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Ciudad sobre la espalda
Hace poco estuve en mi ciudad natal. Caminé sus calles, casi clandestinamente, como si en realidad una sombra me llevara a rastras, y, curiosamente, esta vez la encontré distinta. Estaban los mismos edificios pero no eran los mismos edificios. Los mismos jardines pero no eran los mismos jardines. Las mujeres mismas y así. No sabría decir si la ciudad había cambiado de súbito o el que había cambiado, quizá de súbito también, había sido yo. Tal vez mi ciudad y yo habíamos tomado rumbos distintos aunque, tal vez, desembocaran lejanamente en el mismo lugar. Quién lo sabría. Recuerdo que aquella noche, antes de ir al aeropuerto, recostado en la hamaca del segundo piso, cerré los ojos un instante, el suficiente para volver a recorrer las calles recientemente caminadas. Las anduve adentro de una a otra orilla, sus cuestas y empinadas, sus empedradas, los cruces en las Siete Esquinas. Sólo entonces desapareció el desasosiego. Me di cuenta de que todo seguía igual y yo, ahora sí, con mi ciudad a cuestas, podía partir tranquilo. |