Jair Cortés
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Retrato escrito de Benjamín Prado
Para mis hermanos, Omar y Janeth,
por compartir el raro tesoro
Hace más de quince años leí Raro, la primera novela del escritor y poeta español Benjamín Prado (nacido en Madrid, 1961). En aquel entonces el libro se convirtió en una obra necesaria, una especie de manifiesto generacional, un gesto de camaradería que alguien, desde el otro lado del Atlántico, nos enviaba sin conocernos, sin saber de nosotros, hipotéticos lectores sin rostro, sitiados entre el centro del país y el Golfo de México. El libro pasó de mano en mano y de país en país, hasta terminar (como un objeto preciado) en la casa de mi hermana. Recuerdo la potencia de ese libro, el desasosiego de sus personajes frente al abismo de la adolescencia, su pulido lenguaje, como en aquella frase: “oro que respira” refiriéndose a un tigre dormitando.
Hace unas semanas (gracias al azar y sus gratas sorpresas) conocí a Benjamín Prado: presenté la antología de su poesía Yo sólo puedo estar contigo o contra mí, publicada en Puebla, México; un volumen que reúne muchas de las virtudes que ya se manifestaban en Raro: un tono confesional y una fuerza demoledora en sus palabras. En esta antología encuentro un poeta que sublima los sentimientos y los eleva a un nivel artístico, poemas que, en palabras de Joaquín Sabina, son “combativos, conmovedores, compartibles; tocan una cuerda que nos toca a todos y son solidariamente confesionales porque son a la vez su autobiografía y la nuestra”. Benjamín Prado rebasa el contexto literario y lleva la palabra a terrenos vitales: ahí encontramos a Raymond Carver, Ana Ajmátova, Shakespeare, Neruda, Vallejo, evocados, desde una íntima soledad que el poeta ha urdido pacientemente a lo largo de tantos años de escritura: “El camino que lleva del mar a las campanas,/ desde casi hasta nunca,/ del horóscopo/ al coche que ha volcado en la nieve./ Todos esos caminos por los que yo te busco./ Todos esos caminos por los que tú me sigues.”
La poesía de Benjamín Prado es combustible y redención al mismo tiempo, no busca entretener sino derrumbar edificios internos, sacudir el polvo que la palabrería débil acumula en los estantes de las librerías. Este libro, y lo agradezco como lector, es una forma de reencuentro, de replanteamiento del ser, es una bandera izándose a mitad de una plaza llena de dolor, como en su poema titulado “Bandera Blanca”: “Llegaron días oscuros,/ noches sumadas al hielo./ Cada mitad de tú y yo/ puso su alambre de espino,/ lloró cristales y astillas,/ fue un soldado en las trincheras.”
Autor prolífico, Benjamín Prado ha sabido cultivar y cosechar con grandes méritos diversos géneros que van de la novela al ensayo, pasando por la poesía y los textos biográficos. Su retrato tiene un lugar en nuestra memoria: una escritura que conserva la esencia de lo humano en las palabras que “querían ser gaviotas”. |