Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
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Al Vuelo
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La Otra Escena
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Gotas de silencio

 

Vilma Fuentes

¿Quién, al despertar,
no ha intentado relatar
un sueño, antes de verlo desvanecerse en ese alejamiento donde se exilian de nosotros los desaparecidos? Contarlo a un
amigo, a un analista, a quien
duerme y despierta a nuestro lado.
Al otro. En silencio, a sí mismo. En
voz alta o en secreto. Trocarlo en
palabras para tratar de retenerlo. La
memoria, ésa que evocamos y
convocamos a nuestro antojo, ¿no está
hecha de palabras? Recuerdos mentales
que otorgan las apariencias y la engañosa
seguridad de lo real. Vecinos, pobladores de
una ciudad fantasma, ajenos a la voluntad,
otros recuerdos, los de la memoria subterránea
del cuerpo, aparecen, epifánicos, sin anunciarse.
Vívidos como fueron vividos, nos devuelven
instantes que escapan a la voracidad del tiempo.
O, acaso, somos nosotros quienes, fugitivos de las horas, volvemos a un momento pasado que no acaba y donde los muertos siguen vivos. El territorio de los sueños, bosque umbrío sacudido por el viento que invita a la luz a iluminar sus oscuros caminos, es silencioso. Las palabras, escasas, son ecos. Las imágenes, abundantes, son un juego de cajas chinas; en la primera imagen están contenidas las demás. Superpuestas, se despliegan. Borges describe a un soñador que ve ondular una cortina. Sabe que alguien se oculta tras ella y que una garra va a aparecer. Ve salir la garra antes de ser atacado. ¿Se despertará antes de morir? Borges no lo aclara. Tampoco explica, ni interpreta. Marcel Proust alude a la memoria involuntaria del cuerpo, sin nostalgias, cuando el narrador, entre el sueño y la vigilia, extiende los brazos y siente contra su cuerpo el de Albertina, fallecida años antes. Recuperación y regalo de momentos enterrados por el olvido, que el tiempo transforma en diamantes.

¿”El sueño es una segunda vida”, como creía Gérard de Nerval? Lejos están los tiempos en que los griegos no hacían distinciones entre lo vivido en sueños y lo vivido en vela –repetía fray Alberto de Ezurdia, con una voz cavernosa digna de los albores del tiempo, al comenzar su curso de Historia de la filosofía.

Las palabras, las imágenes, el tiempo, la memoria de los sueños pertenecen a un universo paralelo (aunque ¿no nos enseña Einstein que las paralelas no existen pues se encuentran en el infinito?) , distinto al de la vigilia. Querer relatar lo soñado con el lenguaje que usamos para expresar eso que llamamos la realidad es un deseo luciferino e inútil. Igual sería tratar de imponer la vida en vela a los sueños. Las interpretaciones son vanas, o al menos truncas. Lo propio del sueño es la imposibilidad de traducirlo a la palabra.

“El psicoanálisis nunca ha logrado hacer hablar las imágenes”, señala Michel Foucault, en su lúcida y atrevida introducción al ensayo de Ludwig Binswanger, Traum und existenz (Sueño y existencia). Impugna las interpretaciones freudiana, lacaniana y otras, las cuales podrían aplicarse a casos particulares pero no a todos los sueños. A partir de Heráclito: “El hombre despierto vive en un mundo de conocimiento; pero el que duerme se vuelve hacia el mundo que le es propio”, Foucault indica la negligencia del psiconálisis “a propósito de la riqueza sensorial en la imaginería del sueño, toda esa plenitud que hacía decir a Landermann: “cuando nos abandonamos a los sentidos es cuando somos atrapados en un sueño”. De la mano de Novalis, para quien es en el sueño donde “reside la Eternidad con sus mundos, el pasado y el recuerdo”... guiado por textos poéticos, a la manera de los raros verdaderos pensadores (evito decir filósofos por el abuso de esta palabra en Europa), como Hegel, Heidegger o Jean Beaufret, Foucault rescata del silencio los implícitos del texto de Binswanger, revelación de la otra cara del sueño: la de la muerte. “En lo más profundo de su sueño, el hombre encuentra su muerte –muerte que en la forma más inauténtica no es sino la interrupción brutal y sangrienta de la vida, pero en su forma auténtica es el cumplimiento de su existencia.”

“No es un azar sin duda –señala Foucault–, si Freud fue detenido, en su interpretación del sueño, por la repetición de los sueños de muerte: marcaban, en efecto, un límite absoluto al principio biológico de la satisfacción del deseo.” Presagios desde la Antigüedad, los sueños pierden sus dones proféticos para convertirse en icebergs del inconsciente. El psicoanálisis les presta una palabra que les es tan ajena como lo es a la muerte. En los sueños, la muerte aparece a veces como una amenaza, a veces con otro rostro, “ya no el de la contradicción entre la libertad y el mundo, sino ése donde se alcanza su unidad originaria”. Al anunciar la muerte, el sueño manifiesta la plenitud que es la meta de la existencia. El sueño de la muerte aparece como un destino, paso de la vida hacia la existencia: “¡Banquo, Donalbain, Malcolm, despierten! Sacudan ese calmo sueño que no es sino una mueca de la muerte, y vengan a ver la muerte misma”, invita Macbeth, aceptando su muerte.

Me veo en sueños, angustiante pesadilla, al borde de un abismo. No hay camino hacia adelante ni hacia atrás. El vértigo vuelve inminente la caída al vacío. Despierto, con gotas de sudor en la frente, temblorosa, dichosa de volver a la vigilia que me da la ilusión de escapar a la muerte. Otras noches, me veo en sueños en la cima de un lugar desde donde contemplo los abismos, donde el salto al vacío es vuelo. Me veo enseguida en lo más alto de un camino. Alguien me propone bajar del vehículo que nos conduce a la muerte. Me niego, la muerte se presenta como una culminación heroica, umbral de la inmortalidad, gloriosa. Me despierto en un estado de exaltación que sólo he conocido después de este segundo sueño. ¿Cómo no recordar a López Velarde cuando se habla de sueños?

Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos...
Para volar a ti, le dio su vuelo
El Espíritu Santo a mi esqueleto...
¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
En la prudencia de tus guantes negros.