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Felipe Garrido
Necesidad
Refugito se detenía en la farmacia, la papelería, la recaudería, la tlapalería, y en cada lugar, aunque todos la conocían, ella volvía a presentarse y pedía una misericordia para los pobres. Yo acomodaba la caja en el mostrador, y ponía cara de menso hasta que los marchantes se enfadaban porque no los dejábamos despachar. Nos daban unas monedas y yo iba haciendo la cuenta.
Luego nos sentábamos en la cocina. Me pedía un vaso de agua, se quitaba los zapatos, cerraba los ojos. Si empezaba a cabecear yo hacía ruido con la silla. Entonces ella sacaba una llavecita, abría la caja y la vaciaba.
Hacíamos montoncitos, los alineábamos, los volvíamos a contar, volvía a cabecear Refugito, iba cerrando los ojos, dejaba una frase a medias... Yo me cuidaba de no hacer ruido, de no despertarla. Cuando yo me retiraba, de puntas, la voz de Refugito competía con el tintinear de las monedas en mis bolsillos:
–Mañana, no faltes: muchos niños tienen mucha necesidad. |