Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de marzo de 2014 Num: 995

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartier-Bresson en
el Centro Pompidou

Vilma Fuentes

El laberinto de la soledad: monólogo, delirio y diálogo
Antonio Valle

La era no canónica
de Octavio Paz

Gustavo Ogarrio

Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo
Juan Domingo Argüelles

Las cartas perdidas
de Paz

Edgar Aguilar

Diez aspectos de la
poesía de Octavio Paz

Hugo Gutiérrez Vega

Vitos y Alií
Katerina Anguelaki-Rouk

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
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Alonso Arreola
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India. Brocados en el aire (II Y ÚLTIMA)

La semana pasada presentamos algunas estampas sonoras de India. Aplanadora para los oídos, hoy debemos subrayar algo: ese país guarda puertas adentro su mejor música, tal como pasa con mucha de su comida tradicional o los más intrincados ritos religiosos. No es fácil encontrarla por la calle aunque sí a veces en templos, el Bollywood televisado o frente al río Ganges, donde se pueden presenciar ceremonias musicalizadas. Pero hubo felices excepciones que enfrentamos por accidente o al atentar contra la privacidad. ¿Ejemplos?

Aeropuerto Indira Gandhi, Nueva Delhi. Alguien nos avisa que en una tienda de suvenires hay dos músicos tocando. Desconfiados, asumimos que debe ser un montaje turístico. Y sí. Apenas llegamos sentimos el aburrimiento de la percusión y el violín que deberían embriagarnos con un repertorio carnático. Decidimos plantear un reto a los ejecutantes que sospechamos diestros: “¿podrían interpretar alguna pieza en compás de 7 u 11?” Extrañados, sonríen y hablan entre sí. Asienten. Cambian de postura. Uno comprueba su afinación, el otro pone talco a las pieles del Dayan y el Bayan (tambores que constituyen la tabla). Arrancan.

La tienda muda de aires. Auténticos maestros, les faltaba eco para elevarse. La velocidad que alcanzan los dedos nos hace pensar en “El nuevo acelerador”, cuento de H.G. Wells. El mundo a su alrededor sucede en cámara lenta. Luego de unos quince minutos, terminan. Hay un aplauso nutrido, largo. Los clientes están felices, detenidos. ¿Por qué menospreciar a las audiencias?, nos preguntamos para respondernos: el control excesivo de los ambientes que en pos de Don Dinero supone el capitalismo, nos aleja diariamente de una realidad dura pero transparente.

Algo así pensamos tomando té en una terraza de Pushkar, pueblo amado por backpackers interesados en la música electrónica, la marihuana y la creación de sus propios y asilados cotos. De pronto, una melodía crece a la distancia, se acerca. Bajamos a la calle. Es una boda. Amplificado con dos baterías de auto y un par de cornetas metálicas, el tecladito Casio de quien encabeza la procesión es frenético. Lo acompaña una banda con percusiones y alientos, después decenas de mujeres ataviadas con saris multicolores toleran nuestra intrusión en su cortejo. Así como aparecieron se extinguen repentinamente en una casa. Hacemos un recuento de momentos semejantes durante el viaje. Seis. En todos la música brillaba.

Muy diferentes sonidos son los que, al fondo del llamado Templo de los Monos, regalan los monjes budistas de Katmandú. Nada los perturba. Sentados, están tocando grandes tambores, khanjeeras, platillos y cornos de grave aliento que en lentas espirales hipnotizan tanto o más que el mantra giratorio de la estupa. En esa pequeña sala se puede presenciar un concierto-rito que en otra circunstancia sólo interesaría a los amantes del free jazz. Aquí, sin embargo, ese oleaje denso produce paz e invita a la reflexión. Pero bueno, esto es Nepal. Hemos cruzado la frontera. Estamos entre tres gigantes: India, China y los Himalayas que nos separan del Tíbet.

Así las cosas, en India pudimos escuchar música en la televisión, en algún templo, en la vera del río, en el aereopuerto, en fiestas callejeras, en un par de restaurantes… y se nos olvidaba: en el Chokhi Dhani, villa en Jaipur que apuesta por el turismo interno mostrando distintos escenarios con arte del Rajastán. En una sola de sus noches conocimos a numerosas bailarinas, percusionistas, armonistas y tocadores de shahanai. Se trata de un complejo que también es hotel, con veinticinco años de historia. Pero bueno, habría que pasar años en el país para medio entender sus códigos y acercarse un poco a su verdadera voz.

Dicho esto, lectora, lector, nos quedamos con una última imagen, la de aquella niña que junto a su abuela presentaba un espectáculo con marionetas en un hotel de Khajuraho. Tocando el pakhavaj al tiempo que cantaba, nos permitió sentir la inercia de muchas generaciones entregadas a un oficio que borra a la persona, su vanidad, en favor de lo que hace. Una lección para quienes siempre firmamos las cosas. Sea con el pincel de un solo cabello sobre el mándala; con la gubia en la puerta de madera; con la piedra girando contra el mármol de Makrana; con los hilos de oro entrando en telares operados por ancianos o con las manos de esa niña golpeando las pieles del tambor a cambio de dinero, India muestra la más alta sensibilidad del ser humano y, siendo justos, también lo cerca que está de corromperse, de ensuciarse. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.