Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 7 de junio de 2015 Num: 1057

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Andrés Bello, la
sabiduría y la lengua

Leandro Arellano

La neomexicanidad en
los laberintos urbanos

Miguel Ángel Adame Cerón

Un poema
Jenny Haukio

Sobre los librotes
José María Espinasa

Contra las violencias
Fabrizio Lorusso

Günter Grass: historia,
leyenda y realidad

Lorel Manzano

Carrington y
Poniatowska:
encuentro en Liverpool

Ánxela Romero-Astvaldsson

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Gustavo Ogarrio
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

Réquiem por Jaime Almeida y Octavio Hernández

La semana pasada llegaron las muertes de Jaime Almeida y Octavio Hernández, voces y plumas destacadas en la reflexión musical mexicana. Lo de ambos con pocos días de separación. Lo de ambos antes de tiempo. (¿Quién no muere antes de tiempo?) Lo de Almeida fue un ataque fulminante que detuvo su corazón horas después de participar en un evento público en Paraíso, Tabasco, dedicado a los boleros. Según parece tuvo “la muerte de los justos”, rápida y sin sufrimientos. Eso nos dio gusto, en medio de la congoja, tanto como que su nombre inundara cientos de miles de bocas, recuerdos y despedidas, pues era un hombre que a todas luces despertaba empatía y respeto. Lo de Octavio Hernández, acaecido en Tijuana, si bien fue rápido tenía varios antecedentes. Murió a los cincuenta y cinco años. Eso nos dolió más, pues era amigo.

Lo que nos gustaba de Jaime Almeida, para empezar, era su timbre de voz. Sin afectaciones peculiares, era de ésos a los que se les aguantan largas peroratas. Cálido, amable, en él viajaba una pronunciación eficiente que nunca caía en los extremos de la horrenda hipercorrección. Lo suyo era aterrizar en orejas de muy diverso origen, edad y condición en emisiones como Con el pie derecho o Econexiones musicales. La voz de Octavio Hernández también nos gustaba mucho. Era un poco más aguda y poseía mayor velocidad. Era, al contrario de la de Almeida, más viva y provocadora. Se le pudo escuchar en programas de radio (El arca de neón) y televisión (Fusión).


Jaime Almeida

Lo que nos gustaba de Jaime Almeida, también, eran sus premisas como divulgador. Más que crítico de música (como tantos han señalado), lo suyo era brindar información biográfica, geográfica e histórica de los artistas de los que hablaba. Lejos del chisme, sus aportaciones hacían más disfrutable el repertorio que compartía. Octavio, por el contrario, ejercía más la crítica y la investigación sobre temas fronterizos, sobre tópicos literarios y plásticos. Así lo constata su libro Tijuana-Mesopotamia, crónicas y otros latidos, trabajo fundamental para entender los fenómenos artísticos de un territorio fecundo y ambivalente.

Lo que nos gustaba de Jaime Almeida y de Octavio Hernández era su manera de conversar. Sólo hay que buscar sus entrevistas en la red para notar de inmediato que sabían preguntar y guardar silencio, dejando el protagonismo a quienes los acompañaban. Ambos investigaban a sus interlocutores y se comprometían con temas y aproximaciones bien estudiadas, aunque también podían cambiar de rumbo con naturalidad y riesgo. De Almeida recordamos su diálogo con Pérez Prado a propósito de la creación de un mambo. Notable. De Hernández, por ejemplo, la conversación con Gustavo Cerati en Beverly Hills en 1999. Profunda.

Lo que nos desconcertaba de don Jaime, para ser sinceros, era su manera de lidiar y negociar con el poder. Hombre con puestos clave en la campaña de López Portillo y en los negocios musicales de Televisa, por un lado impulsaba las carreras de productos como Timbiriche, mientras que, por otro, presentaba una emisión de su mítico programa de TV, Estudio 54, verbigracia, dedicada a Queen. Entendimos siempre, empero, que eran unas por otras. Octavio, muy por el contrario, fue seducido por la movida underground de México, Latinoamérica y Estados Unidos, lo que lo transformó en un referente a quien recurrir para tomar un pulso distinto, mucho más difícil de localizar en las venas de nuestro cuerpo sonoro.

Lo que nos gustaba de ambos, por sobre todas las cosas, era su relación con la música. O mejor dicho: lo que imaginábamos era su relación personalísima con la música. De los dos aplaudimos lo que raramente podemos llevar a cabo hoy, sea por falta de tiempo o ignorancia. Sin ellos tendremos que replantearnos las veces que escuchamos un disco entero y en silencio, pues ya no están para cuidarnos las espaldas. Haremos justicia a su legado recuperando el empuje de otros calendarios, cuando los descubrimientos se hacían a fuego lento.

A Octavio Hernández lo conocimos en Nueva York, hace casi veinte años. Nos hicimos amigos en aquellos días cuando todo era posible, para impulsar la música que nos gustaba entre conferencias, cervezas, conciertos y paseos por el Soho. Luego se hizo colaborador de la publicación que editábamos en Tower Records para siete países: Latin Pulse. A Jaime Almeida no lo tratamos en persona, pero siempre nos entusiasmó coincidir con su imagen o con su voz. Esperamos de corazón que ambos hayan tenido un buen tránsito hacia el encuentro con sus dioses sonorosos. Acá los recordaremos con cariño. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.