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El estante de lo insólito

Katy Jurado: la cruda dulzura de una diosa

Y los relojes huyeron del tiempo, cuando alguien te dijo: Señora, las diosas nunca se van, Luis Eduardo Aute.

Cinco minutos. Canción dedicada a Katy Jurado.

C

on gesto amable, aunque sin perder la firmeza que muchos confundían con dureza, la venerada actriz se alejaba del set, uno de los últimos, pero en los últimos metros fue alcanzada por una reportera televisiva. Agotada, con ganas de abordar el vehículo para ir a casa, ella se detuvo y concedió algunos minutos. Ese rostro magnético que había estado en los mejores sets del cine, estaba exhausto. Cuando dijo que ya era tiempo de irse no se refería a la conclusión de la entrevista; hablaba de la vida, tan llena de brillos y pasajes formidables, pero con un dolor que no podía aplacarse desde aquel 1981 en que su hijo Víctor Hugo había fallecido. Ya viví demasiado, dijo Katy Jurado en un epílogo de la charla que quería ser su epitafio anticipado. Tenía ya su ataúd que mandó fabricar en Olinalá, tan mexicano como pudiera ser. Y regresó a distintas filmaciones antes de irse definitivamente, cargando con estoicismo la vida entera, lista para escuchar la palabra que la transformaba: ¡Acción!

El toro por los cuernos

Nacida en Guadalajara en 1924, Katy tuvo una buena educación y disfrutó tener una familia de buena posición, con relaciones públicas en distintos órdenes, y tuvo siempre un enfoque académico con alguna ilusión de repetir la instrucción en abogacía que le había dado grandes resultados a su padre. Pero la formación del hogar marcaba el rumbo tradicional de la buena esposa. Desde muy jovencita tuvo propuestas para llegar al cine y el espectáculo, pero pese a tener una madre cantante, ella no se veía como una estrella, ni siquiera porque su flamante padrino de XV años fuera el actor Pedro Armendáriz. Katy sí tuvo interés inmediato por entrar al cine, pero también pensaba en la universidad y en la carrera de leyes. Pero su naturaleza rebelde que tan bien proyectaría en sus papeles, la dominó cuando sus padres le prohibieron ingresar en el medio fílmico. Fue por la suya, no sólo aceptando un primer papel (en la cinta No matarás, Chano Urueta, 1943), si no consumando un precoz matrimonio con un hombre mucho mayor que ella: el actor Víctor Velázquez. Siempre dijo que no nació para recibir órdenes machistas ni andar cosiéndole la ropa a nadie, las únicas instrucciones que le importaban eran las de su director en turno.

Y el cine fue vorágine y riesgo, como los ajetreos de riesgo mortal en los ruedos taurinos que tanto le gustaban y cuyo conocimiento también la puso a hacer crónica periodística especializada como empleo paralelo a la intermitencia de los llamados al set.

La hora señalada para triunfar

Con varios largometrajes encima, Katy destacó en su papel de mujer coqueta en Nosotros los pobres (1947), parte de la clásica trilogía de Pepe El Toro que consagró a Pedro Infante y a su director, Ismael Rodríguez, y en la cinta Hay lugar para dos, de Alejandro Galindo, y fue entonces que el cineasta Budd Boetticher la puso en elementos de tauromaquia, sustancia de su dominio, en El torero y la dama (1949), la primera película que filmó en inglés (aún sin dominarlo del todo, pero perfecta para dar sus parlamentos a cuadro).

Pisando ya el cine de Hollywood y lo más importante de la producción mexicana, llegó el año de 1952 y sólo por las dos cintas que filmó entonces su nombre ya puede ser historia. Del otro lado del río realizó un papel de primera línea para un western, pero no cualquiera, sino uno que se mantiene en el decálogo de los clásicos: A la hora señalada ( High Noon, Fred Zinnemann). Un pueblo abandona a su sheriff (Gary Cooper) en jornada fatídica cuando él hombre de la ley ha entregado todo a sus habitantes. El actuar pusilánime de quienes se decían sus amigos o le manifestaban respeto, le deja solo en el corredor de la muerte frente a asesinos implacables. Una mujer actúa y piensa distinto, carabina en mano, tiene más tamaños que los que traen las espuelas puestas. Esa mujer es Katy Jurado encarnando a Helen Ramírez, la dueña del saloon. El filme alcanza gloria inmediata. Katy recibe los elogios y algo más: se convierte en la primera actriz latinoamericana en ganar el Globo de Oro. En el reparto estaban figuras (además de Cooper y Katy) hoy consideradas leyendas del cine, como Grace Kelly, Lloyd Bridges, Lon Chaney Jr. o Lee Van Cleef.

