Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Dos poemas
Yorguís Pavlópoulos
Leer y escribir:
nuevas tecnologías
Sergio Gómez Montero
Apuntes sobre la grafofobia
Rocío García Rey
La palabra escrita:
usos, abusos y nuevas tecnologías
Xabier F. Coronado
¿Escribir?
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Prisas y tardanzas
del poder
Vilma Fuentes
De la palabra escrita a
la palabra asalariada
Fabrizio Andreella
Columnas:
La Casa Sosegada
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Las Rayas de la Cebra
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Felipe Garrido
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Felipe Garrido
Jurada
Ahí donde está usted, señor, ahí lo tenía, enfrente de mí. Y me miraba de frente. Puso la pistola en el escritorio y volvió a alzar la mirada. No fue por la espalda, me dijo. Y se la tenía jurada. Se lo había advertido. La próxima vez que te vea, le dije. Y se la cumplí. Él ya lo sabía. Fui por él para decírselo. Lo hallé en el mercado, muchos me oyeron, todos me oyeron que se lo dije. La próxima vez, se lo repetí. Quesque ella lo provocaba, quién se lo iba a creer. Era él, que no sabía respetar. La rondaba, la esperaba hasta que salía, la seguía. No seas esquiva, pérate, párate, déjame hablarte, le decía. Y no era la única, usted lo sabe. Pero yo fui a buscarlo y se lo dije. Ahí se la dejo, me dijo y se dio media vuelta, señor. Él y yo solos. Lo vi salir. Luego otro día me fajé la pistola y fui por él. Lo busqué en su casa. Que no te vea, le dije, vete del pueblo. La otra vez que te vea, le dije, señor. Y cómo no, si fue mi hijo al que me mató. |