Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de diciembre de 2011 Num: 875

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Una señora suspendida
Kikí Dimoulá

Una flauta mágica
de Peter Brook

Andrea Christiansen

Soy ojo que mira,
soy puente

Alessandra Galimberti

Tomás Segovia
y la plenitud

Xabier F. Coronado

Una vida honrada
y de trabajo

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Tomás Segovia

Cuarto rastreo
Tomás Segovia

Poema
Francisco Segovia

25 años de Casa Silva
de Poesía de Bogotá

José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Alejandro Michelena

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Un país de poesía aun sin pessoa

Ricardo Yáñez


Antología de la poesía portuguesa contemporánea,
Miguel Ángel Flores (selección, traducción, y presentaciones)
revisión de Alberto de Oliveira,
La Cabra/Conaculta,
México, 2011.

Dedicación es la primera palabra que se viene a la mente al toparse con este tomo de (en su mayoría) traducciones (incluye una sección de originales, cincuenta páginas, que por extensión y desde luego calidad podría por sí misma constituir una preciosa publicación aparte), con este libro que escogidamente recoge el trabajo de cuarenta y ocho poetas lusitanos con obra sobre todo publicada en el siglo pasado, pero en algunos casos también en éste, que cuenta con una destacada (muy cerca del quince por ciento) participación femenina y programadamente elude (“por razones de espacio y tomando en cuenta que su poesía ha sido ya bastante difundida en la lengua española”), de ahí el título de esta nota, considerar el trabajo de Fernando Pessoa. Por el autor sabemos que inicialmente el proyecto, comenzado hace más de diez años, incluía en números redondos un centenar de poetas, pero argumentos editoriales seguramente de peso obligaron a la reducción: el volumen, no obstante, alcanza las casi quinientas cincuenta páginas “e intenta cubrir todo el aspecto de la modernidad” de la lírica portuguesa, lo que implica ir, se resume en la contraportada, “desde el futurismo hasta la poesía concreta, pasando por la poesía de contenido social y el surrealismo, la poesía pura y la experimentación extrema”.

Tras los textos que sirven de triple pórtico al libro, nota, prefacio e introducción, viene el banquete: Mario Sa de Carneiro (“Tengo saudades de haber sido Dios...”), Florbela Espanca (Sou aquela que pasa e ninguém ve.../ Sou a que chamam triste sem o ser.../ Sou a que chora sem saber porqué...), António de Sousa, José Gomes Ferreira, Vittorino Nemésio (de logros que en nada desmerecen, se apunta, ante los de Fernando António Nogueira Pessoa), José Régio (también enorme), Manuel da Fonseca, Sophia de Mello Breyner Andresen, el gran Eugenio de Andrade, Mario Cesariny (quien trató a Breton y de quien de paso se elogia su pintura), Natalia Correia (“Un poema es lo que en el hombre/ más allá del hombre se atreve.”) Ana Hatherly, Fiama Hasse Pais Brandäo, Luiza Neto Jorge, Al Berto (Alberto Raposo Pidiwell Tavares)..., por sólo citar unos cuantos.

Una mirada a la vez limitada, contenida, pero también vasta, a muy grandes rasgos panorámica, de una poesía cuyo trasvase a nuestra lengua no suelen frecuentar los traductores, al grado que en esta antología “aparecen por primera vez en español autores que han sido relevantes en el proceso literario de la poesía portuguesa”.

Despidamos esta nota más bien informativa con “Escuchando a Mozart”, de Adolfo Casais Montero: “Los continentes invisibles presiden nuestro destino.// ¿Estaré despierto? ¡Por qué llamar/ sueño a la realidad sin memoria?// Hay siempre otros abismos hasta donde/ el hilo invisible nos conduce.// Ariadna, ¿serás tú?”


Los fantasmas del jefe máximo

Mauricio Molina


El jefe máximo,
Ignacio Solares,
Alfaguara,
México, 2011.

Podemos distinguir dos momentos fundamentales en la novela de la Revolución mexicana: un principio mítico donde podemos encontrar las obras de los participantes y testigos. En esta primera etapa destacan Los de abajo, de Mariano Azuela; Vámonos con Pancho Villa, los cuentos de Nellie Campobello y, entre muchas de sus obras, La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. La segunda etapa, siguiendo al gran especialista francés Georges Dumézil en su libro Del mito a la novela, se abandona el mosaico del mito, con sus caudillos, asesinos y titanes, y se construye una etapa novelística cuyo imaginario aún hoy sigue vigente. A este repertorio pertenecen obras como Al filo del agua, de Agustín Yáñez; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, para sólo mencionar unas cuantas y, por supuesto, la novela que hoy comentamos: El jefe máximo, de Ignacio Solares, quien ya nos había entregado una obra maestra anterior. Me refiero a Madero el otro, novela fundamental sobre el iniciador de la Revolución mexicana.

