Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de marzo de 2014 Num: 995

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartier-Bresson en
el Centro Pompidou

Vilma Fuentes

El laberinto de la soledad: monólogo, delirio y diálogo
Antonio Valle

La era no canónica
de Octavio Paz

Gustavo Ogarrio

Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo
Juan Domingo Argüelles

Las cartas perdidas
de Paz

Edgar Aguilar

Diez aspectos de la
poesía de Octavio Paz

Hugo Gutiérrez Vega

Vitos y Alií
Katerina Anguelaki-Rouk

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Guadalajara 29 (I DE II)

Alguien dijo por ahí, hace tiempo y muy acertadamente, que un festival de cine es como un baile: tú eliges cuántas y cuáles piezas bailas, y sólo hay dos cosas de las que puedes estar seguro: es imposible bailarlas todas y no sabes, hasta que has bailado, si estuvo bien o estuvo mal. Lo que sigue es una mirada breve a las piezas que, a mitad del XXIX Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), le ha tocado bailar a este juntapalabras.

El pegote que alguien se sintió obligado a ponerle al título, a resultas de lo cual en español el filme se llama Gabrielle, sin miedo a vivir (Gabrielle, Louise Archambault, Canadá, 2013), ya da bastante indicación del tono dominante en lo que habrá de verse, de optimismo a pesar de cualquier pesar, aunque a decir verdad las penas en la trama son más bien pocas y ligeras o, mejor dicho, leve y sin mayor profundidad es la manera de abordarlas, como quizá no podría ser de otro modo tratándose, como se trata, de una cineasta muy joven y, por lo tanto, quizá demasiado cercana, cronológica y emocionalmente hablando, a su personaje protagónico: una mujer de veintidós años que padece síndrome de Williams. Esto último, es decir esa aparentemente irrenunciable “corrección ética” que Todomundo espera en el abordaje de la problemática derivada de la oposición entre el mundo de los normales y el de quienes no lo son en términos estrictamente clínico-fisiológicos y neuronales, hace obvias la ligereza de un tratamiento cómodo, más que amable, las sonrisas satisfechas cuando las luces de la sala se han encendido, y la sensación de que ni la eficacia formal y narrativa de la cinta, ni sus tres o cuatro momentos dramáticos bien alcanzados, la sacan de una medianía que deja, como argumento único para que ésta haya sido la función inaugural del FICG, el hecho de ser la de Quebec la cinematografía invitada este año.


Gabrielle

La fórmula del doctor Funes (José Buil, México, 2013). Está basada en un cuento de Francisco Hinojosa, abundoso y reconocido autor mexicano de literatura infantil, pero lo cierto es que uno solo es el instante en el que el autor de La peor señora del mundo puede ser bien apreciado a lo largo del filme entero: cuando hace un cameo, de derecha a izquierda en la pantalla, en una escena sin mayor trascendencia argumental. No es que Buil haya trastocado la historia original, ni que haya ido demasiado lejos al poner, necesariamente, de su cosecha, y de seguro el propio Hinojosa declinaría todo género de reclamos al ver la suerte cinematográfica que ha corrido algo suyo, pero la película padece, de principio a fin, de cierto cáncer al que debería temer toda ficción que se respete: jamás deja uno de ser consciente, mientras la ve, de que se está haciendo una película, que alguien dijo “acción” y más adelante “corte”, contra lo cual no ayuda, sino todo lo contrario, que el protagonista sea simultáneamente narrador en off; que el diseño de producción sea tan recargado que, entre otros males, uno acaba viendo más la ropa que visten los actores que a los actores mismos; ni tampoco que el tono histriónico parezca obedecer a cierta y obvia intención de dirigirse al público infantil, cuando lo obtenido es más bien puerilizante; pero sobre todo, no ayuda que ciertas coyunturas argumentales, algunas cruciales y otras de mero trámite, hayan sido resueltas sin asomo de eficacia, si lo que se buscaba era –y se supone que debería ser– que el espectador entrara gustoso en el clásico pacto de suspensión de la realidad, máxime tratándose de un cuento fantástico, doblemente si, además de fantástico, el cuento es infantil. La del doctor Funes, en pantalla, resultó ser una fórmula fallida, para infortunio colectivo cuando tan escasos andamos por estos pagos en la producción de cine para público infantil.

La mejor respuesta podría ser “para nada”, pero si para algo sirviera una película como Panic 5 ravo (Kuno Becker, México, 2013) es para demostrar que sí hay alguien capaz de mezclar superficialidad y tremendismo, en idénticas y elevadas cantidades, y no sólo no sentir empacho por la comisión de tamaño despropósito sino, incluso, experimentar orgullo y pavonearlo. A Becker, el perpetrador de esta cosa que cuando no mueve a risa burlona lo hace más bien a perplejidad con ribetes de exasperación, le pareció bien debutar como cineasta –es un decir– contando una historia de paramédicos estadunidenses en la frontera con México, que se quería hiperreal pero no pasa del amarillismo ensangrentado típico del más pobre de los cientos de home videos que sobre el narco y sus horrores abundan desde hace años. Alguien preguntó por ahí, con curiosidad sincera, por qué resulta que ahora el farandulero Becker hace cine; lo único que este ponepuntos pudo responder fue “porque tiene dinero para hacerlo, o lo consigue”, que es un modo de decir que le falta todo lo otro, aparte de billetes, que se necesita para hacer cine.

(Continuará)