Opinión
Ver día anteriorJueves 28 de noviembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad perdida

Menester, hacer cumplir la ley

H

oy más que nunca se deben poner en claro algunos conceptos que de pronto llaman a confusión y por tanto pervierten las tareas que desde el gobierno deberían realizarse no sólo con apego a la ley, sino con la total aceptación de la sociedad.

Nos referimos, desde luego, a los desmanes que un grupo de mujeres realizó en Paseo de la Reforma durante la marcha en rechazo a la violencia en contra de las mujeres. Parece que el incidente sucedió hace mucho tiempo, pero aunque así parezca, lo cierto es que vistos los acontecimientos tal y como ocurrieron seguramente se repetirán, y eso no habrá de tardar mucho.

De esa manera, es necesario deslindar el hecho de la manifestación que clama justicia, en cualquier ámbito, y la furia salvaje que ejerce un grupo en contra de los bienes de todos, por ejemplo, para mostrar, tal vez –nadie sabe con exactitud lo que pretenden–, su inconformidad con alguna forma de gobierno.

Los primeros, o primeras, es decir, quienes exigen justicia, de ninguna manera pueden recibir en respuesta la represión, pero los que desfogan sus inconveniencias con el uso único de la violencia, deberían ser sujetos a lo que la ley diga respecto de los destrozos que causan al bien general.

La ausencia de medidas coercitivas que deja en la impunidad total a los violentos o violentas, de ninguna manera muestra el rostro de un gobierno bueno y comprensivo, sino que señala el menoscabo que se causa a la autoridad, si por ésta entendemos la legitimidad, el crédito que va tomando un gobierno por la aceptación de las acciones que efectúa.

Así como ningún argumento puede resultar válido ni suficiente para justificar la represión a la protesta que busca presionar a la autoridad para resolver sus problemas, tampoco debe existir algún motivo que libere de responsabilidad judicial a los grupos que sin exigir nada buscan destrozarlo todo.

Pero si además se convierte a los cuerpos de seguridad en pacientes guiñapos que aguantan estoicamente la violencia, y si caemos en cuenta de que en esa marcha se usaron cientos de botes de pintura, litros y litros de gasolina y palos que servían de arma a las violentas, debemos tener en claro que alguien hizo un gasto mayor para apoyar a esos grupos.

El gobierno de la ciudad debe tener los datos suficientes para saber que del bolsillo de las violentas sería muy difícil que hubieran salido los dineros que emplearon para apoyar la violencia.

Ya es hora de distinguir, desde la autoridad, quién es quién en las calles cuando de manifestaciones se trata. Así como la policía impide que se invadan terrenos y actúa con la fuerza necesaria para hacer cumplir la ley y desalojar a quienes la violan, así tendría que responderse a estos grupos que tienen nombre y apellido. ¿O no?

De pasadita

En este espacio le contamos a usted que en algunos de los ataques en contra de la Presidencia de la República se miraba, sin confusión, la mano de Estados Unidos, desde la DEA en Sinaloa hasta la muerte de los miembros de la familia Le Barón, sin dejar de lado el discurso aquel del general azul, que estudió en el país del norte y que trató de meter elementos de caos entre las fuerzas armadas.

Ahora, con Trump a la cabeza, todo resulta más o menos coherente, y aunque para muchos las amenazas de ese hombre sólo son campanazos de campaña, la industria de la guerra de ese país no vería nada mal una acción prolongada en México que le deje muchas, pero muchas ganancias.

Así pues, lo dicho por Trump puede ser nada más que eso, un dicho, pero para los señores de la guerra esto sí es serio, por eso la preocupación, por eso el terror.