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Educación a los más pobres

Escenario enclavado en la selva yucateca

Xocén, más de tres décadas de teatro campesino e indígena

En los 80, ese arte era la única diversión de la comunidad; hoy, su orgullo

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▲ Integrantes del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena durante una función.Foto Roberto García Ortiz
Enviada
Periódico La Jornada
Sábado 22 de octubre de 2022, p. 4

Valladolid, Yuc., En un espacio escénico enclavado en la selva de Xocén, un grupo de dramaturgos y actores indígenas representan en lengua maya obras de William Shakespeare, Federico García Lorca, Emilio Carballido… Forman parte del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena (LTCI) establecido por María Alicia Martínez Medrano, creadora de un vasto movimiento cultural en territorio maya.

Concebido como un teatro por y para el pueblo, Martínez Medrano –fallecida en 2018– fundó, junto con Cristina Payán, el LTCI en 1983 en Oxolotán, Tabasco, y con el apoyo de Julieta Campos, esposa del entonces gobernador de ese estado, Enrique González Pedrero, logrando escenificar, por primera vez en la selva, Bodas de sangre, de García Lorca.

Más tarde, en 1989, tanto la dramaturga como Delia Rendón, actual directora del LTCI, siempre con el apoyo de Cristina y Carlos Payán, quien años antes había fundado La Jornada, establecieron la segunda sede de estos laboratorios teatrales en Xocén.

Tres décadas después, para esa comunidad el teatro campesino es su principal orgullo. Sus habitantes cuentan que en el lugar donde se estableció el proyecto cultural se encontró una piedra única, que antiguos pobladores denominaron campana tunich por el sonido que reproduce al golpearla, que significa fiesta, alegría y diversión.

En ese lugar se aplica el sistema de enseñanza teatral creado por su fundadora, que permite y alienta la actuación de agricultores e indígenas mayas de Xocén y de poblaciones aledañas.

Este espacio nos lo prestó la comunidad hace más de tres décadas para que hiciéramos el teatro, y es de ellos. Llegamos en agosto de 1989. Primero venimos a preguntarles si querían hacer teatro con nosotros, pues también queríamos venir a vivir a la comunidad. Al principio accedieron con desconfianza, con un poco de recelo, porque no nos conocían, pero nos dieron su anuencia para iniciar, recuerda Rendón.

En un claro de la selva, al aire libre, aprovechan la luz natural y los sonidos de las aves y animales del monte para la producción. Sus butacas son piedras blancas propias del terreno, y se resguardan del calor bajo las copas de árboles. Una vez traducidas al maya por dramaturgos de la comunidad –sin importar a qué se dediquen–, en cartelera anuncian obras como “¿Quién anda ahí? (¿Máax yan te’elo?)”, una comedia de enredos de Emilio Carballido, que arranca sonoras carcajadas a los espectadores.

Que el teatro esté en nuestra comunidad es un orgullo. A mí me gusta venir a ver actuar a mis amigos, vecinos y compañeros de clase, puedes reír, llorar o enojarte, además de que se habla en mi lengua y eso nos ayuda a conservarla, señala Lorenzo, vecino de la comunidad, quien también ha participado en el montaje de algunas escenografías.

Con la puesta en escena de Carballido, y de la obra Xiu, hashish, churro, de Maricela Canul Nahuat, en la cual se alerta de los riesgos del consumo de drogas, los habitantes de Xocén celebraron en septiembre pasado la graduación de los primeros egresados de la sede Valladolid de las Universidades para el Bienestar Benito Juárez García (UBBJ).

Producciones en lengua maya

Para crear el espacio escénico, convocamos a niños y jóvenes. Empezamos a dar clases de voz, dicción, biomecánica y danza, a hacer ejercicios de teatro, primero de los animales, representando su entorno, y luego los habitantes fueron narrando sus historias, lo que les pasaba en casa, en la escuela. Así, la gente se fue acercando y logramos grandes producciones en lengua maya, cuenta Rendón.

Recuerda que en los años 80, cuando surgieron los LTCI, el teatro fue para las comunidades indígenas del sureste del país su única diversión, porque en esa época no había nada, ni celulares ni televisión. Venían a diario a las clases y aplaudían, decían qué les parecía, nos comentaban: ‘a éste no le oíamos, a él sí’, y se volvieron críticos del teatro, como hasta ahora”.

Los pueblos indígenas, subraya, son gente de teatro. Lo hacían, aunque no lo llamarán así, desde los tiempos prehispánicos. Si vemos sus ceremonias, sus ofrendas, todos los rituales que tienen, son muy teatrales.

Nataly Andrea, Norma Aracely, Jheymmi Esmeralda, originarias de Xocén, actrices y alumnas de secundaria, acuden a clases de actuación desde los cuatro años. Para ellas el espacio escénico “es un orgullo. Es nuestra cultura. Aquí representamos la obra Momentos sagrados mayas, de la maestra María Alicia, con más de 200 actores”.

Expresarse en maya no sólo es el día a día en la comunidad, es un enorme orgullo. Valoramos nuestra lengua comunicándonos con ella, es una cosa única. Es algo que no se debe perder, es una costumbre como el oro, vale mucho, dice Nataly Andrea, quien recuerda que una amiga suya, estudiante de bachillerato, escribió una de las obras más entretenidas.

La lengua maya une no sólo a la comunidad con el teatro, sino también con la labor que realizan decenas de alumnos de la sede Valladolid de la UBBJ, quienes desarrollan sus aptitudes como futuros maestros con clases de expresión teatral. Silvia Duarte Rosas, coordinadora académica de la sede, asegura: el teatro es arte, educación, porque un maestro tiene que ser un actor. Tiene que sentir, que vivir el momento, expresar los conocimientos con emoción y fuerza.