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Modernidad y pueblos indígenas: una alternativa desde abajo
D

e Chiapas y la conquista inconclusa (2001), entrevista realizada a Bolívar Echeverría, uno de los intelectuales del marxismo crítico más potentes de América Latina, podemos extraer hasta esta nueva década la importancia para el mundo de la lucha de los pueblos indígenas frente al dilema capitalista en el que se debaten los Estados, incluso los progresistas.

Para Echeverría, autor de libros indispensables sobre el barroco y organizador de algunos de los seminarios marxistas más importantes de fin de siglo, las repúblicas liberales y los estados burgueses siguieron el telos, la misión, de concluir el proceso de Conquista de la Corona española. Así, con la insurrección de los 500 años, los pueblos indígenas develaron este carácter y plantearon la posibilidad de una vida distinta, interpelando a todo el mundo.

A casi 10 años de la muerte de Bolívar Echeverría, con el contexto de un exacerbado capitalismo global, el escenario político en el continente ha tomado múltiples formas: por un lado la izquierda social, los pueblos originarios en su autonomía, también las mujeres organizadas y las protestas plebeyas de 2019. Por otro, los estados supervivientes desde el populismo progresista que, en algún momento, pudieron haber cumplido la transformación radical necesaria, y que cayeron en la trampa del dependentismo, del colonialismo interno, y finalmente fueron derrocados por el fascismo de hoy.

Retomando a Echeverría: la resistencia y rebelión de los pueblos indígenas abrió posibilidades críticas para insuflar un nuevo aliento a la propuesta de una modernidad alternativa: una transformación radical desde abajo. Una imagen de esa modernidad podría verse en la gran fotografía de las protestas de los sectores precarizados de Chile: la bandera mapuche ondea, superviviente y en dignidad, hasta arriba de las banderas chilenas, pero junto a ellas, invirtiendo a la república.

Frente al momento de leve estancamiento de los movimientos plebeyos de 2019 en Latinoamérica y el Caribe, es quizá desde esos pueblos, y especialmente sus organizaciones anticoloniales, que la práctica y el pensamiento crítico que la modernidad prometida se realiza en su punto más radical y sabio: congresos, consultas, parlamentos, campañas, polos de pueblos y organizaciones sugieren e interpelan con otra democracia.

Acusados todavía de cerrazón, los pueblos que decidieron no integrarse como sujetos de dádivas y decidieron la vía de la autonomía son los que construyeron alternativas y propuestas más tangibles como forma-de-vida que viene, como diría Echeverría, de una mane-ra diferente de tratar a la naturaleza, de relacionarse con lo otro, lo no-humano.

Esfuerzos pedagógicos propios, universidades de coloniales, algunos ya hasta desarrollan sistemas de defensa y salud que existen en lugares donde hace 20 años los niños morían de enfermedades curables.

Y habría que resaltar: durante el lustro pasado los pueblos indígenas anticapitalistas, por ejemplo en México, han recuperado el carácter emancipador de dos promesas modernas: las artes y las ciencias. A la infinidad de radios comunitarias, de saberes locales, se suman eventos de cine, danza y ciencia propia.

Hoy, por ejemplo, en el gran sur mexicano, se libra una batalla muy distinta por dos caminos encontrados: el del centro y desde arriba frente al de abajo y regional, el paternalismo frente a la libre determinación, la transformación geográfica frente a la de sustento propio. Los descarrilados planes de cruzar el sur con una política que continúa con el ordenamiento territorial neoliberal de la década pasada (granjas voltáicas y de cerdos, transgénicos, turismo depredador) no cambiarán las condiciones materiales de los pueblos indígenas, sólo alimentarán al fascismo por venir.

En ese punto se encuentra el verdadero negacionismo, aquel que, siguiendo de nuevo a Bolívar Echeverría, tiene el papel de continuar con el apartheid colonial: negar la existencia radical de otra manera y tiempos que no corresponden con el proyecto, que aunque no se nombre neoliberal, sigue siendo capitalista. La falta de autocrítica y la agresividad de todos los regímenes contra el movimiento de las mujeres y la vida de los pueblos originarios sólo alimentan la llama de la hoguera que prenderán los neofascistas.

Sin embargo, los pueblos indígenas no pueden solos, y así lo reconocen. Lo imprescindible es ahora otro tipo de alianza, llámese por otro tipo de modernidad, o por otro mundo posible, que tenga el sustrato de democracia de abajo y forma-de-vida no capitalista, de los pueblos originarios, la fuerza de la lucha antipatriarcal de las mujeres y de la potencia antineoliberal y antirracista del gran movimiento plebeyo de 2019: quizás así podremos devenir, ya no en un Estado transformado, sino en una sociedad revolucionada.