Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de mayo de 2013 Num: 949

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Don Quijote en Alemania
Ricardo Bada

Un pescado refuta
la extinción

Adolfo Castañón

Dos poemas
Francisco Hernández

Más allá de la música: guerra, droga y naturaleza
Mariana Domínguez

La música: usos y abusos
Alonso Arreola

El poderoso influjo
de la música

Xabier F. Coronado

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
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José Angel Leyva
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Don Quijote en Alemania

Ricardo Bada

El 16 de enero del año del Señor de mil y seiscientos cinco se puso a la venta en la casa madrileña de Francisco de Robles, “librero del rey nuestro señor”, la primera parte del libro El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y hay quien asegura que en el corso del Carnaval de Heidelberg de 1613, sólo a ocho años de ese feliz acontecimiento, Don Quijote ya se encontraba entre las figuras que hicieron las delicias de los carnestolendos ribereños del Neckar. Pero esta es sólo una de las dos versiones que conozco: según otra, un disfraz de Don Quijote habría destacado aquel mismo año entre las grandes atracciones en la Corte heidelberguense, durante la boda del rey Federico del Palatinado con Elizabeth, la hija de Jacobo II de Inglaterra.

Abona esta segunda versión el hecho cierto de que los ingleses ya disponían de una traducción del libro de Cervantes, la de Shelton, desde el año anterior (1612) a la boda de su princesa. Mientras que la primera al alemán de que se tiene noticia data de 1621, es incompleta y, por si todo ello fuera poco, no pudo darse a la imprenta hasta el final de la Guerra de los Treinta Años, es decir: 1648. Y habría que esperar a 1799-1801 para que al fin, gracias a la fervorosa labor de Ludwig Tieck, se tuviera en lengua tedesca una traducción íntegra de la novela de don Miguel.

De todos modos, y considerando que los hechos relatados más arriba nos remiten al siglo XVII, cuando –según parece– no existían ni la prensa ni la radio ni la TV (¡¿qué mundo era aquél?!), un dato como éste dice bien de la difusión y de la popularidad alcanzadas, en tan breve período, por el Caballero de la Triste Figura y su rechoncho escudero, cuyas aventuras, o desventuras, siguen siendo editadas en Alemania, e incluso han pasado al canon de la literatura universal del semanario hamburgués Die Zeit, que quedó establecido allá por 1980.


Molino de viento en Abbehausen, Niedersachsen, Alemania

Die Zeit es algo así como el órgano máximo de la intelectualidad alemana, y a sus lectores es bastante seguro que se los tomó como modelo para no pocas estatuas de crucificados en el país: el tamaño de sus páginas desplegadas abona esta no tan impía suposición. Y fue en la redacción de Die Zeit donde uno de los popes de la feuilletonística germana, Fritz J. Raddatz, sugirió la conveniencia de disponer de un canon más o menos fiable de la supracitada literatura (más bien menos que más, ya que incluye cuarenta y dos títulos de obras de autores alemanes), aunque no aspirase a ser “el canon”. El resultado fue un libro, Biblioteca ZEIT de los 100 libros, título ciertamente ambiguo, por decir lo menos.

A fin de documentar la excelencia de su canon, Die Zeit estuvo publicando durante cien semanas consecutivas las reseñas de cada uno de esos libros, encargadas a plumas bastante calificadas. Para poner nada más que una media docena de ejemplos, Heinrich Böll se ocupó de la Germania de Tácito; Manès Sperber de las memorias de Casanova; Rolf Hochhuth de Moby Dick; Günter Wallraff de la novela de Émile Zola Germinal (imposible saber por qué eligieron ésta en vez de Naná); Rainer Werner Fassbinder dedicó su atención a la gigantesca Berlin Alexanderplatz, adaptada por él mismo como serie de TV; y para completar la anunciada media docena de ilustres reseñadores, a Golo Mann le tocaron en suerte las Confesiones de Agustín de Hipona y El ingenioso hidalgo. ¿Por qué precisamente a Golo Mann el libro de Cervantes? ¿En recuerdo de las bellas páginas que su padre, Thomas, escribió sobre el Quijote mientras navegaba por el Atlántico camino del exilio en Estados Unidos? Chi lo sa!

Golo Mann inicia su reseña de una manera escéptica: “¿Hay hoy en día muchos que lean de cabo a rabo esta obra, de más de mil páginas? Apenas los habrá, a no ser que quieran escribir algo acerca de ella” (con lo cual ya nos está diciendo que él lo ha hecho... y/o así lo espero. Después de lo cual sigue): “Se compone de una larga cadena de aventuras aisladas, de episodios. No faltan las repeticiones allí donde ya no era posible una superación, una imposibilidad que se pone de relieve bien pronto. De modo que se puede leer aquí y allá, pueden saltarse páginas. Por lo demás, se compone de dos partes, la segunda escrita diez años después de la primera.

Si eso no se supiera, quizás no se notaría” (afirmación que no sé si es un elogio o un sarcasmo), “pero como se sabe, se nota”.

Más adelante, el tono se vuelve muy actual. Dice Golo Mann: “Paladín del bien, el caballero no pocas veces produce daños, llevado por la ira y la ofuscación. Arremete contra un rebaño de ovejas. Libera a unos ladrones que inmediatamente retoman su oficio. Es capaz de herir a las más inocentes de las personas, sin mostrar luego mucho arrepentimiento, porque siempre tiene razón. ¿Sería quizás a fin de cuentas un ancestro de esos terroristas españoles, que vuelven a atormentar el país, para darle libertad y felicidad a su pueblo? Una comparación que no cuesta mucho negar. Esos asesinos son malos. Don Quijote es bueno. Si hubiera alguien como él hoy en día, algo que resulta difícil imaginárselo, saldría a la palestra contra los terroristas, liberaría sus rehenes, trataría de convencerlos para concertar la paz... y creería en sus promesas, en el caso de que se las hicieran...”

La reseña de Golo Mann se cierra con estas palabras: “La figura que [Cervantes] en un principio había concebido como tragicómica, tan sólo lamentable, se fue transformando en otra cosa tanto más cuanto más tiempo convivía con ella; le fue transmitiendo más y más de sí mismo, se enamoró de ella y la fue empujando delante suyo y a través del país hasta que tuvo que matarla para desembarazarse por fin de ella. Casi fue un suicidio, y de hecho Cervantes murió un año después.”

Don Quijote y el idioma alemán. Todo un tema. Pero también Cervantes y el idioma alemán, donde a cuatro años de la publicación de Rinconete y Cortadillo, y por el sencillo procedimiento de convertir Sevilla en Praga, le infirieron un plagio que merece un artículo aparte él solo. Será la próxima vez.