Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de marzo de 2014 Num: 995

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartier-Bresson en
el Centro Pompidou

Vilma Fuentes

El laberinto de la soledad: monólogo, delirio y diálogo
Antonio Valle

La era no canónica
de Octavio Paz

Gustavo Ogarrio

Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo
Juan Domingo Argüelles

Las cartas perdidas
de Paz

Edgar Aguilar

Diez aspectos de la
poesía de Octavio Paz

Hugo Gutiérrez Vega

Vitos y Alií
Katerina Anguelaki-Rouk

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Miguel Ángel Quemain
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Las (trans)migraciones de Hilda Valencia

Nueva York versus el Zapotito es una creación múltiple bajo la dirección de Hilda Valencia. Trabajo profundo sobre la migración y la transmigración de los materiales escénicos. Se trata de un concierto capaz de crear un espacio para cada una de las convergencias artísticas presentes sobre la escena, las visibles y las invisibles.

Con un texto hondamente poético, escrito por Verónica Musalem, Hilda Valencia muestra lo que significa tener una tradición y, con ella, el rigor para valorar todo lo que concurre en el teatro. Es un montaje de distintos niveles de profundidad que ofrece una lección sobre el manejo del tiempo en la escena, la indagación sobre el arraigo, la cultura, las relaciones con los antepasados, el vínculo complejo y polémico entre madre e hija.

La reflexión de Verónica Musalem sobre el tema de la migración va más allá de un tópico sociopolítico. Es el tránsito más profundo, la más transformadora migración, la apropiación de esos mundos que habitan al que se va, al que regresa como portador de tegumentos varios cuya textualidad puede leerse como mapa emocional y cultural. No siempre hay regreso ni llegada y esta obra es una meditación sobre esa posibilidad de arrancarle un testimonio al polvo del desierto.

Hilda Valencia es una orquestadora y sabe descubrir las capacidades de este conjunto que merece un reconocimiento por separado, por su voluntad cumplida de trabajar juntos. Beatriz Roussek ha realizado un vestuario que tiene los atributos de cubrir al actor con una piel que le permite apropiarse de una especie de naturaleza emocional.

Foto: Joel Nava Polina

El trabajo con los actores muestra la capacidad de la directora para trazar el diálogo entre densidades equidistantes: Rosario Zúñiga, la madre, Duane Cochran y María Teresa Paulín son el bordado fino de un conjunto de emociones, certezas sobre el texto que se declara, se pronuncia y se materializa gracias a la experiencia de cada actor en el escenario, en el marco de la atmósfera precisa y de gran belleza que moviliza el violín psíquico de Ulises Martínez, un músico que conoce las dimensiones de lo clásico y de la música tradicional.

Aunque no dudo sobre lo emocionante que debe ser escuchar por separado el paisaje musical, sonoro, que elaboró este músico, también sería difícil separarlo de la osamenta que levantó Valencia sobre ese desierto/cementerio implacable. Es uno de esos trabajos que están tatuados sobre la piel del montaje y es verdaderamente difícil separarlos cuando tienen la capacidad de integrarse al trabajo escénico, comparable a lo que ha hecho musicalmente David Psalmón con Daniel Hidalgo, Alex Daniels y el Ogham ensamble.

Duane Crochan, con un instrumento corporal bien afinado, es una especie de animal, de mancha humana, sobre el escenario. Se mueve a gran velocidad y con tal destreza que sabemos que su reino es de otro mundo, uno que ha logrado apoderarse de todos los tiempos sin aspirar a la visión en redondo que da la eternidad. Tampoco es un demiurgo ni es tan distante como los muertos rulfianos, ni tan vacío como la inhumanidad que trazó Josefina Vicens. Es sólo el mago de un circo en disolución.

El trabajo conmovedor de Rosario Zúñiga, guardiana de ese circo en disolvencia, es posible porque  Hilda Valencia entiende de qué está hecha esta actriz extraordinaria, capaz de enfrentarse a un trazo escénico/textual tan exigente y conducir/sostener a su joven interlocutora en esa concurrencia de tiempos que divide y une esa especie de carretera, de camino (como el camino rojo de Liera), que la escenógrafa Mónica Kubli materializó con un rigor plástico (que recuerda a M. Palau) que distingue a los artistas visuales que se empeñan en incorporar la totalidad del proceso escénico a sus propias iluminaciones. Las atmósferas creadas por la escenógrafa son inquietantes por su correspondencia con el trazo visual y emocional de la puesta en escena.

Nueva York versus El Zapotito o NY camino al oaxaqueño Zapotito, vio la luz en el espacio de El Milagro; ahí levantó Mónica Kubli su catedral hecha de telas que son tierra, monte y frontispicios sacrificiales que proponen un camino que sabemos de ida y vuelta. Concluyó la temporada en ese espacio bautismal y deberá seguir su recorrido por lo menos en 2014. La economía de recursos tanto materiales como actorales le permitirá recorrer buena parte de nuestra geografía (sobre todo íntima), para mostrar quiénes somos, cuándo nos vamos y de qué está hecho el regreso a casa.