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Giorgia Meloni y el fascismo reseteado
U

no. El mundo se vuelca hacia la ultraderecha. Bien. No preguntarse, por ende, de cuál mundo se trata. El mainstream periodístico y académico cerrará filas, diciendo que tal inquietud sería políticamente incorrecta.

Dos. Ejemplo: “El gobierno de extrema derecha liderado por Giorgia Meloni prestó juramento ante el presidente de la República […] Joe Biden y la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, felicitaron (sic) por separado a la ultraderechista […]”, (agencias, 23/10/22).

Tres. Dicho eso, siguiente pregunta incorrecta: ¿asistirán los diplomáticos de Biden y la CE al brindis que pasado mañana convocará la flamante primera ministra para celebrar la Marcha sobre Roma que Benito Mussolini (su alter ego), lideró hace 100 años?

Cuatro. ¿Por qué no? Antes de asumir el cargo, la lideresa de Fratelli d’Italia, apoyada por otros partidos de perfil similar (Liga del Norte, de Matteo Salvini; Forza Italia, de Silvio Berlusconi), dejó en claro su alineamiento con Washington, la OTAN, y Volodimir Zelensky, el títere nazisionista de la CIA en Ucrania.

Cinco. Ahora bien. Giorgia, Salvini, Berlusconi, más Le Pen, Abascal, Trump, Bolsonaro et al… ¿fascistas de verdad o placebos 5G de la ultraderecha neoliberal?

Seis. Los seguidores de Giorgia no cantan con igual vigor Giovinezza (Juventud), el himno del Partito Nazionale Fascista (PNF, 1922-43). En su lugar, el ruido seudolibertario y antipolítico del rock heavy, supremacista, antifeminista, homófobo, con grandes cargas de fobia contra los inmigrantes de color (gracias a Dios, los ucranios son blancos).

Siete. En suma: comediantes funcionales al capitalismo delictivo realmente existente. Erróneo, por ende, extrapolarlos al decenio de 1920. A no ser que sigamos con el cuento de que la supuesta revolución de Mussolini fue una comedia. Calificativo acuñado por un testigo de la Marcha sobre Roma, el escritor inglés Israel Zangwill (1864-1926), con cierto prestigio en su época.

Ocho. Llama la atención, entonces, que en un portal argentino de ineludible consulta, un autor de excelencia atribuya dicho calificativo al escritor italiano Curzio Malaparte (1898-1957): la revolución de Mussolini no es una revolución: es una comedia (La escena contemporánea y el fascismo, El cohete a la luna, 23/10/22).

Nueve. ¡Ups! El calificativo fue de Zangwill, y Malaparte se encargó de refutarlo en una crónica de 1928, donde explica la génesis del golpe de Estado de Mussolini. Y en su calidad de militante y destacado intelectual fascista, contaba con credenciales para poner las cosas en su lugar (Teoría del golpe de Estado, Ed. Americana, Buenos Aires, 1953, cap. VII, pp. 115-147).

Diez. Con los años, Malaparte renunció al fascismo... lamentando la traición de Mussolini al programa social del PNF. Más tarde pidió a su amigo Palmiro Togliatti incorporarse al Partido Comunista. No fue aceptado. Pero en ensayos y novelas, abundó en detalles acerca de las feroces prácticas fascistas.

Once. Quizá, la confusión del autor de El cohete se deba a los textos del sionista israelí Zeev Sternhell (1936-2020), notable (sic) historiador del fascismo que calificó la Marcha sobre Roma de expedición grotesca. Un modo de bajarle el precio a la guerra civil, y férrea resistencia de los comunistas italianos (1920-22). ¿Ni insurreción popular, ni golpe de Estado? Para nada: insurreción popular y golpe de Estado fascista, respaldado por la alta burguesía y el rey Víctor Manuel III.

Doce. En los años de posguerra y reconstrucción, Pier Paolo Pasolini (1922-75) escribió un poemario profético frente a la tumba de Antonio Gramsci: ¿Me pedirás tú / muerto descarnado / que abandone la desesperada / pasión de estar en el mundo? (Las cenizas de Gramsci, canto VI, 1957).

Trece. De su lado, el periodista español Julio Ocampo (radicado en Italia), recordó que en 1975 “Pasolini publicó un polémico artículo en el Corriere della Sera. Lo tituló El vacío de poder en Italia, aunque pasó a la historia como La scomparsa delle lucciole (La desaparición de las luciérnagas).

Catorce. Sigue: Con esta metáfora (Pasolini) no se refería a un vacío de poder en sí mismo. Ni siquiera directivo o político. Era un vacío de poder en sí mismo. Porque el problema no era la ocupación del poder, sino cómo se llevaba a cabo haciendo caso omiso a determinadas responsabilidades (https://cutt.ly/6NadcDX).

Quince. Giorgia ganó democráticamente las elecciones… con casi 40 por ciento de abstención (entre 1950 y 1970 era de 10 por ciento). Cabe, entonces, la pregunta incorrecta final: ¿los italianos se convirtieron al neofascismo, o el triunfo ultraderechista terminó de matar a la política en el país que la inventó?