Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas
Lo conocido
Nikos Fokás
El terremoto y Japón
Kojin Karatani
No es maná lo que cae
Eduardo Mosches
Hablar de Leonora
Adriana Cortés entrevista
con Elena Poniatowska
Los volcanes de
Vicente Rojo
Carlos Monsiváis
El corazón more geométrico
Olvido García Valdés
Ordenar, Destruir
Sergio Pitol
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Luis Tovar
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Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Felipe Garrido
Natalia
Yo estaba terminando la primaria cuando el escándalo. Aunque la que quería casarse era mi abuela materna, lo armaron la familia de mi padre y la del novio. La verdad, nadie debía haberse entrometido: los dos eran viudos y ya estaban grandecitos. Cada año, Roque le ayudaba a mi abuela a montar el altar con las ofrendas para sus maridos, pues mi abuela se casó tres veces y tres veces enviudó. Se esmeraba con los moles y los chiles en nogada; con sus bebidas predilectas. Y nosotras no queríamos nada; decíamos que ya todo lo habían probado los muertos. Si los hubieran dejado, la abuela se habría casado por cuarta vez. Pero los hijos del novio fueron tajantes. Creían que los iba a dejar sin herencia. Me habría encantado verla, a sus setenta y dos años. Habría sido la novia más bonita y alegre, y habría cantado en la boda, con toda la voz, como le gustaba. Me habría gustado gozar el berrinche de las otras pretendientas que Roque tenía, que eran más de tres. |