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Democracia plebiscitaria
L

a diferencia central entre el populismo y la democracia plebiscitaria estiba en que en la primera se movilizan a masas en tiempo real, mientras en la segunda se movilizan audiencias.

Democracia desfigurada. Si la democracia está articulada a partir de dos esferas: la esfera de la voluntad –elecciones e instituciones representativas–, y esfera de la opinión –el ámbito del debate y las opiniones políticas–, como postula Nadia Urbinati; una de las deformaciones de la democracia es el régimen plebiscitario. Este régimen promete recuperar la noción de pueblo como signo de identidad colectiva, pero convirtiendo a las masas en espectadores. Para la politóloga italiana hay tres regímenes que deforman a la democracia: el gobierno de los expertos -como el que tuvimos en México a fines del siglo pasado-, el populismo –como el que tuvimos en el largo periodo del priísmo–, y la democracia plebiscitaria que comienza a despuntar en este sexenio sin que se haya consolidado aún.

Debilidad institucional. En la medida en que se debilitan los parlamentos como consecuencia de la desarticulación e incluso el desplome del sistema de partidos, crece el atractivo hacia una democracia que se legitima a través de las audiencias –el contacto directo con el pueblo–, y se configura la narrativa del rechazo a una democracia pretendidamente representante sólo de las élites.

Unidad nacional. El mito de la unanimidad o de una unidad mas profunda que la aritmética electoral, le da el aura a la política plebiscitaria como si fuera la expresión de una democracia más sólida y directa. Esa era la sensación que se llevaban las audiencias cuando con Berlusconi escuchaban en los canales de televisión de su propiedad, encendidos discursos nacionalistas y filosofía barata sobre el ser italiano.

Representación e intermediación. Como bien se sabe –y muchos teóricos de la democracia lo afirmaron– la idea de los cuerpos intermedios y de la representación política son formas de domesticar a la democracia. Con esto quiero significar que, por su intermedio se buscaba y en general se hizo con éxito por décadas en muchos países occidentales, encuadrar el conflicto social y encontrarle salidas pacíficas. Se partía, desde luego, que el conflicto social es consustancial a la sociedad. Para mucho, en el campo iliberal, sea gobierno de expertos, populismo o democracia plebiscitaria, el conflicto es provocado en parte por la presencia de los partidos y las distintas formas de representación social. Así pues, mecanismos de expresión directa del pueblo sin intermediaciones pueden según esta visión, resolver los conflictos a través de la apelación a la buena voluntad de la gente.

Polarización. Ocurre más bien lo opuesto. La polarización discursiva aparece casi instintivamente a través del líder carismático cuando apela a las audiencias por medio de los distintos medios electrónicos, a favor de una idea de progreso y bienestar que enfrenta enemigos internos y externos. Interpelar directamente al pueblo hace imposible las negociaciones y favorece el activismo del dirigente, quien establece las condiciones bajo las cuales operan los acuerdos en su régimen.

Rendición de cuentas. En la democracia plebiscitaria la rendición de cuentas vía procedimientos e instituciones –equilibrio de poderes–, se sustituye por el referéndum diario que se mide en los índices de popularidad. Ver al presidente o al primer ministro constantemente expuesto en público trasmite una sensación de transparencia y de sinceridad en el mensaje. Desde luego que esto no excluye, sino que más bien exige una mise en scène. Esta puesta en escena es consustancial al otro componente clave de la democracia plebiscitaria que es el uso del simbolismo. La batalla de los símbolos es la batalla política por antonomasia. En el caso de AMLO la batalla la ganó desde los primeros meses de su elección aún antes de su toma de poder.

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