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Hugo Gutiérrez Vega
Cartier-Bresson en
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Vilma Fuentes
El laberinto de la soledad: monólogo, delirio y diálogo
Antonio Valle
La era no canónica
de Octavio Paz
Gustavo Ogarrio
Octavio Paz: libertad y palabra, realidad y deseo
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Las cartas perdidas
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Diez aspectos de la
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Felipe Garrido
De noche
–Cállate te digo; que no te muevas, que no hagas ruido. ¿Qué no los oyes?
–No, no oigo nada.
–Pérate, no te muevas. Cierra bien los ojos para que los oigas.
Se abrazaron en la oscuridad. Algo de luz dejaban pasar las cortinas. Llegaban a sentirse la brisa y el huele de noche.
De pronto, algo hubo que apretaron más el abrazo.
–Son sus hijos.
–Yo creía que...
–Sí, así fue. Bien se supo. Fue la maldita; ella los ahogó.
–¿Tú los conociste?
–Jugaba con ellos. Por eso vuelven aquí. Y juegan allí donde ella no los dejaba. Allá arriba, en el corredor. Quieren ver si subo. ¿Tú crees? Ni loco que estuviera.
–¿De veras nunca los quiso?
–Los odiaba. No los dejaba moverse. Los días que yo estaba, como que disimulaba; pero tarde o temprano se quedaban a solas con ella; yo vi los moretes que les dejaba.
De repente le tapó la boca. Dejaron de respirar. Cerraron más los ojos. Clarito, en el silencio de la madrugada les llegó el sonido. Allá arriba chocaban las canicas. |