Como afirma Rafael Tovar y de Teresa, El jefe máximo comienza justo donde termina La sombra del Caudillo, de Martín Luis Guzmán, el período que hoy conocemos como el maximato, que abarca desde la muerte de Obregón y la entronización de Plutarco Elías Calles, la guerra cristera y el nacimiento del pnr, la matriz de la que surgiría el Partido Revolucionario Institucional, una de las maquinarias políticas más eficaces de dominación que gobernó al país durante setenta años, la dictadura más larga de la era moderna, superando al Partido Comunista de la Unión Soviética, a la dictadura de Franco y a muchos otros gobiernos totalitarios. 

Pero Nacho no intenta otorgarnos un mural, un panorama épico interminable. Se centra en la figura de Plutarco Elías Calles en sus días finales y, a partir de este hecho minimalista, nos otorga una serie de pistas sobre un personaje complejo, pleno de aristas y contradicciones que no permite una valoración moral unívoca sino abierta. Escrita en una prosa ágil, que a menudo combina el drama con el ensayo, y la reflexión con la narración pura de los hechos, se trata de un tipo muy novedoso de narración; en palabras  de su autor: una novela-reportaje.

Una novela histórica tiene al menos dos fechas para su interpretación: la época que busca representar y el momento en que fue escrita. El jefe máximo se ubica en los días del asesinato de Álvaro Obregón, abarca la guerra cristera y el fusilamiento del padre Pro, y ha sido escrita en los días nefastos que vivimos en nuestro tiempo. En ambos momentos las guerras absurdas, la violencia extrema, parecen espejearse. Ahí está, creo, uno de los valores actuales de la novela de Solares. Los cincuenta mil muertos que llevamos en la guerra contra el narco son un espejo de los miles de muertos que hubo durante la guerra cristera y el maximato. Un déjà vu de la política mexicana.

De regreso de su exilio, luego de haber sido expulsado por Lázaro Cárdenas a causa de su intento de imponer su propio gabinete y continuar su mandato tras la presidencia, Calles comienza a sentir curiosidad por el espiritismo. El jacobino anticatólico de los años de la guerra cristera comienza a ver fantasmas y se interesa en acudir a las sesiones espiritistas que Rafael Álvarez presidía desde 1939 en el Instituto Mexicano de Investigaciones Síquicas, a las que asistían también políticos como Juan Andreu Almazán –polémico candidato a la Presidencia frente a Ávila Camacho– y Miguel Alemán Valdés, quien fuera presidente de México unos años más tarde.

Quisiera puntualizar algunos preceptos del espiritismo, tal y como los planteara uno de sus fundadores, el francés Allán Kardec a mediados del siglo XIX: la creencia en un solo Dios, la reencarnación, la separación entre el cuerpo y el alma (ésta, al morir el cuerpo, se convierte en espíritu) y sobre todo la posibilidad de comunicarse con los espíritus, la mediumnidad. Un precepto fundamental es la ley de causa y efecto, es decir una ética basada en la economía entre el bien y el mal, lo que en el hinduismo se llama la ley del karma. Muchos de estos fundamentos son condensaciones del hinduismo fusionadas con el cristianismo, ya que el espiritismo considera a Jesús y los evangelios como la guía segura para la evolución espiritual.

Resulta interesante que tanto Madero como Calles se interesaran por el espiritismo, y que esta doctrina estuviera presente tanto al inicio de la Revolución como en sus postrimerías, cuando ya Lázaro Cárdenas había terminado su período presidencial. Sólo un novelista como Ignacio Solares podría haber encontrado esta veta de lo oculto, de lo esotérico, en la revolución mexicana, con su novela Madero el otro y con El jefe máximo.

La novela de Ignacio parte de este interés por el espiritismo de Calles para enfrentarlo con sus propios fantasmas: Obregón, Madero y sobre todo el padre Pro. Ahí comienza el ajuste de cuentas con la propia existencia: sus culpas, cuitas y traiciones. Los cinco balazos que disparó León Toral a Obregón que se convirtieron en trece plomazos en la autopsia, y la frase de Calles “les pedí que lo remataran, no que lo acribillaran”. Los miles de muertos de la Guerra Cristera, que el historiador Luis González y González calificara como el mayor sacrificio colectivo de la historia del país. Solares retrata la soledad del jefe máximo, su debilidad al final de sus días y, sobre todo, el recuento de una existencia plagada de aciertos y actos de locura. El mismo Ignacio ha dicho que le interesan los personajes ambiguos, en los que el bien y el mal se confunden e intercambian sus disfraces y nos ofrece un retrato impresionante y plausible de una de las figuras más opacas de la historia de nuestro país.