El otro largometraje señala una de sus mejores actuaciones dirigida por Luis Buñuel en El Bruto. Katy se transforma en Paloma, amante del viejo y amargado casero maltratador Andrés Cabrera (Andrés Soler), quien usa los servicios del fiero empleado del rastro Pedro El Bruto (Pedro Armendáriz) para atormentar a inquilinos retrasados en pagos. Increíblemente seductora y manipuladora, Paloma hace con el hombre rudo lo que le viene en gana, pero cuando él se enamora de Meche (Rosita Arenas), se convierte en enemigo de la despechada Paloma, mujer capaz de todo. Katy hace un personaje impresionante, definido por Buñuel como una hembra voraz que hace lo que quiere (En Prohibido asomarse al interior, Edit. IMCINE/Conaculta, de Tomás Pérez Turrent y José de la Colina).

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Lo que siguió fue el auténtico vértigo de la victoria. En casa filmó Mujeres del paraíso (Miguel Contreras Torres, 1953), que tenían rodaje simultáneo en inglés y en español, y en Hollywood rodó junto a Jack Palance y Charlton Heston la cinta Hoguera de odio y en 1954 un nuevo western clásico: Lo que la tierra hereda ( Broken Lance, Edward Dmytryk), compartiendo créditos con Spencer Tracy encabezando un formidable elenco. El papel de Jurado fue el de la señora Deveraux y le valió la nominación al Óscar como mejor actriz de reparto. Pero Katy volvió siempre a México, a pesar de tener portón abierto para quedarse en Hollywood y ser parte de la vida y ciudadanía de Estados Unidos. El triunfo era lograrlo allá como mexicana y regresar a su tierra y a sus foros.

Katy Jurado hizo siempre papeles con rigor y clase, no importaba su jerarquía o tiempo en la película. Marcaba la pantalla con un gesto y con esa mirada que lo era todo: Mis ojos son mis armas como actriz, siempre lo han sido; la mirada me sale de muy adentro. Nunca he tenido muchos ademanes ni gestos, no, me he expresado con mis ojos. Sí, son mis armas (consignado por Javier González Rubio en entrevista con la actriz, parte del libro-homenaje El cine de Katy Jurado –UDG/Imcine/Patronato de la Muestra de Cine Mexicano, coescrito con Emilio García Riera). Todos la respetaban y tenia fama de tener su carácter, por lo que ni divas como María Félix o Gina Lollobrígida le estorbaban al paso, menos los directores autoritarios o los actores consagrados. Ella siempre marcaba su espacio y exigía el respeto que entregaba, personalmente y como profesional.

Las amistades eran cercanas, de quienes se quiere sin reflectores y prensa, simpatías francas o hasta almas encontradas, pero no era fácil soltar los nombres de los seres queridos en su entorno sin impresionar a cualquiera. Y es que los amigos podían llamarse Burt Lancaster, Gary Cooper, Frank Sinatra, Elvis Presley o el mismísimo Marlon Brando (Juntos hacemos música, dijo alguna vez para la televisión), quien la eligió para su única dirección fílmica: El rostro impenetrable (1958). Es un círculo que los amantes del cine veían como firmamento. Las lejanas estrellas que a Katy la querían y visitaban en México sin que la prensa del espectáculo azorrillara sus pasos en Cuernavaca o espacios de poco asedio en la capital del país.

A Katy la dirigieron los mejores, como Ismael Rodríguez (inolvidable aquel papel en La Bandida, compartiendo roles con María Félix, Ignacio López Tarso y Emilio Indio Fernández), Raúl De Anda (en especial con Luis Aguilar en El último chinaco de 1947) o Jorge Fons (en 1972 en Caridad, en la cinta Fe, Esperanza y Caridad, visto por todos –ella incluida– como uno de sus mejores trabajos, y en 1976 en Los albañiles), Carol Reed ( Trapecio en 1956), Richard Fleischer ( Barrabás, 1961), Sam Peckinpah ( Billy The Kid, 1972), John Huston ( Bajo el volcán, 1983) o Arturo Ripstein ( El Evangelio de las Maravillas, 1998, su último protagónico). Hizo escenas con muchos de los grandes, es decir, como ella misma. Anthony Quinn, Tony Curtis, Robert Stack, Domingo Soler, Kirk Douglas, Roberto Cañedo, César Romero y Ernest Borgnine, quien también fue su esposo.

Adiós a todo… con un western

“Es una actuación especial. Es mi primer western y quiero que usted sea mi amuleto”, es como Katy citó lo que le dijo el apreciable realizador Stephen Frears al invitarla para la filmación de The Hi Lo Country (1998), cinta que sería la última película que la actriz vio con ella en pantalla. Su imagen póstuma apareció en la película de Leopoldo Laborde Un secreto de esperanza, precisamente en el año de su muerte, 2002.