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China: la interrogante
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finales de los años 70, China comenzó un proceso que cambiaría para el bien el destino de millones de habitantes de la nación más poblada del mundo. El conjunto de reformas impulsadas por Deng Xiaoping, entre las cuales se encontraban el desarrollo de zonas económicas especiales en el sur, impulsó a la economía del país asiático hasta establecerse como una potencia económica global.

A partir de entonces y con su entrada a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en diciembre de 2001, China ha logrado posicionarse como uno de los socios comerciales más relevantes, transformando la manufactura y comercio mundial. Hoy la economía asiática representa entre 13 y 15 por ciento del total de las exportaciones globales y cuenta con el segundo PIB más grande del mundo, lo cual, como lo demuestra, la iniciativa de la franja y la ruta, le ha permitido comenzar a proyectar su poder hacia otras latitudes.

Hace cuatro décadas China comenzó un experimento político que, con claroscuros, hasta ahora ha resultado exitoso, exportar la competitividad de su mano de obra, para sacar a millones de seres humanos de la pobreza. Hoy, sin embargo, persigue un objetivo distinto, pero no por ello menos ambicioso: crear una clase media con mayor poder adquisitivo, esto es, pasar de un modelo dependiente de salarios bajos y exportaciones, a uno impulsado por la productividad y el consumo doméstico.

La transformación de la economía China es evidente en múltiples ámbitos. Uno cercano a nuestro propio país, México, es que los salarios en el sector manufacturero chino, hace menos de 10 años 300 por ciento inferiores a los mexicanos, hoy en día están por encima de los ofrecidos en este país. Hecho que muestra nuevamente la intención del país asiático de rotar las fuentes de crecimiento de su economía, de un modelo de exportación basado en bajos salarios a un modelo de consumo interno basado en mayor productividad y, por tanto, mejores salarios, aprovechando a su vez la enorme población con que cuentan.

Otro aspecto importante es la intención de China de transitar de un modelo o basado en inversión excesiva financiada con crédito cuasi público, que ha llevado a un alto nivel de endeudamiento de la economía y la creación de ciudades fantasmas a un modelo en el que un mayor poder adquisitivo permita mayor consumo, incluido de inmuebles creados durante la burbuja de inversión. En este sentido, el crédito crece hoy a tasas más moderadas, pero se asigna de manera productiva a actividades con mayor ­rentabilidad.

Este último punto es clave. China parece estar siendo capaz de evitar la llamada trampa de ingreso medio, que no es sino la incapacidad de un país de pasar de ser un país con pobreza a un país desarrollado. Lo que parece estar logrando China de manera exitosa es migrar de un régimen de imitación (pensemos en la piratería o simplemente en la imitación de productos generados en países desarrollados) a innovación propia (pensemos en manufactura china de alta tecnología).

El hecho de que en años recientes China haya superado a países como Reino Unido, Francia y Sudcorea en el número de patentes obtenidas, o que su industria de vehículos eléctricos y la inteligencia artificial sean de las más desarrolladas del mundo, nos invita a pensar que en cierta medida China está cumpliendo con los pasos necesarios para lograr sus objetivos. Sin embargo, esta transición económica exitosa supone desafíos sociales y políticos muy importantes. Un modelo de innovación descansa en educación superior, mientras uno de imitación es más afín a la educación media y técnica. En este sentido, la educación necesaria para cumplir los objetivos que se ha trazado el gobierno chino supone una mayor conciencia social, y con ella, muy probablemente, mayores demandas democráticas de la población.

La necesidad del gobierno de China de crear un régimen económico basado en la innovación contrasta con el férreo control que ejerce sobre la población, un control basado en la censura, así como la consecuente limitación de las libertades y observación constante opuesta a los valores económicos que persigue. Como han señalado autores como Viktor Shvets, históricamente la clase gobernante de China ha alternado periodos de apertura y expansión con periodos de aislamiento y control.

Hoy, cuando China parece estar colocada en la misma disyuntiva, será interesante ver si los objetivos económicos de las autoridades son compatibles con un modelo que restringe las libertades de su población. Históricamente, no ha sido el caso, pero ciertamente las autoridades nunca habían contado con las posibilidades tecnológicas con que hoy cuenta el gobierno de China. Al tiempo.