Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de diciembre de 2011 Num: 875

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Una señora suspendida
Kikí Dimoulá

Una flauta mágica
de Peter Brook

Andrea Christiansen

Soy ojo que mira,
soy puente

Alessandra Galimberti

Tomás Segovia
y la plenitud

Xabier F. Coronado

Una vida honrada
y de trabajo

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia

Cuarto rastreo
Tomás Segovia

Poema
Francisco Segovia

25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá

José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Soy ojo que mira, soy puente

Alessandra Galimberti

En la sala de su casa, en una apacible calle de San Felipe del Agua, Berenice Guraieb, de treinta y dos años e hija de prósperos comerciantes oaxaqueños, tiene su propia dvdteca personal que va alimentando de a poquito cuando descubre una película especialmente entrañable. Los dvds están cuidadosamente clasificados: El último tango en París, de Bertolucci; Santa sangre, del mago Jodorowsky o El silencio, de Mohsen Makhmalbaf, son algunos de los largometrajes de ficción que se apilan en la alta torre de la izquierda. Los documentales, en cambio, están estrictamente seriados por fecha de realización en la columna de la derecha; incluyen trabajos clásicos y contemporáneos: Soy Cuba, de Mijaíl Kalatozov; La isla de las flores, de Jorge Furtado; El arca rusa, de Alexsandr Sukúrov; Capturing the Friedmans, de Andrew Jarecki, o Los ladrones viejos, de Everardo González.

No todos sus dvds son originales; los hay piratas y Berenice lo admite sin pena ni tapujos; está convencida de que el monopolio de las grandes distribuidoras beneficia sólo a un círculo restringido y que, al multiplicar las posibilidades de acceso, la piratería juega un papel trascendental en la democratización de la cultura. Por eso le encanta recorrer los puestos ambulantes donde, por sólo quince pesos, puede adquirir la última producción infantil de Pixar o conseguir alguna pequeña gran joya del cine. Así fue como se topó con Waltz with Bashir, la película del israelí Ari Folman que narra el espanto de la guerra del Líbano en 1982.

El filme le estremeció el cuerpo entero: vio con sus ojos el horror vivido por ese país que lleva en su rostro olivo y su propia sangre, como nieta de un hombre libanés que a principios del siglo pasado se instaló con su familia cristiana-maronita en el Istmo de Tehuantepec. Ahí nació su madre y su abuela también, una mujer zapoteca, fuerte, de finos modales y elegantemente aguerrida, que a los sesenta años tomó la decisión de divorciarse y empezar otra vez su vida. En el lejano Líbano, todavía nunca visitado, Berenice ubica su país imaginario y, en la abuela materna de Matías Romero, el punto clave de su genealogía femenina, el ejemplo de fortaleza ante la vida y de firmeza para ir tras los sueños.

Berenice hace, busca la manera de seguir haciendo videodocumentales. Es su sueño vivido en tiempo presente desde que, jovencita, se trasladó de la casa familiar de Puerto Escondido a la ciudad de Oaxaca para vivir en un minidepartamento y estudiar la prepa y luego comunicación. Preocupada por extender sus horizontes de formación y creación, ha estado viajando regularmente: Distrito Federal, París, Cambridge, Nueva York, Mendoza de Argentina, La Habana y San Juan de los Baños en Cuba, donde se especializó en documental en la renombrada Escuela Internacional de Cine y Televisión.

Pero el lugar donde le gustar estar, a donde siempre regresa y donde verdaderamente quiere desarrollar su trabajo, es Oaxaca. Oaxaca es bello, Oaxaca es inmenso, Oaxaca es también lacerante por la injusticia que reina, la pobreza, la ignominia del racismo imperante. Por ello, Berenice siente que, como videoasta, puede y debe hacer algo: registrar, narrar, documentar lo que acontece a su alrededor y contribuir así desde su trinchera a ampliar la conciencia o, de menos, la comprensión de la compleja realidad social.

Ella se define como simple intermediaria, una médium entre los que están frente a su cámara siendo grabados y los que están frente al monitor viendo lo grabado; entrelaza la palabra de unos con la escucha de otros. No siempre es fácil; se ha de hacer frente a las dificultades implícitas del querer descifrar, entender y penetrar el lenguaje diferente. Y piensa entonces en las cosas indecibles, sobre las cosas inasibles, los significados insondables cuando median siglos de brechas y desigualdades. Así lo percibió cuando apoyó en cámara y edición una investigación sobre mujeres indígenas de la Mixteca, la Costa y los Valles Centrales. Con ellas compartió historias, risas, comidas y cuentos, pero llegó un momento en que avistó un límite, como una barrera infranqueable e invisible, como si las mismas mujeres de allá de las comunidades se resguardaran, marcaran un círculo de seguridad, a modo de protección, de respuesta a una ancestral desconfianza heredada de generación en generación.

Otra vertiente que Berenice gusta desarrollar es la de videoarte e interdisciplinariedad. Disfruta trabajar con amigos, experimentar el sentido de comunidad y complementariedad. Recientemente colaboró en un video residual que acompañó la muestra, conformada por piezas de desechos, de la artista plástica Emilia Sandoval. Ha realizado igualmente un video sobre Daniel Weinstock. Con tomas de primer plano sobre su rostro y acercamientos de la cámara en zoom a ciertos detalles cotidianos de su casa, Berenice traza un fuerte retrato intimista del controvertido fotógrafo.

Aprovecha al máximo lo que brinda Oaxaca en materia de cine y video. No hay prácticamente recursos financieros para la producción, no existe la cultura de la crítica, ni siquiera columnas especializadas en los suplementos culturales de la prensa local, pero sí una oferta in crescendo de talleres para aprender y de espacios para difundir. Son espacios físicos o virtuales que no están impulsados por instancias del gobierno, sino por particulares y colectivos de la sociedad civil. El cineclub El Pochote, fundado años atrás por Francisco Toledo, constituyó sin lugar a dudas la semilla de la cual han ido brotando otras alternativas e iniciativas. Ella misma cuenta con un espacio en la red de internet, un blogspot que utiliza como plataforma para compartir algunos de sus trabajos. Ahí puede verse El mar. Parte I, donde contemplativa, funde el eco continuo de las olas con la risa de bañistas y el hermoso canto de la Callas…