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Ordenar (algo) el caos sistémico
E

l caos sistémico es tan profundo y los medios monopólicos que desinforman están tan naturalizados, que resulta difícil hacerse una composición clara de dónde estamos, un paso ineludible para intentar descifrar adónde vamos. Aún sabiendo que el intento puede quedar corto o salir rematadamente mal, ahí van algunas ideas sobre lo que vivimos.

En la escala global, el análisis del think tank Laboratorio Europeo de Anticipación Política, en su boletín 171, parece acertado: Un nuevo paradigma macroeconómico y geopolítico sigue tomando forma y creemos que la Unión Europea se verá principalmente debilitada, detrás de su protector histórico, Estados Unidos, que preserva su poder mundial junto a una China en la encrucijada y una India floreciente (https://bit.ly/3wqD8PH).

A renglón seguido, destaca que América Latina corre el gran peligro de sucumbir una vez más a la influencia estadunidense, sin que ello le impida relanzar dinámicas de cooperación dentro de su continente. En suma, Europa y América Latina seguirán subordinadas a Estados Unidos y, por tanto, serán las que tendrán más dificultades para encontrar su lugar en el nuevo mundo.

En segundo lugar, debemos mirar lo que sucede en la cotidianidad de nuestras sociedades. El portal brasileño Passapalavra escribe sobre la ultraderecha: estamos ante un gran movimiento social que nace de la barbarie de territorios cada vez más manejados por la violencia directa de una normativa que se aleja de la lógica de los derechos sociales, anclada en prácticas capitalistas que mercantilizan desde los territorios populares hasta los propios cuerpos mercancías (https://bit.ly/3wdIAWh).

La autora del texto, la urbanista Isadora de Andrade Guerreiro, afirma que el progresismo no es capaz de leer lo está fuera de la institucionalidad dominante. El mundo del crimen (entendido como el conjunto de la acumulación por despojo), diluye las fronteras entre trabajador y delincuente, entre legalidad e ilegalidad. Una vez disuelto aquel mundo cohesionado de la sociedad salarial, a través de las guerras en curso, la sociedad está en proceso de reorganización.

Este modo de producción criminal necesita una nueva institucionalidad, con otras formas de legitimación política y social. Podríamos decirlo de otro modo: la acumulación por despojo/extractivismo/cuarta guerra mundial, genera nuevas formas políticas e instituciones, que van cobrando forma sobre los escombros de las viejas repúblicas y las democracias decadentes.

En una tercera dimensión, entre ambas escalas, entre la macro y la cotidiana, la militarización de nuestras sociedades no deja de crecer, en un proceso complejo y por ahora irreversible, que nace arriba y se reproduce abajo. La militarización afecta a toda la sociedad, es la forma que se va dando el capitalismo en este periodo de despojos. Por arriba tenemos el modelo mexicano, como lo nombra Silvia Adoue, docente de la Escuela Florestán Fernandes del MST, para quien las fuerzas armadas van asumiendo nuevos roles estructurales (https://bit.ly/3kAfCNO).

La militarización se impone en las empresas estatales y en el control de la Amazonia, como en el Brasil de Bolsonaro; pero también se militariza el orden público y hasta las universidades, como en el Perú actual. El objetivo, en todos los casos, consiste en blindar el modo de acumulación: la minería a cielo abierto, los monocultivos, las grandes obras de infraestructura, para facilitar la apropiación de los bienes comunes y el flujo de las commodities.

Con base en estas tres miradas (global, local e intermedia), podemos llegar a comprender cómo las clases dominantes están remodelando el sistema, manu militari, para sostener un nuevo sistema quizá no tan capitalista, manteniendo el colonialismo y el patriarcado. Esto es lo primero y lo primordial.

Los progresismos son cómplices de este proceso al impulsar la militarización y el militarismo. Esta izquierda habla de derecha, de ultraderecha y hasta de fascismo, para no hablar de los aparatos armados del Estado, o sea del núcleo del Estado-nación que oprime a los pueblos, que es intrínsecamente colonial-patriarcal.

Son las fuerzas armadas las que engendran los grupos paramilitares y narcotraficantes, directa o indirectamente, al proveerles armas, entrenamiento y expertos fogueados como los militares retirados, colocando logística e inteligencia a su servicio.

La izquierda electoral no tiene una política hacia las fuerzas armadas, se subordina a ellas y esquiva su responsabilidad culpando de todos los males a la derecha y, cuando fracasa, se limita a gritar golpe sin movilizarse.

Entiendo que no es nada sencillo enfrentarse a las manadas armadas, legales o ilegales. Más difícil aún es hacerlo eludiendo la confrontación armada que tanto dolor causó en el pasado. Por eso debemos crear una nueva política, que sea capaz de afrontar el estado de excepción permanente en el que sobreviven los pueblos.