Opinión
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La revolución pasiva de AMLO
E

l Estado que es un no Estado. La derrota de la modernización económica se expresa en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población. La derrota de la modernización política, a pesar de sus muchos logros, porque fue eficaz para desmantelar los tres pies del régimen autoritario: el presidencialismo, el partido hegemónico y la primacía de las reglas políticas informales frente a la normatividad formal; fue incapaz de sustituirlos. El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado por los poderes fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto oligárquico, cuyo lubricante fue el reparto de recursos públicos. Las reglas informales continúan imperando al lado de un activismo legislativo de leyes aprobadas pero no acatadas. La mayor derrota del Estado, pero también de la sociedad, ha sido la guerra contra las drogas, como demuestra dolorosamente la cauda de muertos y desaparecidos. En síntesis, modernizaciones fallidas y crisis orgánica.

Esto fue lo que heredó AMLO.

¿La elección del primero de julio es una revolución? Creo que sí. Incruenta, pacífica y de enormes consecuencias. Una revolución política que es, siempre, una transformación de las formas de hacer política. Lo que hemos vivido después del primero de julio: simbolismo y manejo del lenguaje. Persiste, además, una cultura política regresiva, que sólo conjuga dos verbos: madrugar, como planteó Martín Luis Guzmán, y ningunear, planteado por Octavio Paz.

Revolución pasiva. Las modernizaciones fallidas se resuelven a través de una revolución pasiva. Ésta es el proceso a través del cual la esfera más consolidada del poder político y económico recupera parte de las demandas de los gobernados quitándoles su iniciativa política. Este proceso específico es denominado transformismo y consiste en la decapitación intelectual de las dirigencias opositoras por medio de la cooptación.

Revolución sin revolución. Para Gramsci, esta es otra manera de definir la revolución pasiva. La noción de revolución pasiva busca dar cuenta de la tensión entre dos tendencias o momentos: restauración y renovación, preservación y transformación, o, como señala el propio Gramsci, conservación-innovación. Las élites económicas están divididas, las políticas están desplazadas y las fuerzas sociales dominadas, aunque en efervescencia se encuentran también fragmentadas. Emerge, entonces, un movimiento multiforme que aglutina agravios y personal político proveniente de todos los agrupamientos desarticulados (Sobre la revolución pasiva contemporánea recomiendo Modonesi, Revoluciones pasivas en América, 2017)

Intermediación. Con un sistema de partidos colapsado, el discurso y las narrativas juegan un papel crucial. Tanto para las fuerzas favorables al nuevo régimen como para las opositoras, definirse en torno a la narrativa de la 4T es indispensable para su propia articulación interna. Con los mecanismos de intermediación azolvados, las élites han perdido la capacidad para descifrar las transformaciones que ocurren en la sociedad.

Restauración. La presunción de una restauración autoritaria se interpuso en 2012 y ahora en 2018 –aunque el conglomerado político que lo planteaba como hipótesis es distinto al que ahora lo plantea–, en el camino que debe conducir a una nueva gobernabilidad. Esta restauración no estaría vinculada a un solo partido, porque es fruto de un hecho central: la incapacidad de las élites y de las clases subalternas de configurar una nueva hegemonía. Gramsci, Marx y después muchos autores se han referido a esto como régimen cesarista o bonapartista.

En el fondo, la gobernabilidad del país pende de una interrogante estratégica: ¿cómo gobernar el pluralismo?

En la siguiente entrega analizaré cuatro restricciones que se interponen para avanzar en esta dirección: la prisa, la inercia, la ceguera y la exclusión.

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