°C -
|

La Jornada

Últimas noticias
Anuncio
Anuncio

Ojos sin párpados

Instalaciones del actual Centro de Control, Comando, Comunicación, Cómputo y Calidad de Zacatecas. Foto
Instalaciones del actual Centro de Control, Comando, Comunicación, Cómputo y Calidad de Zacatecas. Foto La Jornada Zacatecas
22 de mayo de 2025 00:01

Jeremy Bentham (1748-1832) nació y creció en una época de reformas y expansión del liberalismo inglés. Fue filósofo versátil, economista perspicaz y jurista agudo. Pensó sobre todo en la felicidad de los hombres. Aceptó como verdadero sin necesidad de demostración, el principio de que “la máxima felicidad del mayor número [de gente] es la medida de lo bueno y malo”. Un axioma moral que inspiró a revolucionarios como Thomas Payne y Camille Desmoulins, filántropos de la talla de George Peabody y Angela Burdette, incluso, un socialista utópico, Robert Owen. 

Abogó por las garantías constitucionales, la libertad de credos y de expresión, el reconocimiento de los derechos de la mujer, de los animales, la legalización del divorcio y (ahora se sabe) la despenalización de la homosexualidad. Exigió poner fin a la esclavitud, a la pena de muerte y al castigo físico (sobre todo de los niños). Fue un crítico acérrimo del derecho divino y el natural en defensa del derecho positivo. 

Pero ahí no concluyen sus méritos. Este bienhechor de la sociedad condenó a la humanidad a uno de sus peores y más fatales infiernos: la cárcel basada en el principio del panóptico. Fue su inventor y creador e intentó, infructuosamente, promover su construcción con la venta de sus propios bienes. Se trata de un orden de vigilancia en que los presos se encuentran en “celdas transparentes” dispuestas en un edificio circular de varios pisos. En el centro se erige una torre de mayor altura que el edificio donde se encuentra el vigilante. De tal manera que puede observar cada movimiento de los reos “sin ser visto”. 

La justificación del proyecto fue de orden económico, moral y político. Económico, porque su funcionamiento resultaba más módico que las antiguas cárceles amuralladas. Moral, por que la idea era acabar con las colonias penitenciarias, los presidios amurallados y las naves penitenciarias. Político, por que la rehabilitación del preso debía transcurrir de “modo automático”. Al sentirse vigilados por un observador que no podían observar, se suponía que los reos cobrarían conciencia de que “la sociedad no perdía de vista a nadie”. Para corregir sus almas, cada domingo la torre se transformaría en una capilla que otorgaría servicios religiosos a todos los encarcelados por igual sin necesidad de abandonar sus celdas. 

El amor propio que Bentham profesó por sí mismo –debió haber sido un hombre muy amado– alcanzó proporciones inéditas. Legó su cuerpo a los estudios de la medicina bajo la condición de que lo embalsamaran y lo expusieran en público como un “autoicono”. El mismo Bentham diseñó el pedestal civil que debía alojarlo. En la actualidad, la momia puede visitarse en University College of London, y nos mira a los ojos firmemente como el vigilante providencial que imaginó en la torre vigía de las cárceles. 

Aunque nunca fue olvidado del todo, quien le otorgó la estatura de su actual fama fue Michel Foucault. El historiador francés entrevió que su genialidad era auténticamente universal, porque el panóptico no sólo constituía el orden que regía a las cárceles modernas, sino a la mayor parte de los sistemas de vigilancia. Escuelas, hospitales, ejércitos, manicomios funcionan bajo el mismo régimen disciplinario. 

En las últimas dos décadas, la profusión de los sistemas digitales ha traído consigo una auténtica revolución en los métodos de vigilancia. El ciudadano actual es observado, vigilado y perseguido desde que despierta hasta que se duerme; incluso durante el sueño no escapa a ello. Las cámaras lo detectan en las calles, en las oficinas, las escuelas, los hospitales, las tiendas, el Metro. Los algoritmos saben lo que ve y disfruta. Los sistemas de rastreo pueden capturar sus conversaciones privadas en el celular y descifrar sus mensajes de Whatsapp. El panóptico se ha extendido a cada milímetro de la vida cotidiana. 

Existen, sin embargo, dos diferencias con respecto al viejo principio ideado por Bentham:

1) La cámara es un ojo sin párpado. Nunca deja de observar y registrar; no descansa. Cierto, como explica Gérard Wajcman en El ojo absoluto, sólo cuenta con la facultad de la visión, no de la mirada, si por lo primero entendemos el acto de observar lo que aparece ante de la vista; y a diferencia de la segunda, que evoca la operación de fijar la vista de manera deliberada. No obstante, el número casi infinito de cámaras que hoy funcionan simultáneamente, con sus respectivos registros, deberían producir el efecto de la mirada. 

2) En la esfera digital, todos vigilan a todos. Lo cual produce un efecto de “pecera” que ensancha y dispersa el campo de vigilancia, a diferencia de la teológica torre de Bentham que lo fija en un solo punto. Que “todos vigilen a todos” no significa que todos cuenten con los mismos recursos para hacerlo. La ceñida memoria de una computadora personal es irrisoria frente a un campo de registro de varias hectáreas de Facebook. 

La pregunta supone una paradoja: si los sistemas de vigilancia se han sofisticado al grado de alcanzar la vida íntima y personal, ¿Cómo explicar que el crimen y la delincuencia, sea en la ciudad que sea –llámese: París, Nueva York, Santiago o la Ciudad de México–, han intensificado exponencialmente su capacidad de acción?

Imagen ampliada


Venezuela: candidaturas de a pie vs nodos conspirativos

La extrema derecha radical no se ha dormido.

Semiótica de los infiltrados

Cuando aparecen los infiltrados en las propias líneas hay que explicar cómo, cuándo y dónde hubo “descuidos”, complicidades o deslices

Meta se va a la guerra

Como Mambrú, Zuckerberg se fue a la guerra y a saber en qué otras perversiones andarán él y sus cibercompinches
Anuncio