Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Felipe Garrido

Vera

Mi abuela Vera murió cuando yo tenía doce o trece años. Mis papás se habían ido a Morelia y me quedé con mamá Rosa, mi otra abuela, que vivía con nosotros. Mi abuela Vera se ha de haber muerto un viernes o un sábado, porque me acuerdo que el domingo me arreglé, me puse aquella falda roja que me gustaba. Había amanecido de buenas. Nunca la quise, ni ella creo que me haya querido. Nunca un beso, un arrumaco, un nada. A mí me valió, la verdad. No sentí, la verdad, no sentí nada. Si se había muerto o no se había muerto, para mí era lo mismo. Mamá Rosa se me quedó viendo. “Voy a la iglesia –le dije– y a comprar nieve y a dar la vuelta con mis amigas.” Tenía doce, trece años. Y ella me dijo,  asustada:  “Pero si estamos de luto.”  “¿De luto?”,  repliqué. “ ¿No ves que se murió tu abuela? Mira cómo andas mientras ella está ahí, tendida.”  Y ya no pude;  me solté a reír;  me la imaginé así como era, gordinflona, pintada, con sus mascadas, puesta en un tendedero.