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El silencio de las palabras
E

l escritor italiano Leonardo Sciascia, al notar la ausencia del tiempo futuro en la lengua siciliana, escribió: ¿Cómo no ser pesimista en un país donde no existe el futuro?

Una rápida y ligera reflexión sobre la inexistencia del futuro en un idioma abre perspectivas infinitas a la imaginación. Así, escucho la entrevista de un historiador francés residente en Palermo, donde se instaló para intentar explicar cómo se vive cuando no se posee la capacidad de anticipación debido a la falta del futuro en el verbo. ¿Cómo expresan, entonces, que irán o harán tal cosa, si su lengua carece de ese tiempo?, pregunta el entrevistador. “A través de una perífrasis, por ejemplo: para decir: ‘vendré mañana a verte’, en siciliano se dice: ‘mañana vengo a verte’”. ¿Qué consecuencias provoca esa incapacidad de anticipación? Otro ejemplo: un grupo de personas caminan por una calle en cuya esquina platican otras varias, de pie, inmóviles. Ven venir a los caminantes hacia ellos sin abrirles el paso. No es sino cuando los otros llegan junto a ellos que deciden separarse para dejarlos pasar.

Esta ausencia del verbo en futuro me recuerda varias escenas de la magnífica y única novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa: El gatopardo. Anclado a pesar suyo en el pasado, el príncipe Salina escucha decir a su sobrino Tancredi: Todo debe cambiar para que todo siga igual.

Seguir como antes, como siempre, en ese pasado del que no desean escapar. Vienen a enseñarnos las buenas maneras, pero no podrán hacerlo, porque nosotros somos dioses, expresa el príncipe, los sicilianos nunca querrán ser mejores por la simple razón de que se sienten perfectos... Su delirio de perfección cumplido... Su complaciente espera de la nada... Su pasado imperial que les da derecho a funerales suntuosos... Sentimiento de superioridad que llamamos orgullo y que no es sino ceguera. Queda claro, para Lampedusa, que los sicilianos prefieren vivir refugiados en la inmovilidad donde nada puede esperarse, esa eternidad sin tiempo de los dioses.

La cuestión del tiempo, presente, pasado, futuro, es fundamental tanto en nuestra existencia cotidiana como en nuestra percepción mental. Sin embargo, Albert Einstein afirma que la idea del presente, pasado y futuro es una ilusión privada de cualquier realidad en el dominio que él explora. Y, como no carecía de sentido del humor, agregó además que, por su parte, no encontró el infinito más que en la estupidez humana.

Si en el terreno de la física matemática no existen pasado, presente y futuro, cabe preguntarse dónde existen. O, al menos, dónde existe su ilusión. Y puesto que son formulados, podría decirse, entonces, que existen en la palabra y sólo en ella. Es una evidencia que no puede expresarse el concepto de una cosa sin la palabra. Sería, pues, el hombre quien con el verbo inventa las nociones de pasado, presente y futuro para dar orden a las cosas y estructura a su pensamiento. Es más fácil comprender los conceptos del pasado, el presente y el futuro que el de la eternidad. Él pensaba en la eternidad futura, extraño misterio; en la eternidad pasada, misterio aún más extraño, escribe Victor Hugo sobre la inconcebible eternidad.

Tal como existe una lengua siciliana donde no hay el tiempo futuro del verbo, podría imaginarse una lengua donde no existiese el tiempo pasado del verbo. En una no hay anticipación, en la segunda no hay memoria. Pero es posible también imaginar la formulación de otras palabras y con ellas la aparición de otras dimensiones del conocimiento del ser y del tiempo. Cabría, así, recordar El Golem de Borges donde anuncia que habrá un terrible Nombre que la esencia / cifre de Dios y que la Omnipotencia / guarde en letras y sílabas cabales:

Si (como afirma el griego en
el Crátilo)
el nombre es arquetipo de la
cosa
en las letras de rosa está la
rosa
y todo el Nilo en la palabra
Nilo.

Podría entonces agregarse: y sólo en la palabra tiempo existe el tiempo.