Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Una señora suspendida
Kikí Dimoulá
Una flauta mágica
de Peter Brook
Andrea Christiansen
Soy ojo que mira,
soy
puente
Alessandra Galimberti
Tomás Segovia
y la plenitud
Xabier F. Coronado
Una vida honrada
y de trabajo
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia
Cuarto rastreo
Tomás Segovia
Poema
Francisco Segovia
25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá
José Ángel Leyva
Leer
Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Alejandro Michelena
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Rogelio Guedea
[email protected]
Historia general de mis libros
Normalmente los escritores dudamos de nuestra propia obra. Hay una fe interior que, de pronto, se pierde, y entonces buscamos que otro nos la ponga en pie. Buscamos, pues, lo imposible: que es como pedir que otro conozca a nuestros hijos mejor que nosotros. Pero así somos. A mí me ha sucedido con mis libros. Una vez di a leer a algunos amigos una de mis novelas. Recibí lo consabido: lo que unos elogiaban, los otros lo vituperaban, y lo mismo sucedió con los dictámenes editoriales. Unos decían: mala porque tiene un final abierto. Y otros: bueno porque no tiene un final cerrado. Me di cuenta que basar el cariño de nuestros libros (como el de nuestros hijos) según lo que piensen los otros nos puede llevar a la locura, y que lo mejor que hay que hacer en estos casos es ponerse los aparejos y caminar ciegamente por ese lugar que nos indique la pasión de nuestro propio –aunque endeble- juicio. Al final del día es más fácil encontrar una editorial que esté contenta con el trabajo que nos ha dejado contentos, que vivir descontentos para siempre del trabajo que ha dejado contentos a todos menos a nosotros mismos. |