Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 7 de febrero de 2010 Num: 779

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El oráculo
NANOS VALAORITIS

Fiesta para Herta
ESTHER ANDRADI

Para un retrato
de Herta Müller

ESTHER ANDRADI

Herta Müller:
la patria es el lenguaje

RICARDO BADA

Las silenciosas
calles del poder

GABRIEL GÓMEZ LÓPEZ

Horizontes de la imagen
RICARDO VENEGAS entrevista con ENRIQUE CATTANEO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Confesiones de un crítico teatral
(fragmento)

A Fay, que gusta (ba) de mis relatos.


Noé Morales

Es 2010, se cumple la primera década del milenio y desde lugares inimaginables te piden el balance teatral del decenio, como si tuvieras alguna autoridad sobre el trabajo de un gremio bastante más grueso de lo que se piensa, como si pudieras juzgar la labor de tantos otros que, pese a los prejuicios tuyos y los de los otros, se te parecen demasiado. Allí está, sin embargo, la asignatura pendiente, la página en blanco, los caracteres de Word a rellenar con tu prosa cansina. Te piden arrancar tu recuento (“opinionar”, dirían algunos), basándote en un fenómeno conocido que se llama, en lingua franca centroeuropea, La Fura dels Baus. Qué puedes decir. Qué decir, qué dices. Lo poco que te toca, que te interesa, se relaciona con uno de sus más recientes montajes, Boris Godunov, inspirado en la célebre toma de rehenes en un teatro ruso a manos de extremistas chechenios en 2002. Y no es que lo hayas disfrutado –el montaje, se entiende– ni mucho menos: lo que ves en él, lo que te provoca, es su relación espuria con el simulacro; se trata, en resumidas cuentas, de una trampa, de una trampa tan caduca y evidente que poco aporta a la historia de la prestidigitación, esa actividad tan inherente a ese arte del que tanto has hablado, sobre el cual has vertido tanta tinta y has ocupado tantos megabytes de espacio virtual, contribuyendo de esa manera a la saturación informática que tanto detestas, que tanto escuchas detestar por boca de los otros, respecto de la cual te sientes en cierto modo colaborador, cómplice y facilitador, dirían los terapeutas de avanzada. Pero hay que emitir, formular, articular, enunciar, una sucesión de verbos que para ti resulta una mera concatenación, pero que para otros equivale al haz de la linterna de un Diógenes contemporáneo y agotado. Sí, lo que tú quieras, pronto te llegará el archivo, dictas en automático, las manos en el teclado, la mente en un sinnúmero de cosas ajenas por completo a la exigencia lastimera de un editor que espera con ahínco lo que tengas que decirle como si pudieras decirle algo, su mente tan estrecha, tan insignificante a la luz de ciertos acontecimientos recientes. Debes opinar de teatro, debes hacer el balance de una década, debes contribuir con tu lucidez al contexto histórico de una actividad artística que se ha estacionado en un ostracismo evidente y en más de un sentido deseable. Acaban de balear al centrodelantero de un equipo conspicuo a siete cuadras de mi casa, quieres decir, aparecen descabezados en los puentes peatonales de ciudades a las que se puede llegar con ciento veinte pesos desde el punto en el que redacto estas líneas, quieres decir, a doce minutos de este ordenador hay un picadero de heroína cuya teatralidad intrínseca haría palidecer a Thomas Ostermeier, Peter Stein y Eimuntas Nekrosius en conjunto, quieres decir. Pero nada dices. Pero nada de ello podría escuchar ni entender tu interlocutor, abonado permanente a la causa editorial, al otro lado de la línea, inmerso como está en lo que le puedas decir. “Necesito un balazo para tu nota”, clama el editor en jerga periodística. Yo necesito un par, quieres decir, no en sentido figurado ni editorial sino estrictamente literal. Al final te armas de valor y lo dices, sin el menor empacho. Sobreviene una pausa, ad hoc por completo dada la dramaticidad de tu materia. Bueno, dice la voz al otro lado del teléfono, pero no dejes de hablar de La Fura …. La Fura … Resulta que el objeto de mi prosa lúcida es sólo un apócope, la mitad de un nombre propio, el cincuenta por ciento de una marca registrada. No dejaré de hacerlo, dices con ese aplomo en la voz que algunos asociarían directamente con el concepto de compromiso profesional, en pocas horas, las convenidas, tendrás ese archivo adjunto que tanta felicidad parece prefigurarte. Cuelga, el editor, pero tú permaneces impávido al otro lado de la línea, la mueca enhiesta, la mano rasgando el mentón, la mirada perdida en los motivos caprichosos de esa persiana que compraste a plazos hace varias lunas. Piensas, acaso, que tu revancha la transmiten los ladridos plañideros de los perros del barrio, el fulgor tenue de esa luna mediocre, el resplandor menguante de la lámpara de lectura que heredaste en dado momento.

Fragmento del libro Autobiografía precoz de un crítico [de teatro], de próxima aparición.