Opinión
Ver día anteriorMartes 26 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Adiós
S

í, este año ha sido uno de grandes pérdidas de los amorosos de la palabra. Ahora, casi juntos, se han ido Antonio Alatorre y Alí Chumacero. El mundo de las letras vuelve a estar de luto. Y porque ellos fueron maestros generosos, quiero dejar un mínimo testimonio a su memoria.

El seminario de poesía de Alatorre era una fiesta del verbo para todos los que asistimos durante un tiempo muy largo. Antonio combinó ahí su gran erudición con una forma antisolemne y divertida para comentar, indagar, sumergirse en los profundidades líricas y lingüísticas de los poemas. Así, de pronto, de su mano sabia, encontrábamos otras vetas que nos hacían leer de otra manera a la sombra de su conocimiento y de su bonhomía. Yo tuve el privilegio de trabajar con él en la edición de su libro Mil y un años de la lengua española. Ahí me brindó su amistad y el placer de su charla. Antonio fue siempre un excelente conversador que hacía brillar cualquier tema que apareciera aun por mero azar. Y fue generoso en su juicio al comentar mi trabajo sin la distancia que su sapiencia le hubiera, desde luego, permitido. Era un ser humano interesado en los pasos del otro, de los otros. A lo largo de los años fue ese enorme sabio de palabra fácil y trato gentil.

También Alí Chumacero fue un gran conversador. Su ironía y desparpajo, su buen humor, su cultura y su sensibilidad lo ha-cían estar rodeado de alas que revoloteaban alrededor de la luz que de él emanaba. Lo conocí hace muchos años y no recuerdo si ya entonces su pelo era esa plata luminosa también. Su rostro mantuvo su tersura, la voz, la seducción de su sonoridad y su mirada dejaba escapar una invitación al juego verbal inesperado y siempre brillante y divertido. Tampoco Alí cayó en la solemnidad en su trato; la risa con la que todos celebrábamos su charla era la invitación a la complicidad de la inteligencia. Alí fue un gran poeta de poca y contundente obra que conmoverá siempre por su excelencia. Fue, además, uno de los lectores más cuidadosos que ha habido en décadas. Podía detectar con la misma certeza y rapidez problemas insignificantes de tipografía, como adentrarse en la escritura misma de un texto, tanto de poesía como de prosa, para dar un consejo generoso y certero. Muchos grandes escritores se beneficiaron de esa pasión suya por las palabras justas y en su justo lugar.

Llegue a los dos mi gratitud por el privilegio de haber gozado de su amistad.