Opinión
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Suicidios en cadena
A

últimas fechas se ha hecho común en el género del horror una tendencia que los amantes de las etiquetas han llamado high concept. Es decir, una premisa original y llamativa que rige toda la narrativa. La película Sonríe, del debutante Parker Finn, se inscribe en esa categoría, si bien su premisa deriva de ejemplos anteriores como Está detrás de ti (David Robert Mitchell, 2014) y El legado del diablo (Ari Aster, 2018).

Después de un prólogo que cobrará sentido más adelante, Sonríe sitúa su acción en un hospital siquiátrico donde la sicoterapeuta Rose Cotter (Sosie Bacon, hija de Kevin) atiende a la estudiante Laura (Caitlin Stasey) en estado de histeria extrema. Ella explica ser perseguida por una entidad maligna, que adopta el físico de personas conocidas y la amenaza portando una sonrisa sardónica en el rostro. Enseguida, la joven toma un fragmento filoso de un florero roto, sonríe y procede a degollarse. Alterada, Rose descubre que Laura había atestiguado cómo un profesor se mató dándose de martillazos en la cabeza.

Eso es todo. Con ese punto de partida, Finn (quien también fungió de guionista) describe el creciente deterioro físico y mental de su protagonista, en tanto ella descubre una cadena de suicidios aparatosos, cometidos delante de un testigo que, a su vez, procederá a matarse en un lapso no mayor de una semana. En el proceso, Rose logrará enajenar a su prometido Trevor (Jessie T. Usher) y a su hermana Holly (Gillian Zinser); sólo su ex novio, el policía Joel (Kyle Gallner) la ayudará a emprender una investigación sobre dicha cadena. No ayuda el hecho de que Rose sufrió cuando niña un trauma mayúsculo: vio cómo su mamá se suicidió sin poderla ayudar.

El concepto es, como en Está detrás de ti, de una maldición contagiosa. No hay salida, una vez que el objeto de la maldición atestigua un suicidio sonriente, a menos que aquél cometa un asesinato. Hay algo muy inquietante en esa idea de la sonrisa, un gesto normalmente asociado con la cordialidad, como preludio a un acto espeluznante. Y, por supuesto, hay una fuerte sensación de paranoia. Cada personaje es susceptible de revelarse como una amenaza sonriente.

Un ritmo trepidante sostenido a lo largo de casi dos horas no ofrece respiro. Finn se ha encargado de usar mañosamente los elementos a su servicio para agobiar al espectador. La banda sonora mezcla una música extraña y estridente con sonidos exagerados (por ejemplo, un teléfono suena con el volumen de la alarma sísmica). Dicho efectismo llega a su máxima expresión mediante cortes repentinos a figuras amenazantes, que resultan ser las espantosas alucinaciones de la protagonista. Ese ardid es tramposo, pero eficaz.

Igualmente efectiva es la fotografía de Charlie Sarroff, que mantiene toda la película en tonos apagados y una atmósfera lúgubre, favorecedora de las apariciones en las sombras. Así, un hecho tan banal y cotidiano como la fiesta de cumpleaños de un niño se siente incómoda, hasta la culminación en un acto macabro.

Aunque Sonríe no inventa el agua tibia ni mucho menos, si sitúa a Parker Finn como un director promisorio en esta nueva ola afortunada del cine de horror.

Sonríe (Smile)

D y G: Parker Finn/ F.en C: Charlie Sarroff/ M: Cristóbal Tapia de Veer/ Ed: Elliott Greenberg/ Con: Sosie Bacon, Kyle Gallner, Jessie T. Usher, Robin Weigert, Kal Penn/ P: Paramount Players, Temple Hill Entertainment. Estados Unidos, 2022.

Twitter: @walyder