Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de abril de 2012 Num: 894

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Águila o sol:
real o imaginario

Vilma Fuentes

El enemigo del sida
en México

Paula Mónaco Felipe entrevista
con Gustavo Reyes Terán

Exploración Ooajjakka
Rosa Isela Briseño

Amos y perros
Ricardo Bada

Guernica: 75 años
contra la barbarie

Anitzel Diaz

El mural de Guernica
Hugo Gutiérrez Vega

De feminismos,
clases y miedo

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Vladimiro Rivas, el visitador (III Y ÚLTIMA)

En la primera solapa de Visita íntima aparece una imagen sobresaltante del autor pues, como si fuera un Duce, mira enérgicamente y con los brazos cruzados hacia un lugar que el lector no percibe. Se trata, tal vez, de las visitaciones de Vladimiro al territorio escritural donde se fundan sus relatos, a ese lugar donde, hay que decirlo ahora, el autor se mueve indistintamente por geografías ecuatorianas, mexicanas y europeas (Barcelona, Komárom, París), asumiendo formas lexicales propias de España y América. Los cuentos ofrecen, además, distintos paisajes, no obstante la insistencia en ciertos lugares áridos y montañosos (tanto del norte de México como de Ecuador); y se combinan los relatos de largo aliento (“La caída y la noche”) con otros muy breves (“En el laberinto”,  “El hombre espejo”  y “Penitencia”). La mayoría de los textos resulta de índole pesimista (“Visita íntima” es sólo uno de los muchos ejemplos), con una felicidad que siempre es esquiva para los personajes, y los hay de índole “realista” (“El prisionero”) y fantástica (“El tren”  y  “La antóloga”).

Cada lector tendrá sus cuentos favoritos al terminar la lectura del libro, no obstante que se trata de un volumen muy sólido dentro de su diversidad temática y atmosférica. “El tren” y  “La antóloga”,  por ejemplo, no tienen pierde. El primero es como una cinta de Moebius tan bien estructurada, que el lector no se da cuenta del momento en que se van produciendo las metamorfosis del texto y las traslaciones físicas y temporales del protagonista. Está emparentado, sin pedirle nada, con “Continuidad de los parques”, de Cortázar. Y el segundo es un breve relato epistolar, desternillante, en el que intervienen muchos personajes que andan por ahí:  Felipe Garrido, Héctor Perea y otros corresponsales del azorado Vladimiro, que construye con sus propias cartas la incertidumbre acerca del paradero y la existencia de Reni Marchevska, una antóloga búlgara de cuentos hispanoamericanos que trabaja en la Universidad de Sofía (según el autor, la anécdota es absolutamente cierta, no fruto de una invención; como sea, lo verdaderamente importante es la trasmutación del hecho “verdadero” en materia literaria).

Si es cierto que la memoria es la mejor antologista a la hora de seleccionar los materiales de un cuentario, yo me declaro perplejo. Muchos cuentos me gustarán más que otros, pero debo admitir el peso total de la colección. Visita íntima es un libro redondito, de ésos que uno envidia con envidia de la mala (descreo por completo de esa hipótesis hipocritona de que exista una envidia  “de la buena”). El único cuento que me parece relativamente fallido, o intrascendente,  es  “El cartel”,  no obstante lo sugestivo del experimento de las muchas voces para juzgar un acontecimiento del que termina por no saberse nada, salvo que hay una mujer acusada de ser cruel con los perros.

¿Lo que llevo dicho significa que “La caída y la noche” pasó de su condición de novela corta a relato? Me parece que siempre se mantuvo en esa frontera genérica por su extensión. Debe admitirse que, con respecto a la primera versión de 2000, la que Rivas ofrece en Visita íntima supone tantas correcciones que casi es otro texto.

Si tuviera que emplear una imagen para esclarecer lo que le ocurre al lector cuando tiene en sus manos Visita íntima, recurriría a una, propuesta por Forster en Aspectos de la novela: el lector se vuelve un cromagnon sentado con otros de su especie alrededor de una fogata, mientras escucha atentamente y con interés las palabras del brujo; o una especie de sultán fascinado con los relatos de Scherezada: siempre quiere saber qué más va a pasar, pero también se pregunta por los porqués de cada texto. Es así como Vladimiro Rivas se vuelve un visitador de cada persona que abre el libro, un huésped al que se desea atender para que sus palabras y sus cuentos no falten en las manos. Todo es comenzar con “La obra maestra”, un dizque prólogo que bien podría ser otro de los relatos del volumen, pero ya se sabe, así son los escritores, que disfrazan de múltiples maneras sus intenciones y falsas modestias.

Lo reitero:  Visita íntima debe ser considerado como uno de los mejores libros de cuento publicados en español durante el año pasado y merece ser leído con voracidad. Al final, las mejores recompensas las tendrá el lector merced a las numerosas visitaciones que ese fabulador llamado Vladimiro Rivas realiza por variados universos:  el resultado de cada visita suya es un cuento que el autor trae hasta nosotros como fruto de esos viajes.