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Los vagoneros, el éxito parcial del autoempleo
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▲ Para muchos, los mejores publicistas son los vagoneros.Foto Elba Mónica Bravo
 
Periódico La Jornada
Sábado 11 de mayo de 2019, p. 28

Todo de a 10 pesos: chicles, artículos para el cabello, juguetes, libros para aprender matemáticas y accesorios para el teléfono portátil –cargadores, fundas, protectores y audífonos– son, entre muchos otros, productos que un usuario puede encontrar en oferta a su paso por alguna de las 195 estaciones de las 12 líneas del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro.

Para los usuarios ya es habitual escuchar el grito de los vendedores, no sólo de mujeres, hombres y personas de la tercera edad, también de discapacitados y hasta niños que encuentran una fuente de ingresos en los 226.9 kilómetros de la red del transporte público.

Invariablemente todos los productos poseen un atractivo, o al menos eso replican los vagoneros, porque se trata de artículos que son de novedad, de importación, necesarios para el cuidado personal, para el trabajo, la escuela o el bonito regalo de la niña o del niño; mientras en el caso de comestibles son para refrescarse, si se trata de una congelada, o chicles para mejorar el aliento. Así es como ofrecen su mercancía.

Trabajo en equipo

De acuerdo con fuentes del STC, el comercio informal permite tener un salario mensual de 9 mil pesos, por los que no pagan impuestos pero sí tienen que entregar una cuota promedio de 80 pesos al día para alguno de los dirigentes de las 25 organizaciones que se tienen identificadas.

Los vagoneros están organizados en grupos de 12 personas que se reparten en cada vagón de los nueve que integran el convoy, por eso los trenes preferidos por ellos son los que se encuentran interconectados, es decir, no hay necesidad de salir al pasillo para entrar a otro vagón, para evitar ser observados por los policías.

Las autoridades saben que los vagoneros operan como empleados de una empresa formal, porque están inscritos en un tabulador con horarios y estaciones específicas por las que pueden circular.

Mujeres, hombres, discapacitados o niños, todos tienen la característica de llevar productos en bolsas de plástico negras que llevan abiertas o de tela oscura, pero sin cierres, con el fin de que les permita meter y sacar sin dificultad la mercancía.

Sólo si venden congeladas es necesario portar una hielera y si ofrecen galletas las llevan en una caja de cartón amarrada con un lazo de fácil identificación.

Los jefes de estación y los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) tienen ubicados a los grupos de comerciantes, pero nada hacen por desalojarlos con el argumento de que para poder actuar y remitirlos ante un juez cívico tiene que haber flagrancia.

Buenas prestaciones

Los vagoneros también tienen su tiempo para el asueto, el cual a veces se prolonga por más de dos horas, en estaciones como Centro Médico, mientras pasa la hora pico en la que prácticamente es imposible subir a un tren.

No trabajan ni ocho horas, además de que, como ocurre en la estación Centro Médico, se sientan en el piso con las piernas extendidas para esperar a que baje la afluencia, mientras se reúnen a platicar y, comer mientras ven en su teléfono, vía Internet inalámbrico del sistema, videos o películas.

Si tienen suerte los usuarios se acercan a comprar productos que mantienen a la vista, pero para los uniformados la flagrancia significa que griten para vender.

En la línea 2 –Cuatro Caminos a Tasqueña– abordan un vagón en sábado hasta 12 comerciantes, ofrecen vendas para lesiones musculares, toallitas desmaquillantes, plumas fluorescentes, un cable largo de carga rápida para teléfono celular o un desarmador de bolsillo, estos dos últimos productos son los únicos de a 20 pesos.

En el Metro el usuario puede comprar antojos que no generan obesidad, según el vagonero, como la barra de cacahuate con amaranto con antioxidantes y vitamina E.

Los niños también buscan ingresos: venden barritas de fresa y de piña, de la auténtica Marinela, que no está caducada, y la ofrecen como el rico antojo por sólo cinco pesos; otro pasa por cada vagón para ofrecer las famosas varitas mágicas de luces a 10 pesos, las cuales compran papás de otros niños que tendrán la misma edad de él y que a diferencia suya no tienen la necesidad de trabajar.

Para un efectivo del Grupo Estratégico de la PBI, que se define como de choque y preparado para enfrentar y erradicar a los vagoneros, detenerlos no es una tarea sencilla, pues relata que aunque los tenga bien identificados nada puede hacer para aprehenderlos y remitirlos al juzgado cívico.

Para hacer la detención necesita agarrarlo en flagrancia, pero el juez le aplica sólo unas horas de arresto, multa de 200 pesos o unas horas de trabajo comunitario.

El policía que vigila en la estación Hidalgo siente frustración cuando al tercer día de haber remitido al comerciante que presentó ante el juez, se lo vuelve a encontrar.

Es un sábado con pocos incidentes. Desde las ocho de la mañana y hasta las siete de la noche se reportan 56 detenidos. Una vendedora de chicles y accesorios para el cabello dice que el programa de empleo y capacitación para comerciantes nunca fue realidad, porque estaban personas que no se dedicaban como ella a trabajar desde hace más de 20 años en el Metro.