Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 15 de marzo de 2015 Num: 1045

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los vajilleros
desaparecidos

Agustín Escobar Ledesma

Ritos expiatorios y
consenso social en
la postmodernidad

Michel Maffesoli

Ajedrez en la Plaza
de Santo Domingo

Christopher García Vega

Blanca Varela y
Guillermo Fernández

Marco Antonio Campos

Olvidar para aprender
Manuel Martínez Morales

Charlie Hebdo, la libre
expresión y la ética

Didier Fassin

En contra de la
irresponsabilidad

Annunziata Rossi

El Nuevo año
José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Contorno húmedo y salvaje

Está sola, sentada en el borde de la cama. En una pared hay un espejo que no la alcanza y tampoco la acompaña. Acaba de salir del baño envuelta en una toalla ceñida a su pecho y aún gotea desde la nuca hasta la espalda. Los dedos de su mano derecha alisan el cabello que baja por los hombros y casi llega a la cintura. La ventana de la pequeña habitación se empaña con el vapor que viene del baño tibio todavía. Toma el cepillo que está en la mesita junto a ella, se inclina un poco hacia adelante, gira la cabeza y despacio empieza a cepillarse, con un cuidado firme y un silencio oculto, afilado en la piedra inicial de alguno de los tiempos que la historia desconoce. Las cosas la rodean con su pulso puntual y cotidiano, la asisten con la fuerza pulida de su uso, pero no la salvan de esa hora desasida entre los bordes de la tarde y de la noche. Ella no se sabe así desnuda y el espejo ignora su belleza. Su brazo sube y baja con certeros giros de muñeca, desde la cima de la cabeza hasta las puntas del cabello que a veces roza sus rodillas. Entonces deja caer la densa mata hacia adelante y la cepilla de atrás para adelante. Emergen las vértebras de la nuca, la orilla de una oreja ligeramente enrojecida. Luego recoge la cortina de cabello con el antebrazo izquierdo y de golpe echa hacia atrás el torso y la cabeza. Pasa la sombra de una llama en el muro a su costado. Algunas gotas rompen el frío del espejo y lo despiertan. Ella continúa a ambos lados, adelante, arriba y por adentro de la cortina de cabello que se va desenredando con el roce y el aire que entra y sale y la atraviesa al ritmo de su mano. Hace una pausa. Tal vez entonces por primera vez se fija en el espejo y el espejo alarga su deseo y no la atrapa. Algunos cabellos quedan enredados en las cerdas del cepillo y ella los quita, los hace ovillo y los desecha. Quedan inciertos y brillantes en el fondo del canasto. El cabello cada vez más seco se dilata, se ondula y se ensortija como siempre, desde que era niña y la peinaban con moños y listones. Se afinan los labios, destella la frente, se delinean los ojos. Entonces deja el cepillo, se pone de pie y ligeramente de costado separa el cabello en tres gruesos mechones que empieza a tejer en una trenza. Es un alfabeto antiguo que sus dedos trazan por instinto. Otra cosa piensa su mirada. Surgen dos o tres lunares en la blancura de su espalda. Tiemblan levemente sus pechos. Al terminar, ata una pequeña cinta azul en el extremo de la trenza y la deja caer por un lado del cuello. La habitación se curva con su sombra y el ansia del espejo se disuelve. Ya no es tarde ni temprano; es el tiempo que se cifra en los ojos de los gatos y la salva, ahí donde el nuestro se aparta y otro asoma su contorno húmedo y salvaje, donde el poeta ve “con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos −una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y sin embargo ligera como un suspiro, rápida como una ojeada” (“El reloj”, en El spleen de París, Charles Baudelaire.)