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Alejandro Michelena
Evocación de Picasso
Pablo Ruiz Picasso representó, para millones de sus contemporáneos, el ejemplo más claro de un artista moderno. No fue solamente un pintor sino un gozador de la vida y sus dones, casi como si encarnara uno de esos faunos que se reiteran en sus obras. Además, logró superar el umbral de los noventa años en pleno ejercicio de sus facultades intelectuales y creativas.
Nació en Málaga, en 1881. Hijo de un pintor, los primeros pasos en el arte los dio de la mano de su padre. Luego siguió un periplo formativo que lo trasladaría a La Coruña, Barcelona y Madrid. En 1903, seguro ya de sus posibilidades creativas, se instala en París, que en aquel entonces era la capital mundial de la cultura.
El París de comienzos del siglo pasado, fecundado por los aires de renovación que había desatado en su ambiente espiritual el Impresionismo, viviendo el esplendor de la belle époque, era un escenario más que propicio para las novedades estéticas. El joven Picasso se había formado absorbiendo con avidez la tradición mediterránea, había afianzado su personalidad artística transitando por sus períodos azul y rosa, y al llegar a la urbe que cruza el Sena tenía la experiencia adecuada, pero también la audacia y la fuerza como para animarse a tentar caminos de ruptura. Así fue como surge el cubismo –movimiento de vanguardia que rompe en forma radical con las preceptivas estéticas vigentes desde el Renacimiento–, en el cual el malagueño va a ser principal figura, seguido de cerca por Braque y Juan Gris.
Gertrude Stein, escritora y refinada coleccionista del arte más nuevo, se enamoró, más que de las obras cubistas, de la “idea” de cubismo. Comenzó a escribir cuentos “cubistas”, y por varios años fue la gran mecenas de Picasso. Gracias a su influencia, se le abrieron al artista las puertas de los magnates estadunidenses sedientos de novedades en el arte.
Mientras sus colegas contemporáneos seguían por necesidad en la bohemia, el español logró hacerse millonario en poco tiempo, y mantuvo y multiplicó esa fortuna, gracias a una disciplina de trabajo poco vinculable a la idea romántica de lo que tiene que ser la vida de artista.
Por sobre todas las cosas fue un enorme y potente creador, que inauguró varios “ismos” para luego superarlos y seguir el impulso torrencial de su talento. Dejó atrás el cubismo y se entusiasmó con el surrealismo. Retomó luego el expresionismo, rescatando sus raíces hispánicas a través de sus tauromaquias y de la imaginería del Mediterráneo. Todas sus vertientes y búsquedas iban a confluir en ese monumento artístico con sentido ético que es Guernica, inspirada en el bombardeo alemán que destruyó la ciudad sagrada de los vascos durante la Guerra civil española. Pero esa enorme pintura trasciende su tópico, transmutándose en metáfora del horror de todas las cruentas e injustas batallas de un siglo signado por la sangre y el horror.
Más adelante, a una edad en la cual es casi inevitable que hasta los más genuinos artistas comiencen a repetirse a sí mismos, Picasso fue capaz de lograr el prodigio de sencillez y armonía de obras como Paloma de la paz.
Su intenso y febril laborar con las telas, las esculturas, las cerámicas, el grabado, le dejó tiempo para asumir un compromiso constante con los grandes dramas de su tiempo. Eso le llevó a afiliarse al Partido Comunista, a firmar manifiestos, a manifestarse en las calles. No obstante, su condición de comunista no le impidió seguir gozando sin culpas de las bondades que otorga la opulencia, viviendo en su castillo del sur de Francia, administrando con eficacia tanto su fama como su dinero.
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