Hugo Gutiérrez Vega
Tomóchic y los milenarismos (IV DE VI)
Lo siguiente es de nuevo un breve paso por el ejército y su baja definitiva. Se fue a Mazatlán a dirigir El Correo de la Tarde y, como siempre, se metió en líos políticos. Recobrada su salud, apareció en las fotografías gordito, sereno y con sus gruesos lentes de miope perdido. Es claro que fracasó en sus pretensiones políticas y tuvo que salir con cierta velocidad del estado de Sinaloa. Poco después moriría su esposa. Regresó al periodismo en Ciudad de México y fue director de El Progreso Latino, publicación en la que criticó regocijadamente las delirantes fiestas del centenario de la Independencia. Por esos años sale su novela El triunfo de Sancho Panza, que es una venganza de lo que le sucedió en Mazatlán. Se casó en segundas nupcias con la hermosa Áurea Delgado. Nuevamente hizo política y salió corriendo. Se refugió en Coahuila y, de repente, lo encontramos apoyando a Madero, quien, al triunfo de la Revolución, lo nombró subsecretario de Relaciones Exteriores. Perseguido por Huerta, huyó al norte, hizo periodismo en Sonora y se unió a Carranza y Obregón. Participó en la Convención de Aguascalientes y se opuso a Carranza. Publicó una colección de cuentos titulada Los piratas del boulevard, y una novela histórica, El diluvio en México, que aprovechó para herir a Carranza. Lo detienen los carrancistas y, enfermo y semiciego –“sólo veía luces y sombras”– compareció ante el Consejo de Guerra. Salvado de milagro, entró nuevamente a prisión. Al salir se fue a vivir a Azcapotzalco y se dedicó a la avicultura. Curiosamente, Álvaro Obregón lo rescató y lo hizo cónsul en Cádiz, en donde pasó tres años, viendo a medias las ciudades europeas.
Regresó a México en 1923, publicó ¿Águila o sol? y la primera parte de una ambiciosa trilogía sobre la Revolución que no llegó a terminar. Se fue a vivir a Tizapán. Desde su casa dio clases en el Colegio Militar y participó en la elaboración de un libro de lujo titulado Álbum histórico popular de la Ciudad de México. Murió el 12 de noviembre de 1925.
En una memorable conferencia, Raúl Rangel Frías ubica a don Heriberto en el terreno de los pioneros de la novela de la Revolución mexicana, es decir, lo convierte en un escritor “al filo del agua”. Pertenece a la estirpe de Federico Gamboa, de José López Portillo y Rojas, de Federico Carlos Kegel y de Emilio Rabasa, pero hay una diferencia: Tomóchic es una novela histórica de carácter testimonial que puso en peligro la vida de su autor. En eso se parece a su maestro, el gran naturalista Émile Zola, y es posible, como afirma Brown, establecer un paralelo entre La Débâcle y Tomóchic. La primera tiene como escenario la guerra franco-prusiana y la segunda se desarrolla en un pueblito de los valles del distrito de Guerrero, en el gigantesco estado de Chihuahua. Es indiscutible que Frías es un buen alumno de Zola, entre otras cosas, en materia de valentía. Sus procedimientos pertenecen a la escuela naturalista, pero su originalidad proviene de la utilización de localismos y de la fuerza de su denuncia. No olvidemos que Frías era jacobino, por lo tanto no podía simpatizar con el milenarismo de la vidente Teresa Urrea, la Santa de Cabora. No simpatizaba del todo con los tomochitecos y su fanatismo religioso, pero fue más fuerte su disgusto por la masacre cometida por el Ejército Federal y la real y simbólica desaparición de Tomóchic, del cual no quedaron más que unas cuantas cenizas y cráneos calcinados.
(Continuará)
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