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Verónica Murguía
Bandar Log
Quien haya leído El libro de la selva de Rudyard Kipling sabe que los Bandar Log son los simios y que es el único pueblo de la selva que no debe reinar jamás. Son desordenados, hablan demasiado, suelen hacerse bolas. Van, literalmente, por las ramas y no ponen la pata en tierra por nada del mundo. No aterrizan. Su canción dice: “Cuantas voces de fieras y aves / o bien de los murciélagos que chillan / de animales de pluma, escama o pelo / hayamos escuchado en nuestra vida, / mezclémoslas / digámoslas cien veces / en rápida y confusa algarabía…”
Fueron los Bandar Log quienes raptaron a Mowgli y lo llevaron con ellos a las Moradas Frías –una abandonada ciudad en ruinas–para que les enseñara a fabricar y usar herramientas. Así planeaban establecer su superioridad sobre los demás animales, mostrar su parentesco con los hombres y gobernar. Mowgli, seducido por los extravagantes cumplidos que le prodigó la manada, fue con ellos pero no pudo enseñarles nada, pues los monos se dedicaron a discursear, jugar y dormir. De pronto, alguno, con el fin de aprender del niño, reunía varitas y piedras y las acomodaba lejos de los otros, pero pronto se olvidaba de dónde había puesto su tesoro para morder a un congénere o sacudir un árbol sólo por el placer de ver caer las hojas.
Cuando el cachorro de hombre tuvo hambre los monos fueron por una papaya, pero se pelearon entre sí al regreso y dejaron la fruta que habían conseguido tirada sobre la hierba, por lo que Mowgli pasó penurias. Al final de la aventura, Kaa, la pitón de nueve metros de largo, Baloo, el oso, y Bagheera, la pantera negra, van a rescatar a Mowgli. Los Bandar Log se enfrentan con ellos, pues quieren conservar al niño en su tribu, aunque Mowgli ya no quiere estar allí. Finalmente Kaa termina hipnotizando a una docena. Éstos acaban por meterse ellos solitos en el hocico de la vieja serpiente y Mowgli puede regresar con los lobos.
Ilustración de John Charles Dollman |
Yo tengo cerebro de Bandar Log. Cada vez que comienzo una idea, termino ponderando otra; las conversaciones con mis amigas llenan de estupor a los extraños, pues saltamos sin preámbulo de un tema a otro; mi casa está llena de proyectos domésticos sin terminar, y si no fuera porque hay que comer, en mis ollas se amontonarían decenas de guisados en distintas etapas de preparación.
Ahora mismo que empezaba a escribir este artículo hubo dos momentos de distracción que derivaron en un par de borradores que tienen poco que ver entre sí: primero quise contar algunas cosas sobre búhos (leí un libro sobre una mujer y la intensa relación que sostuvo veinte años con un búho al que domesticó); recordé a Atenea, diosa cuyo animal es el búho; Casandra, quien sufrió por la decisión de Atenea de acabar con Troya y porque Apolo la castigó… y me pregunté, y ése fue el otro tema: si Casandra hubiera sido hombre ¿los troyanos le hubieran hecho caso? ¿No todas las madres del mundo han sido a veces Casandra? ¿Por qué escoger un don tan terrible como adivinar el futuro? Cada vez que este gobierno, que tantas vidas ha hecho perder en su guerra inútil contra el narco, decide nuevas estrategias, ¿no se siente uno un poco Casandra al presentir que son errores sangrientos? Aquellos que votaron por el Presidente del empleo ¿lo hubieran hecho de haber sabido que ni empleo, ni seguridad, ni nada?
Entonces me senté a escribir sobre los temerarios que hacen lo que sea para saber qué les depara la vida. Abundaría sobre las cartas astrológicas, lecturas del tarot, horóscopos, sacrificios de animales, etcétera. Según yo, lo que hace soportable la idea del futuro es su incóg nita.
En la Antigüedad, ¿cuántos no hicieron viajes arriesgados para ir al oráculo? Apolo siempre contestaba, pero casi nunca se le entendía bien… Es raro, pero en el templo de Apolo Esminteo había ratones. ¡Ratones! ¡Los búhos comen ratones! ¿Y mi idea primera? Fui al librero por mi ejemplar de La espada en la piedra de T. H. White, en el que el autor hace la descripción más maravillosa de Arquímedes, el búho de Merlín. Confirmé con alegría que T. H. White fue uno de los observadores de animales más lúcidos y atentos: todo lo que dice sobre Arquímedes es corroborado por los biólogos que estudian el comportamiento animal. Pero ¿no era sobre Casandra y la adivinación de lo que trataba mi artículo? ¿Qué pasó?
Ay. Como los Bandar Log fui tras una cosa, me distraje, recogí otra y se me perdieron las dos.
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