Con El jefe máximo Ignacio Solares nuevamente ha logrado fundir la historia con la imaginación y se sitúa como uno de los novelistas imprescindibles de la literatura mexicana contemporánea.


Concierto para dos voces

Alejandra Atala


El puñetazo en la puerta,
Margaret Ajemian Ahnert,
Siglo XXI Editores,
México, 2010.

“Lo más humano entronca con lo divino”, sentenció el barbitaheño aquel, esclarecido sonetista del Siglo de Oro español, Quevedo; frase que a botepronto deja un pasmo en el pensamiento que busca, como en el Tetrix, su mejor acomodo y asiento. Así, en la red fraternal que –se quiera o no– se define con más evidencia en las letras, surgen esta frase y dos citas más que por algún motivo se hacen presentes. Las otras dos: Si esto es un hombre, de Primo Levi (Turín 1919-1987) y Sueños en el umbral, de Fátima Mernissi (Marruecos 1940).

Holocausto. Genocidio. Pogrom. Un puñetazo en la puerta, de la estadunidense armenia Margaret Ajemian Ahnert, es su primera novela y nos narra, al alimón, cursivas, ella; script, Ester, su madre, el tejido vivo de la “marcha de la muerte” que fue el extermino de origen turco a los armenios; hecho fatídico al que, según la escritora –que llevó a cabo una profunda investigación–, poca importancia se le ha dado y, por lo mismo, carece de mención como reconocimiento de tragedia masiva.

Dieciséis capítulos bordados a cuatro manos y dos corazones que se multiplican a millares, en un tono bajo, sutil, de filigrana exquisita que sólo puede provenir de quien habiendo habitado el horror ha soportado las miserias y los embates brutales provisto de esa rareza que es la humildad, que no sabe de odios y sí de una bien oída  y por eso obediente orquestación célica.

Primo Levi, químico de profesión, sobreviviente de Auschwitz, autor también de La tregua, con la idea de dar un informe o testimonio de sus vivencias en el extermino judío en un campo de concentración, trajo a la luz, desde los infiernos dantescos, las imágenes cotidianas de un alma humana que se debate ante las más grandes adversidades desplegando las alas de la belleza. En ese punto que va creando las líneas de conexión, Ajemian Ahnert toma el hilo más fino y nos lleva desde lo más sagrado de las costumbres y tradiciones armenias a ese “puñetazo” que despierta a golpes letales a los giavour (infieles), armenios cristianos, y va cerrando el ojo visor a la ultrajada, por decir poco, existencia de Ester.

Y el otro tejido, con la marroquí Premio Príncipe de Asturias 2003, también autora de La mujer en la otra orilla, Fátima Mernissi, socióloga e historiadora, trae al mundo esa novela que nos habla del harem familiar de Fez, en donde nació y creció, ocurriendo en la voz de la niña, vehículo inmejorable pues carece de prejuicios, la limpia y pura realidad tras los velos de la ternura. Ahí, en la ternura, lo más humano, lo más amoroso, en donde tampoco hay ira, rencor, ni voces que se levantan con fauces abiertas para denunciar, se borda la obra de Ajemian Ahnert; en la voz de una madre que, procurando olvidar, le va refiriendo a su hija, sin aspavientos, los relatos que fueron templando su historia, pasando por el accidente de un holocausto que comenzó el 24 de abril de 1915 en su natal Amasia.



Estamos hasta la madre,
Javier Sicilia,
Planeta,
México, 2011.

Como sabe cualquier persona en contacto con los medios de comunicación, el título de este volumen corresponde a la frase con la que Sicilia resumió, desde la indignación y el dolor, el sentimiento colectivo mayoritario ocasionado por la situación social de inseguridad y militarismo padecida en México. El colaborador de Proceso y de este suplemento reúne aquí gran cantidad de los artículos aparecidos en ambas publicaciones desde hace más de una década, ordenados temáticamente bajo los rubros “La democracia: el valor del no”,  “Felipe Calderón, el camino contrario”, “Narcotráfico, la barbarie” y “La iglesia, esa puta casta.”