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¿Era inevitable la conquista europea?
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ernand Braudel, en su clásico libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, nos recuerda que en el siglo XV los estados territoriales fueron desplazando a las ciudades-Estado del dominio comercial y militar del Mediterráneo, eje del desarrollo del Occidente cristiano. Los primeros estados que se consolidan como tales son Francia y los ibéricos, y en ese proceso, el enorme potencial de Castilla se vuelca hacia el Mediterráneo y no hacia el océano, al unirse con Aragón y no con Portugal (algo que hacia 1469 era igual de viable, prometedor y difícil). En 1495 Fernando el Católico se compromete en las guerras de Italia, y Braudel discute con el gran historiador hispanista Carlos Pereyra, quien “reprocha a Fernando, el astuto y habilidosísimo aragonés, esta desviación hacia el Mediterráneo, que lo lleva a volverse de espaldas al verdadero futuro de España, inscrito […] en América, este mundo ignoto, abandonado en sus comienzos por los dueños de España al azar de la aventura bajo las peores formas. Pero las maravillosas aventuras de los conquistadores se debieron precisamente a ese abandono del mundo de ultramar en manos de la iniciativa privada”.

Por muchas razones la política aragonesa hacia el Mediterráneo es casi natural. Un dato: en 1503 El Gran Capitán gana Nápoles para Aragón al frente de más soldados que españoles había en la Nueva España en 1550. Aragón arrastra a Castilla a una guerra intermitente con el otro imperio mediterráneo: el turco. Guerra imperial, santa, comercial que no gana ninguno y que pierde protagonismo hacia 1580, cuando el turco voltea hacia Persia y el Índico, y el español hacia el Atlántico y América.

El nieto de Fernando, Carlos de Gante (Carlos I de España y V de Alemania desde 1516 y 1519), siguió volteando hacia el Me­diterráneo y Europa, como explicamos ha­ce 15 días. Felipe II, sin titulare emperador como su padre Carlos, tenía un imperio más dilatado, coherente y sólido pero menos adentrado en Europa, más centrado en España. El carácter esencial del imperio de Felipe II es su hispanidad. Tanto por elección como porque las crisis políticas y la bancarrota económica de 1557-59 a ello lo obligan, a la vez que a firmar paces con franceses y protestantes. Felipe sólo seguiría en guerra contra el turco, hasta la siguiente bancarrota (1575).

Veinte años de política prudente cesan en 1578-83. Dos hechos son centrales: la anexión de Portugal a España (1578-80) que duraría 60 años, y el auge de la plata de 1579 a 1592. Felipe, dueño ahora de recursos insospechados unifica las dos coronas: “Ahora, y solamente ahora, conscientemente o no, pero desde luego por la fuerza de las cosas, empezará a apoyarse en el océano el imperio mixto de Felipe II […] base de las pretensiones españolas, a lo que se llamará, ya en vida de Felipe II, la Monarquía Universal”.

Espero haber puesto de relieve la magnitud de estas guerras y la escasa o nula importancia de América para el horizonte europeo previo a 1580. Dejemos a Braudel y citemos Hernán Cortés, de José Luis Martínez: Aunque suene increíble, en las memorias que dictó Carlos V en 1550 y 1552, destinadas al príncipe Felipe, y que cubren los años 1515 a 1548, no aparece ni una sola mención al Nuevo Mundo o las Indias, ni de México ni de Hernán Cortés.

Aunque nos cueste entenderlo hoy, en 1521 sólo había en México un puñado de españoles con armamento medieval que triunfaron parcialmente al subirse a la guerra mesoamericana (cuyas élites no estaban más divididas ni enfrentadas entre sí que las italianas o alemanas de la época). Hemos insistido, han insistido los especialistas, en que ni el armamento, ni los animales, ni el pensamiento político de Cortés y sus amigos tuvieron, ni de lejos, la importancia exageradísima que solemos darles. Y antes de 1580, ni España ni ninguna potencia europea habría podido traer a América una flota como las que combatían en Europa.

En fin: sólo si suscribimos las tesis esencialistas y las que creen en un solo modelo de desarrollo (de las que se desprenden la conclusión de la conquista liberadora o civilizadora) se puede equiparar Mesoamérica con las sociedades del neolítico en Eurasia. Para hacerlo, los neoimperiales o los esencialistas se basan en dos o tres datos que ellos deciden que son claves, absolutos (por ejemplo, la inexistencia de herramientas o armas de metal) y descalifican otros (como la ingeniería hidráulica, el arte lítico, la orfebrería y la gran literatura que en el siglo pasado se hizo parte de nuestra consciencia gracias a autores como Miguel León-Portilla). Igualmente, descalifican como bárbaras y salvajes las formas de guerra mesoamericanas, pero llaman civilizadas a las guerras europeas, mucho más destructivas a la hora de un balance final: se llama doble rasero… o esencialismo: en las guerras son normales los saqueos, la destrucción, el asesinato y las violaciones masivas, pero no el sacrificio de cautivos…

Nos faltaría hablar sobre el encuentro entre China y Portugal; sobre todo, regresar a las propuestas de la resistencia indígena, negra y popular que se articuló para contrarrestar las conmemoraciones de 1992. Si se mantiene el interés, seguimos en estos temas, que no son históricos: son presentes. Espero con esto despertar algunas dudas sobre nuestras certezas y proponer más preguntas que respuestas.