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Los tiempos y los hechos (I DE II)
En términos de fotografía, edición, punto de vista narrativo, manejo del tempo dramático y el resto de los numerosos aspectos técnicos y formales cinematográficos, Colosio, el asesinato (México, 2012), es un filme claramente concebido as a thriller by the book –para decirlo en el idioma del país que ha establecido la escuela genérica al respecto–, es decir que se inscribe sin ambages en el género policíaco y lo hace sin particulares novedades u osadías, más bien con el propósito de servirse, tanto como sea posible, de los atributos anejos a dicha parcela filmonarrativa.
Tomada su decisión creativa, Carlos Bolado –director, coguionista y editor de su propio filme– resolvió, en un porcentaje nada despreciable y, es preciso aclarar, en términos estrictamente cinematográficos, buena parte de los muchos desafíos que inevitablemente le planteaba el tema elegido: el asesinato del que hace dieciocho años se hizo víctima a Luis Donaldo Colosio Murrieta, entonces candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, organismo que a la sazón jamás había soltado el Poder Ejecutivo de la Federación –como lo hizo exactamente un sexenio más tarde, si bien hoy es claro que tal cosa sucedió en términos única y exclusivamente nominales.

José María Yazpik |
Congruente con el clasicismo formal elegido, que en este caso se traduce en la consabida pregunta “¿quién es el asesino?”, Bolado privilegia el punto de vista del igualmente consabido sabueso, en este caso un policía federal miembro del espeluznante y de infausta trayectoria Cisen, encarnado –eficientemente, por cierto– en la persona del actor José María Yazpik. Consecuentemente, la trama entera sigue sin desvío alguno la ruta de las pesquisas, y los resultados de éstas –y con ellos el ritmo entero del filme– son dosificados no tanto en función de los hechos reales en los que descansan estos otros, de ficción, sino más bien en función de las necesidades intrínsecas del relato, en aras de conseguir y sostener el suspense característico del thriller.
Aparentemente obvio, esto último cobra una relevancia particular puesto que la parte medular de dichos acontecimientos reales, pero sobre todo las versiones que a nivel popular y masivo se han manejado desde 1994 para entender el cómo, el porqué y especialmente el quién de aquel crimen, coinciden punto por punto con lo que plantea Colosio, el asesinato. En otras palabras es como si, en su calidad de autor, Bolado se hubiera reformulado la agathachristiana cuestión de “¿quién es…?” hasta preguntarse algo que podría expresarse así: “¿de qué manera doy cuerpo, cómo estructuro, pero sobre todo cómo doy sustento a una vox populi con la que, por lo demás, estoy evidentemente de acuerdo?” ¿Cómo contar, entonces, un relato del que Todomundo no sólo sabe algo o mucho, incluido el desenlace, sino además intuye/sospecha/sostiene conocer las motivaciones del crimen, lo mismo que la identidad de quien lo perpetró?
Puesto que la novedad o el desconocimiento no son el quid y, es preciso insistir, se trata de un hecho de la vida pública que aún gravita de muchas maneras –si bien convenientemente morigerado por quienes lo quisieran del todo en el cajón de la desmemoria–, la decisión de Bolado parece la más acertada: incorporar, con base en una jerarquía mínima que le dé al filme la coherencia que la realidad oficial no ha tenido hasta ahora, al menos las versiones más insistentes en torno al asesinato de marras, incluyendo por principio las incongruencias, los disparates, las contradicciones y las innumerables burlas al sentido común que salpicaron, desde un principio y quién sabe si para siempre, aquellos días que, muy acertadamente, la cinta considera cruciales para la vida política y social de este país.
Por claramente innecesarias, habrían sido dignas de inexistencia ciertas manías argumentales de ésas que acaban invariablemente vueltas cliché, verbigracia la improbable coincidencia cronológica de algunos asesinatos posteriores al central, o la sensiblería inane de hacer que una de esas víctimas –la pareja sentimental del policía, una Kate del Castillo poco dada al matiz– muera de un tiro mientras una de sus manos yertas sostiene la prueba de un embarazo que se le venía negando, con todo y encuadre ad hoc…
Pero de coincidencias cronológicas, tiempos y hechos mucho menos insustanciales ha de hablarse aquí dentro de una semana, ni más ni menos que el mero día de la elección presidencial.
(Continuará)
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