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Don Quijote en Alemania
Ricardo Bada
Un pescado refuta
la extinción
Adolfo Castañón
Dos poemas
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Más allá de la música: guerra, droga y naturaleza
Mariana Domínguez
La música: usos y abusos
Alonso Arreola
El poderoso influjo
de la música
Xabier F. Coronado
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Alonso Arreola
@LabAlonso
La Mantis de Felipe
Hablemos de Felipe Pérez-Santiago. Tiene treinta
y siete años. Es un compositor y artista sonoro mexicano
que gusta de andar en motocicleta por el barrio de
Coyoacán. Buen manager de sí mismo, también es director
artístico del ensamble Mal’Akh con el que lo vimos actuar
en un aniversario de la Fonoteca Nacional. Otrora estudiante
del CIEM, su paso como estudiante en Europa provocó
huellas que hoy podemos aplaudir. En la página que
alberga su trabajo (www.felipeperezsantiago.com) se le
puede conocer a fondo, pues hay hartas pruebas sónicas
y de video. Sin embargo, hacía falta una edición que enmarcara
lo mucho que ha sucedido en su cabeza. Ello nos
mueve este domingo, lectora, lector: Mantis (2013), un
álbum en el que se ven reunidos doce esfuerzos maquinados
a lo largo de catorce años tramando música experimental.
No hay de qué espantarse. Sabemos que términos como
“experimental” o “contemporáneo” suelen activar los
músculos de la mano para darle vuelta a la página e irse
directo a las columnas de Luis Tovar y Jorge Moch. Pero
hay tiempo. Permítasenos intentar el convencimiento.
Poner este disco en casa no implica dinamitar
reuniones o forzar al mal humor en melómanos
de baja intensidad. Por el contrario. A nosotros
nos acaba de suceder hace un momento. Tras recorrer
en el estéreo varios discos que yacen a la
espera de algún comentario en este espacio, Mantis
provocó el siguiente comentario en un invitado:
“Eso sí está bueno.”
“Jingle Hell!!!”, la breve obertura, es casi una broma.
Fue comisionada en 1999 por la Dutch Radio
Station “Der Concertzender”. Funciona como una
llamada de atención y para establecer un eje tímbrico
en el que se mezclarán, siempre con fortuna,
instrumentos acústicos y distintas dotaciones electrónicas.
“Post-War”, la primera pieza en forma, fue hecha para
el festival Kult Odyssey (Holanda/Bulgaria) de 2001. Las
cuerdas dibujan una tensión panorámica que bien podría
fondear imágenes del cineasta David Lynch. Apuesta en
su inicio por un fraseo árabe para luego ascender hacia
el espacio vía un crescendo que, lejos de abrir la puerta del
ruido, nos deja conocer interesantes amagues de contrapunto.
Sí, hay desolación pero también mucho aire para
el pensamiento. Hacia el final del track, los acordes del
teclado parecen otorgar esperanza, sin embargo irrumpe
un ostinato percusivo (tres contra dos) para que el
solo de violín devele una cima incierta. A Piazzolla le gustaría,
creemos.
Sigue “Area 17”, pedida en 2006 por Instrumenta para
el 250 aniversario del nacimiento de Mozart. Magnífico
uso de distorsiones digitales para una suerte de fuga que
sustituye aire y fuelles por texturas rugosas, pero que nunca
abandonan su rigor armónico. Finalmente llega a lo
abstracto, sí, pero bien vestido de augurio. Descansa y
deja paso a “Cicatrice”, del 2008. Ésta fue un pedimento del
Egidius Quartet de Holanda. A las voces de bajo, barítono,
tenor y contratenor se suma la electrónica de Pérez-Santiago,
una alberca en la que éstas parecen ahogarse. Llaman
la atención los planos. Contrario a lo que podría imaginarse,
los cantantes se ven sometidos, casi aplastados
por los bloques sonoros.
“Danza de ángeles” (1999), “Frozen” (2003), “Phoetus”
(2003) y “Círculo” (2002) son cuatro temas compuestos
para distintos proyectos de danza y video. En el primero
somos invitados al caminar, al latido del viento. (Nos disculpamos
con usted y con el compositor por semejantes
imágenes, pero qué se le va a hacer, nos resultan inevitables.)
En el segundo, un lentísimo entramado que sabe de
silencios, nos congelamos vía la delgada lluvia de pizzicatos
e insinuaciones cordales hasta que se instala un aura
nocturna, mucho más grave y atrevida, que promete al
menos tres advenimientos incumplidos. Está muy relacionada
con la tercera, construida para el mismo proyecto.
De ella nos gustan sus glissandos y la entrada tardía de
electrónica y voces, los ataques finales de las cuerdas. La
cuarta se aleja de la madera. Rompe la apuesta por lo
orgánico. Su programación rítmica es excepcional, casi
industrial.
“Der Natchflug”, de 2000, ganó el premio de residentes
del Instituto de Música Electroacústica de
Bourges en Holanda. Es la más larga y extravagante.
Un ejercicio de electrónica pura, agresivo, celebrable.
“Iftira” (2012), por otro lado, es de nuestras favoritas.
Concentra mucho de lo mejor en Pérez-Santiago: su
saber en la computadora, su sensibilidad melódicoarmónica.
Espléndido trabajo para fagots. “Red antisocial”,
con la flauta del talentoso Alejandro Escuer,
también destaca. Rechinido, parvada. Su diálogo con
la polirritmia es encomiable. “Ladrones”, cerrando
la pinza de inicio, es una corta despedida de piano
MIDI que nos hace sonreír complacidos por el tiempo
dedicado a que este insecto nos devorara.
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