Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de mayo de 2011 Num: 847

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Lo conocido
Nikos Fokás

El terremoto y Japón
Kojin Karatani

No es maná lo que cae
Eduardo Mosches

Hablar de Leonora
Adriana Cortés entrevista
con Elena Poniatowska

Los volcanes de
Vicente Rojo

Carlos Monsiváis

El corazón more geométrico
Olvido García Valdés

Ordenar, Destruir
Sergio Pitol

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Kojin Karatani

El terremoto y Japón

Yo estaba en las calles de Tokio cuando el terremoto comenzó. El piso se agitó violentamente mientras los edificios por un largo tiempo se balanceaban a mi alrededor. Nunca había experimentado algo similar y supe que algo terrible había pasado. Mi primer pensamiento se remontó al terremoto de Kobe, en el que en 1995 murieron más de 6 mil personas. A pesar de que yo no experimenté el terremoto de Kobe, éste golpeó mi región natal donde vivían muchos de mis familiares, y me dirigí inmediatamente a la escena del desastre. Caminé las calles donde edificios tras edificios se habían colapsado hasta convertirse en escombros.

Sin lugar a dudas, la escala de este terremoto había sobrepasado por mucho el terremoto de Kobe. Este desastre es también el de los daños causados por el tsunami a lo largo de cientos de kilómetros de las regiones de la costa y, también, es el desastre del peligro de una catástrofe nuclear, y estas no son aún todas las diferencias. El terremoto de Kobe fue totalmente inesperado. Con la excepción de un pequeño número de expertos, nadie había imaginado la posibilidad de un terremoto en ese lugar. En cambio, el reciente terremoto había sido anticipado. Terremotos y tsunamis han asolado la región nordeste de Japón a lo largo de su historia y frecuentes advertencias se habían hecho en años recientes. Sumando a lo anterior, siempre ha habido una fuerte oposición al poder nuclear, y críticas y advertencias de su peligro. Sin embargo, la escala del terremoto fue mucho más allá de cualquier pronóstico. Y no era imposible anticipar la escala de tal desastre, sino que se había, deliberadamente, evitado hacerlo.

Hay otra diferencia. El terremoto de Kobe ocurrió después del final de la burbuja económica de los ochenta, cuando la recesión económica estaba en curso y la gente, en ese momento, no había reconocido completamente la debacle de la economía japonesa de alto crecimiento. El terremoto de Kobe inicialmente sólo apareció como el símbolo de la decadencia de la economía de Japón. Sin embargo, esto cayó rápidamente en el olvido, al paso que la nación intentaba recapturar una época donde la gente hablaba del Japón como “el número uno”. Fue después del temblor de Kobe que Japón, sin reservas y con entusiasmo, adoptó las políticas de la economía neoliberal con el pretexto de revivir la economía.

En contraste, la conciencia del deterioro económico era generalizada en Japón ya antes del reciente terremoto. La caída de la tasa de natalidad y el envejecimiento de la población no dejaban lugar a una perspectiva optimista. A pesar de la retórica vacía y nacionalista, que llama al resurgimiento de Japón como una potencia económica, sigue dominando los principales medios de comunicación, una perspectiva diferente se ha instalado en la raíz de los corazones de la gente, una perspectiva que reconoce la realidad; una realidad donde se avizora la posibilidad de un largo período de bajo crecimiento y que nos llama a la formación de una nueva economía y una nueva sociedad civil. Así, el reciente terremoto no aconteció como un shock sorpresivo para la economía y solamente fortalecerá la tendencia ya existente, acentuando los importantes asuntos que pasamos por alto después del terremoto de Kobe.

En la estela del desastre de Kobe yo estaba impresionado, sobretodo, por la relativa serenidad de la gente anciana que había perdido sus casa. Su actitud era la misma que había surgido ante las ruinas calcinadas de la segunda guerra mundial; ellos solamente tenían que volver a empezar. En segundo lugar me impresionó el gran número de jóvenes voluntarios, criados en una época de prosperidad, congregándose desde todo Japón para ayudar, formando comunidades de ayuda mutua. Este no fue un fenómeno único en Japón. He oído de similares sucesos después del reciente terremoto de Sichuan en China. Tales comunidades emergen cuando las comunidades tradicionales se han ido.


Fotos: AP/Junji Kurokawa y Kyodo News

En su libro Un paraíso construido en el infierno, al examinar el terremoto de 1906 en San Francisco y subsecuentes catástrofes, Rebecca Solnit concluye que “comunidades extraordinarias surgen del desastre”. Es común pensar que cuando el orden se disipa, surge un estado hobbesiano de naturaleza; un estado en el que los seres humanos, unos frente a otros, se comportan como lobos. Sin embargo, la realidad es que los seres humanos, que se comportan con temor cuando viven en un orden social creado por el Estado, forman comunidades de ayuda mutua en medio del caos que sigue al desastre, un tipo espontáneo de orden que difiere del que existe bajo el Estado.

