Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Una señora suspendida
Kikí Dimoulá
Una flauta mágica
de Peter Brook
Andrea Christiansen
Soy ojo que mira,
soy
puente
Alessandra Galimberti
Tomás Segovia
y la plenitud
Xabier F. Coronado
Una vida honrada
y de trabajo
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia
Cuarto rastreo
Tomás Segovia
Poema
Francisco Segovia
25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá
José Ángel Leyva
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
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Bemol Sostenido
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Felipe Garrido
Llanto
Aquí en el 51 vivió una niña llamada Clara, que se hizo famosa por su llanto. Le decían Clara la Chillona. Desde chiquita lloró, como todos los niños, pero ella lo hacía durante horas. Sus padres la llevaron al médico, que no le encontró nada especial. Ellos se resignaron, subieron el volumen del radio y dijeron que estaba haciendo pulmón. Al principio lo más grave era que tenían que cambiarle la ropa a cada rato. Después comenzó a anegar la recámara. A los dos años, ya inundaba la casa y el patio. A los tres, como ya la habían subido a la recámara del primer piso, sus lágrimas formaban una bella cascada en la escalera. A los nueve, inundó la colonia; la gente tuvo que andar en cayucos y el presidente municipal le otorgó un premio porque el pueblo llegó a tener turismo. El día que cumplió once años dejó de llorar. Poco a poco todo regresó a la normalidad. Clara no volvió a llorar hasta el día de su boda, pero entonces apenas si mojó el pañuelo. |