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Guadalajara 26 (III Y ÚLTIMA)
Aserto que ya dejó de ser novedad y va convirtiéndose casi en lugar común: el documental mexicano contemporáneo es, como se ha dicho aquí, comparativamente más rico, más digno, más pertinente, más congruente y más propositivo, comparado con el largometraje de ficción. La sección en competencia en el FICG26 estuvo formada por catorce trabajos: 0.56%, de Lorenzo Hagerman; Agnus Dei-Cordero de dios, de Alejandra Sánchez; Aquí sobre la tierra, de Mauricio Bidault Fernández Ledesma; Ch’ulel, de Jorge Creuheras; El cielo abierto, de Everardo González; Circo, de Aaron Shock; Ciudad rural, de Roberto Canales; Dosis personal, de Mario Mandujano; Fogonero del delirio, Alejandro Colunga, de Gustavo Domínguez; El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo Sánchez; Morir de pie, de Jacaranda Correa; Mosca, de Bulmaro Osornio; La ruta del conejo rojo, de Carlos Montaño Arámbula, y El secreto de Candita, de Kenia Márquez. Seis de ellos fueron hechos en 2010 y el resto este mismo año.
No debió ser fácil para el jurado decidir al ganador, pues casi la mitad de los concursantes merecía llevarse algo; los filmes de Hagerman, Sánchez, Márquez, y especialmente los de González, Huezo y Correa, combinan buena factura, investigación a fondo y un enfoque equilibrado sobre el tema que abordan, suscitando interés y generando, en el sentido amplio del término, un documento relevante.
Dos de muestra
Patricio Guzmán |
Morir de pie, de la periodista Jacaranda Correa, invita al espectador a un tour de force finalmente jubiloso, consistente en ser testigo y al mismo tiempo partícipe de una experiencia intensa de búsqueda y encuentro con la verdadera identidad, todo en el marco de una marginalidad forzada, un cúmulo de prejuicios sociales muy arraigados y, por consiguiente, una incomprensión que basa sus despropósitos en la negativa a conocer y entender la diversidad como parte fundamental de toda colectividad. La pareja compuesta por Irina Layewska y Nelida vive en carne propia la doble dinámica de poner en práctica sus convicciones –ya sean político-sociales o exclusivamente personales, como la preferencia sexual– y de enfrentarse, al haberlas tomado, a un entorno poco dispuesto ya no digamos a la integración sino al mínimo respeto. Morir de pie fue la ganadora del Mayahuel correspondiente.
El cielo abierto es, con toda seguridad, el trabajo más maduro del igualmente maduro documentalista Everardo González, autor de los memorables La canción del pulque y Los ladrones viejos. Paciente y exhaustivo, González ahondó en archivos textuales, gráficos y fílmicos acumulados a lo largo de lustros; levantó entrevistas y testimonios actuales; clasificó, jerarquizó y seleccionó material ingente, y obtuvo como resultado una semblanza entrañable del salvadoreño monseñor Óscar Arnulfo Romero, muerto hace treinta años por una derecha reaccionaria y homicida, en medio del caos generado por la guerrilla revolucionaria y su consecuente represión ensangrentada. Teólogo de la liberación, abrazador convencido de la causa por los pobres, Romero es figura fundamental de la estirpe de clérigos latinoamericanos que han actuado en feliz congruencia con el espíritu del cristianismo.
Una pieza maestra
No formó parte de la sección documental mexicano sino iberoamericano, y la ganó más que merecidamente; se titula Nostalgia de la luz, lo dirigió el insoslayable documentalista chileno Patricio Guzmán –La cruz del sur, El caso Pinochet– y es una verdadera pieza maestra. Interesado desde su niñez en la astronomía, obligado a dejar su país natal tras el pinochetazo de 1973, persistente como nadie en la denuncia del terror impuesto por la dictadura, Guzmán hiló finísimo para unir, en una misma tela, dos búsquedas irrenunciables: la de nuestro origen y nuestra identidad en tanto seres humanos, a través de la astronomía, y la de la más elemental justicia luego del genocidio chileno, que fue a esconder los huesos de sus oponentes asesinados en el desierto de Atacama, precisamente el lugar donde se asienta uno de los observatorios astronómicos más importantes del mundo. Por la fuerza de su belleza plástica, por la valentía de su denuncia permanente del horror, por la delicadeza con que entrelaza la cumbre humana de buscarnos en las estrellas con la barranca de matarnos unos a otros, Nostalgia de la luz es una película que nadie debería dejar de ver y que ojalá fuera exhibida pronto y adecuadamente a nivel comercial.
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