Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de abril de 2011 Num: 841

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Nerón (fragmento)
Desider Kostolanyi

Una carta para el autor
Thomas Mann

George Orwell, comentarista de la BBC
Ricardo Bada

La España republicana
Luis Perujo Álvarez

García Lorca en Montevideo
Alejandro Michelena

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Marco Antonio Campos

Apuntes del exilio, de Carlos Montemayor

Hacia 1996 o 1997 Carlos Montemayor me comentaba en una entrevista que estaba demasiado centrado en la narrativa y en la divulgación de las literaturas indígenas y había dejado para tiempo después la escritura de la poesía. Afortunadamente traicionó sus planes. Uno de los resultados es este poema extenso, Apuntes del exilio (INAH, La Cabra, Oak), publicado hace unas semanas, que hará a todos recordar el notable poeta que fue.

¿Hay correspondencias entre su narrativa y su poesía? No creo, o si existen habría que buscarlas casi con lupa; en la narrativa buscó ante todo recrear acontecimientos claves que cambiaron la historia reciente de México, como el ’68, diversas guerrillas urbanas y rurales, y el alzamiento zapatista de 1994; en la poesía exploró algo más íntimo y de él: el amor, la familia entrañable, imágenes de sueño de la infancia, el pueblo nativo, la gris Ciudad de México, ciudades visitadas o imaginadas...

 Apuntes del exilio es un vasto poema de amor celebratorio de principio a fin, apenas tocado aquí y allá por algunos recuerdos de tristeza o dolor. De alguna manera es inevitable asociarlo con el otro poema extenso de Carlos, Finisterra, que escribió en 1979, es decir, hace treinta y dos años, y el cual diera título al que es para mí su mejor volumen de poesía. En ambos poemas existen vivos enlaces: hay un diálogo con la amada, parecen escritos en un solo arrebato, se corresponden secretamente con una partitura musical y buscan que todos los tiempos por el amor sean un hoy de fuego donde el mar, la tierra y el viento se unan. En ambas piezas el autor va a la búsqueda del origen y aspira al poema total, si es que un poema así es dable lograrlo. Desde el punto de vista en que está contado y cantado, de Apuntes del exilio Carlos pudo haber dicho lo mismo que me contestó en aquella entrevista sobre el diálogo que sostiene en Finisterra:  “Mi amiga es una vía para hablar con el mundo y hablo con el mundo como si fuera mi amiga.” 

Lo que más admiro en Finisterra y Apuntes del exilio es el tono exaltado y la vitalidad telúrica. Me recuerda en esto el primer Paz, al Ledo Ivo de algunos poemas extensos, al Neruda que iluminaba en sus versos en los años cincuenta a Matilde Urrutia. Si Finisterra es el poema “de la revelación de la fuerza del océano”, Apuntes del exilio es el del paso iluminado de las estaciones, y los versos parecen estar contenidos en la dicha de meses y de años. A diferencia de Finisterra aquí sabemos el nombre de la mujer: Susana. Donde llega la amada, dice Carlos, “la vuelve a escuchar el mar”. El centro del poema es el cuarto de los amantes, y allí, amante y amada, ven pasar una y otra vez las cuatro estaciones y los acontecimientos del mundo: pasan el invierno y la nieve, la primavera y la floración, el verano y la luz, el otoño y las marchitaciones, o dicho de otro modo, con el paso numeroso de las estaciones el cuerpo del amante ha sido muchos cuerpos en el cuerpo de la amada. En la desnudez despierta, los amantes parecen estar entre el deseo inmediato y la cópula ardiente. El amante la respira, se bebe el hálito de ella, las pieles se llaman, se unen, vuelven a unirse… De pronto pueden interrumpir al amante los recuerdos, como aquellos de la infancia en la tierra nativa, pero aun allí la amada se integra al antiguo paisaje familiar, como si el ayer fuera un hoy en perpetuo movimiento. Escribe Montemayor:  “Esta mañana abro la puerta de la casa/ y entra el aroma de las frutas que envasaba mi madre./ Entra con el aire cálido de la huerta la risa de mis hermanas./ Distingo el río que bañó tu cuerpo/ cuando tan sólo en mis caricias te sumergías;/ el río que te recuerda paseando en su ribera/ aunque sólo mis ojos mojaron tus pies desnudos.”

Apuntes del exilio, más que un poema, es un grito iluminado que niega a la muerte, que niega la muerte misma de Carlos Montemayor, esa muerte que desde hace más de un año no dejamos de lamentar, aun si en este poema, varias veces, la menciona como una premonición estremecedora, como en estos versos:  “Acepté morir y vivir, perderte y buscarte./ Ahora, aquí, de vuelta,/ al poner mis manos en el calor de tu cuerpo, /reconozco que la muerte y la vida llegan por distintos senderos:/ una por la memoria, otra por la luz.”

Pero Montemayor en sus dos poemas extensos queda para nosotros, tanto en el sendero de la memoria como en el sendero de la luz, en el altísimo instante donde se unen el mar y el sol, el amor y la vida.