Fue este tipo de comunidad la que nació en el período posterior al terremoto de Kobe. Pero también se manifestó la particular experiencia histórica de Japón en este juego. Las ruinas del terremoto evocaban con gran fuerza las condiciones psicológicas que surgieron después de la segunda guerra mundial, cuando conjuntamente la gente reflexionó sobre la guerra y la historia del Japón moderno que los condujo a eso. Sin embargo, el “paraíso” formado en la estela del desastre tuvo una vida corta y la memoria de la guerra desapareció.

Cuando al pasar el terremoto de Kobe el orden fue restaurado, la tendencia dominante fue intentar usar el desastre como una oportunidad para hacer negocios con la recuperación económica. El primer ministro Koizumi alentó aún más las políticas neoliberales y pisoteó la constitución pacifista de postguerra al enviar como expedición de Auto Defensa fuerzas a Irak. El resultado fue el continuo estancamiento económico y la expansión de la brecha entre ricos y pobres. Finalmente, el Partido Liberal Democrático, que se había mantenido en el poder por largo tiempo, tuvo que ceder ante el Partido Democrático de Japón. No obstante, la nueva administración no pudo embarcar hacia un nuevo rumbo.

En este contexto ocurrió el reciente terremoto. Una vez más el desastre evocó las calcinadas ruinas de la postguerra. Y la crisis en la planta nuclear de Fukushima no puede sino recordarnos las tragedias de Hiroshima y Nagasaki. Los japoneses de la postguerra han tenido una fuerte, incluso excesiva, aversión a las armas nucleares y a la energía nuclear en general. Es innecesario decirlo, hubo una fuerte oposición a la construcción de las plantas nucleares en Japón. Sin embargo, después del impacto petrolero de los setentas, el Estado afirmó y estimuló el desarrollo de plantas de energía nuclear. Las tempranas campañas proclamaron la necesidad de energía nuclear para el crecimiento económico, mientras en años recientes se ha clamado que la energía nuclear puede ayudar a la reducción de las emisiones de carbón y, por lo tanto, beneficia el medio ambiente. Que estas consignas de la industria y el gobierno fueron una forma criminal del engaño, ha sido evidente en los recientes eventos.

En medio de las ruinas del Japón de la postguerra, la gente reflexionó sobre el camino que ha tomado en los tiempos modernos. Enfrentando a las potencias occidentales, el Japón moderno luchó por obtener el estatus de potencia militar. La demolición de este sueño con la derrota militar de la nación supuso otra meta: convertirse en una gran potencia económica. El colapso final de esta ambición se ha puesto de relieve con el reciente terremoto. Y aun sin el terremoto, su destino era la destrucción. En verdad, no es sólo la economía japonesa lo que se está desmoronando. A principios de 1970 el capitalismo global entró en un período de seria recesión; desde entonces ha sido imposible sobreponerse ante la caída de la tasa general de ganancia. El capital ha buscado una salida frente a este declive a través de la inversión financiera global y de la extensión de la inversión industrial en lo que antiguamente eran las regiones del “Tercer Mundo”. El colapso de tal estrategia está expuesto en el llamado shock de Lehman. Y pese al continuo desarrollo acelerado de países como China, India y Brasil, tal crecimiento no puede durar mucho más. Es inevitable que los salarios se eleven y se alcance un límite de consumo.

Por esta razón, sin lugar a dudas el capitalismo global será insostenible en veinte o treinta años. Y el final del capitalismo no es el final de la vida humana. Aun sin el desarrollo de la economía capitalista o la competencia, los pueblos pueden vivir. Más aún, por primera vez los pueblos podrán verdaderamente vivir. Claro, la economía capitalista no llegará simplemente a su fin. Al resistirse ante este resultado, sin duda las grandes potencias continuarán peleando por los recursos naturales y los mercados. Pero yo creo que los japoneses nunca más deberían elegir este camino. Sin el terremoto, Japón continuaría su hueca refriega por un estatus de gran potencia; este sueño es ahora impensable y debe ser abandonado. No es la defunción de Japón lo que produjo el terremoto, sino la posibilidad de su renacimiento. Podría ser que sólo en medio de las ruinas puedan los pueblos obtener el coraje para caminar por otro rumbo.

Traducción de Carlos Oliva Mendoza