Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de febrero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad perdida

Desbarre del jefe de la policía

B

ueno... en muy poco tiempo el jefe de la policía, Omar García Harfuch, nos dio cuenta de cómo se puede perder la cabeza, la razón, cuando no es posible digerir un pedacito de poder.

La defensa del cuerpo policiaco es un deber de quien encabeza a la institución, pero también lo es admitir los errores cometidos para evitar que las malas ideas invadan los discursos y las palabras traicionen confianzas, pero eso es lo que García Harfuch se niega a reconocer, o cuando menos eso parece.

El martes pasado el jefe de la Secretaría de Seguridad Ciudadana sacó del cajón de las tonterías una declaración que irrita, pero además seguramente duele en la entraña de la ciudadanía que confió en el personaje para enderezar, con inteligencia, la barca de la seguridad pública de la ciudad, que hace agua por todos lados.

La declaración de García Harfuch pretende convertir la ineficiencia, o peor, la ignorancia, en un hecho heroico, con la idea tal vez de ganarse la confianza y el respeto de una corporación que requiere muchas más cosas que el apapacho del jefe.

Un sujeto, el delincuente conocido como El Lunares, que salió en libertad –y pudo haberse escapado– porque los policías no saben integrar un reporte de hechos fue detenido una vez más, ahora por un delito menor, y se halla en la cárcel.

García Harfuch trata de minimizar la incapacidad de los uniformados con una barbaridad: exigir que se les juzgue como héroes porque El Lunares es un sujeto peligroso y ellos lo atraparon.

La declaración es un golpe de mazo sobre la inteligencia de cualquiera porque ¿qué no es deber de los policías arrestar a quienes violan la ley? En otras palabras, esa, la de inhibir las acciones de quienes cometen un crimen, es la chamba de los policías, ¿o no?

Lo que es inaceptable es que esos policías no sepan cómo realizar su trabajo y aún así se pretenda que son héroes. Al jefe de policía, que allá por el último trimestre del año aseguró que los uniformador irían a cursos de capacitación para evitar los errores a la hora de la detención de los criminales, se le olvidó aquella declaración que ya había hecho y que ahora repite.

¿Qué le pasó a García Harfuch, quien arribó a la policía con los mejores augurios? Habrá quien diga que el poder es un licor que confunde los sentidos y que de él ha bebido en demasía el personaje, pero creemos que eso no le sucede al nieto del general García Barragán y que debe exigirse congruencia y razón en todas sus actividades. Vamos a ver.

De pasadita

Otra reunión de las hipocresías de los miembros de la iniciativa privada en Los Pinos para prometer y tomarse la foto, mientras sus testaferros, que exigen poner las decisiones presidenciales fuera de los encuadres ideológicos que marca la política, hablan de confianza como el mejor argumento para obligar a la Presidencia a caminar por el sendero que ellos marcan.

Así, eso de la confianza está convertido en la piedra de toque de la derecha. Durante los pasados 30 años, cuando menos, esa confianza se tradujo en lo que hoy mata –de verdad– al país: la corrupción. La IP requiere confianza para sobornar, para evadir impuestos, para lavar dinero, en algunos casos, y para otras muchas operaciones en las que finca la confianza en el gobierno.

Ese trazo, se diga lo que se diga, pertenece a una forma de pensar, y de actuar; a una ideología que necesariamente encaja en el nicho de la derecha, de lo que aún queda del neoliberalismo, pero el problema no es que ellos lo pidan, el problema es que el gobierno lo acepte.

En tiempos pasados, cuando la economía apenas crecía, las páginas de la revista de los muy ricos recogió los nombres de los mexicanos que ganaban y ganaban dólares, en tanto la población pobre y muy pobre crecía como amenaza a la seguridad del país. Hoy el esquema es repartir mejor lo muy poco, tal vez para salvar la vida. ¿Qué, no se entiende?