para enquistarse en una cultura que va del extremo cinismo a la credulidad patológica; un chofer de limusina que como tantos otros aspira ser actor y escritor (interpretado por el fugaz vampiro Robert Pattinson, quien comienza a volverse actor fetiche cronenbergiano); Carrie Fischer convertida en reliquia nostálgica (una has been que busca inspiración en Tweeter para escribir guiones de cine o por lo menos de series conmovedoras para HBO). El Mapa a las estrellas (ojo, que no es un Mapa de las estrellas) está dominado por estrellas en el ocaso, personaje meteóricos y seres caóticos que asemejan agujeros negros. David Cronenberg construye constelaciones de frivolidad, disfuncionalidad y despilfarro a nivel cósmico, a partir del guión de Bruce Wagner. Pero este universo incestuoso, narcisista, depravado, ocioso y de una pobreza imaginativa dolorosa toma la forma de una tragicomedia repleta de alusiones hilarantes, guiños mediáticos y un sórdido desparpajo grotesco. El director de Rabid (1977), Videodrome (1983) y Crash (2004) ha mostrado tener un humor negrísimo, nervioso y sádico con el que hace una feroz crítica social. En esta ocasión el humor hace soportable la visión pesadillesca que presenta de nuestros proveedores de sueños colectivos, obsesiones multitudinarias y fantasías de masas. La vieja casa de los Weiss permanece en ruinas al pie del icónico letrero de Hollywood, como si ese imperio estuviera construido sobre las cenizas del sacrificio de la inocencia. Pero Cronenberg no tiene el menor entusiasmo moralista y la quema de la mansión Weiss es tanto una celebración de Sunset Boulevard/El ocaso de una vida (Billy Wilder, 1950) como una demostración de que el espíritu cínico, vulgar y mercenario de la sátira The Player (Robert Altman, 1992) ha dejado su lugar a un Zeitgeist de complejos de culpa, incertidumbre y pánico epidémico. Como dijo el director, este filme podría tener lugar en “Silicon Valley o Wall Street, en cualquier lugar donde la gente tenga miedo y esté desesperada.”