Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de marzo de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La violencia en la democracia
L

as profundas divisiones sociales y económicas que enfrentan no pocas naciones se han convertido en una preocupación cada vez más grande en muchas de ellas. En torno al tema se escriben a diario opiniones, investigaciones y libros sobre la forma en que la convivencia entre los ciudadanos de las más diversas filiaciones políticas se deterioran día a día.

En un libro publicado en 2022, Nathan Kalmoe y Lilliana Mason describen la forma en que –frecuentemente propiciada por el liderazgo de los partidos– la agresividad política en la sociedad estadunidense ha evolucionado a lo largo de la historia de Estados Unidos. El conflicto político no es extraño en la sociedad americana, pero pocas veces ha llegado a los extremos que hoy por hoy encabezan amplias fracciones de los partidos políticos. La violencia culminó en la guerra civil de Estados Unidos, e incluso originó un vuelco político radical cuando el partido republicano defendió los derechos de los negros y los demócratas defendieron el status quo característico de la esclavitud” ( Radical American Partisanship, University of Chicago Press).

Al pasar de los años, los republicanos cambiaron curso y han apostado a mantener, e incluso profundizar, la jerarquía social conservadora, mediante métodos antidemocráticos que rayan en la violencia. Los demócratas, en cambio, se han erigido como el partido liberal que mediante prácticas democráticas pugna por el desmantelamiento de las normas que perpetúan el status quo conservador.

Se han tratado de equiparar los métodos violentos de algunos grupos conservadores con las protestas pacíficas de miles que luchan por los derechos humanos, pero, agregan los autores, no es correcto escribir un libro en el que la violencia de grupos extremistas propiciada por algunos republicanos se equipare a la de los demócratas. Trump equiparó a unos y otros y los autores encontraron que al menos 20 por ciento de los republicanos justificaban la violencia política, comparada con uno de cada ocho demócratas. A diferencia de Gore, quien admitió su derrota en una elección dividida y contenciosa, Trump llamó a la sedición cuando fue claramente derrotado en 2020. Una de las conclusiones que se puede derivar del libro es que la sociedad está profundamente dividida y hastiada de la violencia política y temen que crezca aún más.

Llama la atención que antes de las elecciones intermedias de 2022, la organización PEW en una encuesta halló que los asuntos que más preocupaban a los republicanos eran la economía, el crimen, la migración y la política externa; en cambio para los demócratas temas como el futuro de la democracia y las elecciones, la salud, la educación y el aborto, tenían mayor relevancia. De ser el caso, las desigualdades económica y social han pasado a segundo término como motores del cambio. Habrá que poner en perspectiva la idea de la inequidad económica y social como los factores de las revueltas sociales, al menos en lo que se refiere a Estados Unidos. Se puede concluir que el partido republicano, con Trump a la cabeza, desplazó a segundo término el problema de la desigualdad económica, aunque con su actitud arbitraria logró que entre los votantes el problema de la legitimidad y la representación pasara al primer lugar de sus preocupaciones.

Un ejemplo es la forma en que modificó el balance en la Suprema Corte de la Nación convirtiéndola en ariete de la derecha con el nombramiento de magistrados de dudosa independencia, integridad y capacidad jurídica. La secuela es el aval de la mayoría conservadora de sus integrantes en contra del aborto y la posibilidad de la supresión de los derechos de minorías sexuales, los de acción afirmativa y tantos otros conquistados con la perseverancia en largas y no menos dolorosas luchas.

La lucha por la democracia no puede, ni debe echar mano de argumentos que llaman a la división y la crítica más soez del contrario, métodos que dejan de lado la construcción de puentes para el entendimiento y privilegian su demolición. Es el sentir de los más sensatos comentaristas de opinión política y sería una de las conclusiones que entre líneas se desprenden del libro en cuestión