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Pancho Villa y la leyenda negra
L

a crítica y la confrontación de fuentes, junto con la comprensión del contexto de quien la escribe, son claves del oficio de historiar. A pesar de ello, hay veces que los más serios estudiosos caen en las trampas de las fuentes. Pongamos dos ejemplos: en prácticamente todos los libros de historia de la mal llamada conquista de México se establece que el 8 de noviembre de 1919 Motecuzoma habría entregado la soberanía del inexistente imperio mexica. Y lo repiten tantos libros porque en las fuentes está así establecido, por ejemplo, de manera muy plástica, el Códice Florentino en la versión traducida por Miguel León-Portilla en su Visión de los vencidos. Sin embargo, ¿cuántos de quienes escribieron el significado del discurso de Motecuzoma lo escucharon? Sólo una persona: Hernán Cortés… y aunque hemos mostrado que las coas no pudieron ser así, la mayoría lo siguen creyendo con base en una sola fuente de primera mano sin someterla a la crítica. El otro ejemplo es cuando Pancho Villa, avanzando desde Torreón hacia Irapuato a principios de abril de 1915, declaró a la prensa que atacaría Celaya con 30 mil hombres (en realidad, llevaba unos 11 mil). Álvaro Obregón no se comió el bulo, pero ¡cuántos historiadores han repetido esa cifra!

Así en cuanto a la leyenda negra antivillista: los que la quieren creer, creen cualquier cosa sin contrastarla ni confrontarla. Esa leyenda tiene tres momentos centrales: las brutalidades que harían del Pancho de antes de 1910 un criminal despiadado; el terror de diciembre de 1914; y sobre todo, sus acciones de violencia inaudita en el periodo 1916-19. Los espeluznantes cuentos del primero de esos momentos han sido revisados y desechados a la luz de la documentación por Jesús Vargas Valdés en su libro Villa bandolero. Vayamos pues al terror que en diciembre de 1914 habría azotado la Ciudad de México cuando Villa y Zapata intercambiaron víctimas y sus hombres asesinaron a más de 200 pacíficos de clases acomodadas. Las dos fuentes principales de ese terror son las magistrales plumas de Martín Luis Guzmán ( El águila y la serpiente, 1927) y José Vasconcelos ( La tormenta, 1936), el primero buscando que Obregón y Calles lo perdonaran (y por eso, tan distinto el Villa de este libro al de Memorias de Pancho Villa, publicadas durante el cardenismo) y el segundo ya en abierta ruta hacia el fascismo, preñado de odio contra la revolución y racismo contra los indígenas y campesinos (esto es un esbozo de crítica de fuentes: ¿quién lo publicó?, ¿cuándo?, ¿qué intenciones tenía?, etcétera).

Ya nos ocupamos de un asesinato atribuido falsamente a Villa en esos días (¿Quién mató a Paulino Martínez? https://www.jornada.com.mx/2019/06/ 11/opinion/014a1pol), pero vayamos a lo central. Asegura Vasconcelos: Noche a noche los villistas plagiaban vecinos acaudalados, fusilaban por docenas a pacíficos desconocidos y era notorio que en el propio carro de Villa, los favoritos [...] se repartían los anillos, los relojes de los fusilados la noche ­anterior.

Era notorio es una de las frases manidas de la teoría de la historia llamada me contó mi abuelita, teoría que hace innecesaria la engorrosa labor de corroborar los hechos o confrontar las fuentes. Como nosotros no comulgamos con esa teoría, sino que nos guía Antonio Machado (de esta segunda inocencia / que da en no creer en nada), debemos dudar de todo y de todos, así que busqué formas de corroborar: si se secuestró y asesinó a decenas, cientos de pacíficos, mayoritariamente pertenecientes a clases acomodadas que escriben y tienen voz (y a quienes les habrían dado todos los espacios posibles después de 1916), ¿dónde están los nombres de los ejecutados, los plagiados, de las mujeres violadas? En ningún lado, ni siquiera en los muy interesados informes de cónsules y enviados extranjeros. Las fuentes de Vasconcelos tienen uno de los postulados fundamentales de la teoría me contó mi abuelita: la afirmación que se basa en la autoridad de quien dice yo lo vi, al que el lector estaría obligado a creerle.

¿Qué sí hay? Los nombres de una docena de ejecutados por razones políticas, como el general García Aragón y el coronel Berlanga, o muertos en duelos, como el general Rafael Garay a manos del general Juan Banderas. Paco Taibo dedica uno de los capítulos más brillantes de su Pancho Villa a esta calumnia atractiva y la desmonta ­cuidadosamente.

El segundo momento en que se ceba la leyenda negra tiene un preámbulo en San Pedro de la Cueva. Sonora, en diciembre de 1915, y los hechos de sangre que se magnifican hasta lo superlativo ocurrieron entre finales de 1916 y principios de 1920, durante la despiadada guerra contrainsurgente (que no genocida) de los carrancistas. En un tercer y último artículo lo revisaremos.

Pd: sobre Pancho Villa violador, este texto de John Reed: https://www.facebook.com/pedro. salmeron.79/posts/10226126370521700