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Felipe Garrido
¿Entonces quién?
En un reino lejano –dijo el monje y puso los ojos en blanco para que se supiera que en verdad estaba apartado– hubo un rey que no tenía idea de cómo gobernar. Arrastrados por sus desatinos, por la indecible ineptitud y la brutal impunidad de sus cortesanos, por el espacio que abría la falta de guardias y jueces probos, muchos de sus súbditos buscaron sacar ventaja, se convirtieron en criminales y pusieron el país en vilo. Un día, miles de padres agraviados culparon al monarca de la muerte de sus hijos y fueron hasta su palacio para gritárselo. Pero el soberano no se inmutó; para tranquilizarlos, sus bufones se apresuraron a publicar bandos donde sostenían que era injusto hacerlo responsable de muertes que no había cometido con sus propias manos. Pero las familias lastimadas no se dejaron engañar. Pues si quien decidía el destino del reino no era el culpable, ¿entonces quién? [De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat] |